(Dom. de Resurrección C 2022)

Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 10,34.37-43)

“En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

– Hermanos: ustedes conocen lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección.

Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.”

Salmo Responsorial (Salmo 117)

R/. Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.

La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

Carta de san Pablo a los Colosenses (Col 3,1-4)

 “Hermanos: Ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra.

Porque han muerto; y su vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también ustedes aparecerán, juntamente con él, en gloria.”

Secuencia

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?

A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.

Primicia de los muertos,
sabemos por su gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua.”

Aleluya.

Evangelio de san Juan (Jn 20,1-9)

“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo:

– Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.”

Reflexión

La humanidad ha estado afrontando el látigo doloroso del contagio de la Covid-19 y sus nuevas cepas que han aparecido recientemente, que ha mostrado a todas luces la débil condición humana, pues, todas las personas, no importa el sexo, la raza, el credo, sean ricos o pobres, poderosos o indefensos, varones o mujeres, sabios o ignorantes, creyentes o ateos, jóvenes o viejos, sanos o enfermos, todos somos igualmente frágiles y el coronavirus no ha respetado nada ni a nadie y contagia a todos por igual. Nunca en la historia se había presentado una situación como esta. Esto nos ha obligado a mirar hacia dentro y a nuestro alrededor para preguntarnos ¿qué hemos hecho para que se diera esta situación? ¿Quiénes somos verdaderamente y qué es lo que en verdad vale la pena en nuestra existencia?, echando por el suelo las diferencias sociales, económicas, culturales, políticas y religiosas.

Ojalá este contagio mundial nos haya llevado a tener una mirada más clara y precisa, nueva y bella del Misterio de la Redención que es lo que ordinariamente celebramos en la Liturgia del llamado Triduo Pascual (jueves santo, viernes santo y sábado santo), que no es otra cosa que la celebración de la gran Solemnidad de la Pascua, la Fiesta de las fiestas para los cristianos.

En la mañana de Pascua de Resurrección celebramos que nuestro Señor Jesucristo habiendo sido crucificado en el Calvario y habiendo muerto, resucitó y está vivo entre nosotros. Los poderes de este mundo quisieron acabar con Él matándolo en la cruz, pero nuestro Dios -lo repito-  lo resucitó y está vivo. Es cierto que no vemos al Señor con los ojos de la cara, pero, el cirio pascual encendido, nos habla de su presencia misteriosa entre nosotros.

Las lecturas de este día de Pascua nos recuerdan las primeras experiencias pascuales de la comunidad cristiana, experiencias teñidas de asombro, de alegría y de incredulidad inicial. Era todo demasiado bonito como para ser verdad. Los amigos de Jesús nunca habían terminado de creer en Él. Siempre habían guardado en su interior sospechas y dudas: «Hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos». La Resurrección de Jesús marcará el comienzo de un camino nuevo en la vida de ellos y posteriormente en la vida de todos los cristianos.

Esta misma situación la estamos teniendo hoy. Hombres y mujeres poderosos y egoístas, soberbios mentirosos y autosuficientes, fueron transformando todo y crearon un mundo incrédulo; y creyéndose más poderosos que Dios, dañaron la armonía del ser humano, la armonía y el equilibrio de la sociedad y la armonía y el equilibrio de la creación. Muchas personas se pusieron a jugar a ser dios. Esto indica que nosotros no estamos bien. A pesar que toda la humanidad está sufriendo, aún no escuchamos. Es muy difícil escuchar cuando se está tan ocupado luchando por escalar siempre más alto, sin importar a quién se pisa ni el daño que se hace a los demás y a la creación. Nuestros cimientos están cediendo, se están resquebrajando bajo el peso de nuestros deseos egoístas y ficticios, alimentados por una desbordante soberbia.

¡No estamos bien! El Señor que ha vencido el dolor, el sufrimiento, el mal, la muerte; que ha re-creado toda la creación con su muerte y resurrección y ahora, por su infinita misericordia, quiere ayudarnos una vez más y nos invita a que en este tiempo, nos detengamos, hagamos silencio y escuchemos… Abramos los ojos y miremos a nuestro alrededor y a nosotros mismos. ¿Cómo estamos? ¡No estamos sanos! Permitamos que Dios nos hable a través de lo que sucede en todo el mundo. ¡Escuchémosle! Jesucristo resucitado, ha marcado el comienzo de un camino nuevo, de una nueva forma de vivir y convivir con la creación entera. Hagamos que el contagio ya no sea de virus y bacterias mortíferas en nuestro cuerpo, sino un contagio de Amor.

San Pedro recordará que Jesús, ungido por la fuerza del Espíritu, pasó por la vida haciendo el bien y curando las dolencias y enfermedades y a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él. Era el hombre bueno, sencillo, compasivo y cercano a los más pobres. En su persona se reflejaba la bondad de Dios para con sus hijos. San Pedro recordará que al Señor «lo mataron colgándolo de un madero», para denunciar el odio, la soberbia, el poder y el rechazo contra Jesús (cfr. Hch 10,34.37-43). Pedro, también mostró cómo había negado a Jesús, la huida de los discípulos, el desmoronamiento de todas las esperanzas, lágrimas, sufrimientos. Jesús convertido en el «varón de dolores» ante quien se vuelve el rostro… «Pero Dios lo resucitó al tercer día y fue visto por sus discípulos, después de su resurrección». Este acontecimiento es el regreso a la fe en Jesús en cada discípulo y discípula.  

De esta experiencia asombrosa nace la primera comunidad cristiana. Y de esta experiencia Pascual también nace nuestra vida cristiana y nuestra comunidad eclesial.

De la misma manera a como Cristo con su muerte y resurrección venció al mal, al mal obrar de la humanidad y a la muerte, estamos seguros que hoy vence la pandemia del mal, de la corrupción y de la muerte y lo lograremos con nuestro arrepentimiento real y cambio radical de vida. Este acontecimiento es el inicio de una vida plena de Amor, en la que se nos exige vivir amando, trabajar por inventar un mundo nuevo, reconstruir la fraternidad, hacer presente el Amor de Dios por los pequeños, poner la esperanza pascual en la entraña de la vida de cada día. Permitamos que Jesús resucitado entre muy dentro de nuestro ser. ¡Su victoria es nuestra victoria! Quitemos de nosotros la levadura vieja, «levadura de corrupción, de mentira, de maldad, de pecado». En este día de Pascua descubramos nuevas señales de Resurrección en nuestra vida, en la familia, en la Iglesia y en toda la humanidad.