(III° Dom. de Cuaresma B 2024)
Libro del Éxodo (Ex 20,1-17)
“En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras:
– Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.
No tendrás otros dioses frente a mí.
[No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra.
No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen.
Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.]
No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.
Fíjate en el sábado para santificarlo.
[Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades.
Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos.
Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.]
Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No darás testimonio falso contra tu prójimo.
No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.”
Salmo Responsorial (Salmo 18)
R/. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.
Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.
La voluntad del Señor es pura y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.
Más preciosos que el oro, más que el oro fino;
más dulces que la miel de un panal que destila.
Primera Carta de san Pablo a los Corintios (1Cor 1,22-25)
“Hermanos: Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados a Cristo -judíos o griegos-: fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.”
Versículo para antes del Evangelio
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único. Todo el que cree en él, tiene vida eterna.”
Evangelio de san Juan (Jn 2,13-25)
“En aquel tiempo, se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
– Quiten esto de aquí; no conviertan en un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”.
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
– ¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Jesús contestó:
– Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
– Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.”
Reflexión
El evangelio cuenta que «se acercaba la pascua de los judíos». Sabemos bien que la pascua era una fiesta muy importante para el pueblo de Israel y a ella acudían desde otras regiones muchos judíos devotos. Cuenta el evangelio que para esa fiesta subió Jesús a Jerusalén y encontró en el templo a los que vendían animales para los sacrificios y a los que cambiaban el dinero para las ofrendas. El templo era una institución muy importante en el judaísmo porque cobijaba en su interior el poder religioso, el poder político y el poder económico. Allí se tributaba el culto a Dios. Podemos decir que toda la vida del judío giraba alrededor del templo de Jerusalén.
El pueblo vivía asombrado ante la magnificencia de aquel suntuoso y descomunal edificio. En el atrio de este templo se situaba el mercado de animales -palomas y corderos- para los sacrificios; allí también estaban las mesas para el cambio de moneda. El templo se había convertido en una estructura de poder y explotación en favor de unos pocos.
A Jesús no le gustó lo que allí encontró. Habían convertido en un mercado la casa de su Padre, como él mismo dice. Entonces Jesús realizó una fuerte provocación profética: «Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo: ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas». Y decía: «Quitad eso de ahí». Pienso que cuando Jesús decía estas palabras no quería mandar que sacaran a las afueras del templo a los animales de los sacrificios. Lo que venía a decir es que había que quitarlos porque ya no hacía ninguna falta. Jesús estaba hablando de un Dios que no necesita de sacrificios de animales porque había llegado un tiempo nuevo en las relaciones de los hombres con Dios. El Dios verdadero vive en el corazón y en la vida de los seres humanos. Todos somos templos de Dios y nuestro culto razonable es la entrega generosa de nuestra propia vida al Señor. Es bueno que, en familia, meditáramos con más tiempo y más hondura el alcance maravilloso de todo esto.
La enseñanza debía resultar difícil de comprender para los judíos porque el templo de Jerusalén, con todas sus solemnidades, quedaba reemplazado y reducido a una vieja reliquia del pasado. Aclarando más todo eso, decía Jesús: «Destruyan este templo y yo lo levantaré en tres días» y el evangelio recuerda que «hablaba del templo de su cuerpo».
Jesús es el templo donde Dios habla, ama, actúa y salva a los hijos. Ese templo es Jesús que va a morir, pero resucitará a la vida porque en Jesús, el hombre maltratado por los poderosos del mundo, se esconde todo el misterio de Dios. Bajo las apariencias de un hombre pobre que camina hacia la muerte, actúa todo el señorío de Dios. La resurrección es la gran señal de su poder.
Esta alusión a la muerte y resurrección de Jesús está puesta en cuaresma para recordarnos que toda nuestra vida también camina hacia la pascua. Nuestro destino no es ser tragados por el pecado y la muerte, sino despertar a la vida nueva, con los rasgos hermosos de Jesús marcados en nosotros. Se puede decir que vamos caminando hacia el hombre nuevo. Con el Señor nos acercamos a experimentar contentos la confianza en Dios, el amor a los pobres y a la ofrenda de nosotros mismos al Señor en el altar de la vida de cada día. Sabemos bien que pagaremos nuestro precio de lucha y de muerte por cambiarnos a nosotros y a nuestro mundo. La vida de mucha gente es desvivirse por los hermanos. A los cristianos no nos escandaliza la cruz. Somos como el grano de trigo que muere para dar fruto. Así lo hemos aprendido de Jesús.
Por eso, como afirma san Pablo: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; para los llamados fuerza de Dios y sabiduría de Dios. La necedad divina es más savia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres” (1Cor 1,22-25)
¿Por qué Cristo es escándalo? El evangelio de hoy nos lo dice: “No hagas de la Casa de mi Padre una casa de mercado” (Jn 2,13-25). Es decir, que hay necesidad de cambiar el corazón, abrir las puertas de la mente y el interior para que el Espíritu de Dios realice la nueva creación, limpiando el templo de Dios. Tenemos que echar de dentro los animales, las cucarachas, los escorpiones, los sapos… los malos deseos, las malas acciones, pues hasta que no vacíes tu alma de todo aquello que te atormenta, no podrás llenarla de todo aquello que te hará feliz. Entonces, permitamos que Dios entre en nuestro interior para que con la fuerza del Espíritu haga limpieza del templo, nuestra mente y nuestro corazón y more dentro de nosotros. Que alumbre con su Luz admirable, la Verdad y la Vida y haga de cada personas hombres o mujeres nuevs y podamos gritar: no soy yo quien vive es Cristo quien vive en mí; esto porque he renacido a la fe.