(V° Dom. Ord. B 2024)
Libro de Job (Jb 7,1-4.6-7)
“Habló Job diciendo:
– El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero.
Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.”
Salmo Responsorial (Salmo 146)
R/. Alaben al señor, que sana los corazones quebrantados.
Alaben al Señor que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel.
Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.
Primera Carta de Pablo a los Corintios (1Cor 9,16-19.22-23)
“Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!
Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación de esta buena noticia. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos.
Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos.
Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades”.
Aleluya.
Evangelio de san Marcos (Mc 1,29-39)
“En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:
– Todo el mundo te busca.
Él les respondió:
– Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.”
Reflexión
El Evangelio de san Marcos nos muestra cómo era un día en la vida de Jesús cuando predicaba por la región de Galilea. Era sábado y Jesús había participado en los actos religiosos de la sinagoga. Al salir de allí fue a comer a casa de Simón Pedro. Debió aparecer como un contratiempo inesperado el hecho de ser demasiados comensales y encontrar a la suegra de Pedro en cama con fiebre. Dice el evangelio que Jesús fue a hablar con ella, la tomó de la mano y la levantó. A ella se le pasó la fiebre y se puso a ayudar en el servicio de las mesas. La presencia de Jesús en el pueblo también suscitó muchas esperanzas y cuenta el evangelio que «al ponerse el sol, le llevaron a Jesús todos los enfermos. La población se agolpaba a la puerta». Seguro que todos querían hablar con Jesús, contarle sus penas, que les tocara y que les curara. No sabemos a qué hora terminó Jesús de atender a todas aquellas personas ni si le dejaron tiempo para cenar tranquilo o descansar. El evangelio sólo dice que Jesús se levantó de madrugada, salió de la casa y se fue a un lugar solitario a orar. Parece que Jesús necesitaba esos ratos de soledad, de silencio y de intimidad profunda con Dios y eso no era fácil encontrarlo en una casa llena de gentes y tareas. Debían ser para él muy importantes estos momentos de oración. Seguramente que no se puede aguantar una vida tan dura como la de Jesús si no se disfruta de una experiencia intensa de oración. Así pues, la jornada de trabajo de Jesús consistía en orar, curar a los enfermos, orar y predicación del Reino. Es de notar que el amor de Jesús por los enfermos era enorme y único.
A la mañana siguiente, otra vez las gentes del pueblo acudieron a casa de Simón Pedro. Pedro y los demás discípulos fueron a buscar a Jesús y al encontraron le dijeron: “Todo el mundo te busca. Él les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.” (Mc 1,29-39). Jesús siguió su camino por las aldeas cercanas, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios. Así recorrió toda Galilea.
Si tuviéramos que hacer una lista de las cosas que Jesús hacía, tendríamos que imaginarlo predicando, curando enfermos, atendiendo gente, sacando ratos a la noche para rezar con tranquilidad, caminando de pueblo en pueblo, por los caminos de Galilea; durmiendo mal a veces y comiendo mal a veces, enseñando a sus discípulos o discutiendo con escribas y fariseos, etc. Es una vida agotadora. No es extraño que Jesús, a veces, decidiera irse a lugares solitarios para rezar y descansar o que se quedara dormido sobre la barca que lo transportaba. Es una pura señal de cansancio.
Al mirar estos datos, descubrimos que la vida de Jesús fue una vida de trabajo intenso y de cansancio por servir a los demás, por hacer la voluntad del Padre celestial. Él nos ha llamado para que le sigamos en el camino al Padre. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. En este contexto tenemos que tomar conciencia de nuestro propio ser personal y de nuestra misión.
Comencemos por recordar algo que es inminente: Nuestra vida, se va yendo paulatinamente, sin que lo notemos, y sin que podamos evitarlo. Pasan los días, pasan los años y llegan las canas. Pasan los acontecimientos, pasan las tareas, los proyectos, pasan los sueños y hasta los ideales y llega la ancianidad. ¿Y de todo esto qué queda?: «el más robusto llega a los ochenta años y la mayor parte de lo que hizo es fatiga inútil».
Observando algo de nuestro reciente pasado, hemos sido testigos de muchos hechos o acontecimientos, familiares, nacionales o mundiales: buenos, alegres, dolorosos, difíciles. Ninguno de ellos podremos vivirlo mañana nuevamente. El día de hoy no podremos vivirlo después. Esto es irrepetible, la vida nuestra es irrepetible, la vida no es una grabación que podamos volver a sentir y experimentar después. ¡No! La vida es única no puede volverse a vivir. Por ello tenemos que vivir cada momento, cada circunstancia, cada trabajo, cada experiencia como si fuera la única y la última de nuestra existencia.
La vida tenemos que vivirla con mucho Amor, con rectitud, prudencia, justicia, templanza, fortaleza y mucha fe y esperanza. No la podemos desperdiciar, no la podemos botar. Nuestra vida es algo valioso que Dios nos ha concedido para nuestro bien. Dios quiere lo mejor para nosotros. Quiere nuestra felicidad. Por eso nosotros tenemos que tomar conciencia que hemos decidido seguir el mejor camino, que nos hemos decidido por Cristo. Que a pesar de que nos digan que estamos perdiendo el tiempo, la juventud, las fuerzas, las energías, nuestros sueños, nuestros bienes, no estamos equivocados y con seguridad que Dios nos concederá el ciento por uno y la vida eterna.
Hay que tener claridad que a pesar de que algunos días me levanto con cara de haberme tomado un purgante o desmotivado por un día gris o turbado por algún problema, tengamos la capacidad de ver más allá y saber que no hay noche que no sea el comienzo de una nueva aurora, que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, y que después de la tempestad viene la calma.
Tengamos claridad y démonos cuenta de la necesidad de hacer las cosas como si fueran lo más importante de la vida. Cada vez que hagamos algo, hagámoslo con el alma; démonos cuenta de lo que estamos haciendo y hagámoslo bien y con toda responsabilidad, alegría y mucho amor. Que no nos encuentre la llegada de la aurora con las manos vacías o llenas de odio, de venganza, de desunión, de envidia, de faltos de perdón, de autosuficiencia, de injusticia, de insolidaridad, de resentimiento, de pecado, de ruina.
Tengamos conciencia que el sentido de nuestra existencia lo da la opción fundamental por Cristo, por la santidad y por el amor que hemos realizado. Una opción que nos lleva a que nuestras obras sean verdaderamente las obras de la luz: bondad, generosidad, entrega, mansedumbre, longanimidad, alegría, paz, sencillez, humildad, disponibilidad, perdón, comprensión, unión, capacidad de sacrificio, prudencia, fortaleza, justicia, paciencia, etc.
Démonos cuenta que vale la pena aceptar el reto del Evangelio, seguir a Cristo y Cristo crucificado. Pensemos ¡cuánto Dios nos Ama!…