(XXX° Dom. Ord. A 2023)

Libro del Éxodo (Ex 22,21-27)

“Así dice el Señor:

No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fueron ustedes en Egipto.

No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque si los explotas y ellos gritan a mí yo los escucharé.

Se encenderá mi ira y los haré morir a espada, dejando a sus mujeres viudas y a sus hijos huérfanos.

Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses.

Si tomas en prenda el manto de tu prójimo se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar?

Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.”

Salmo Responsorial (Salmo 17)

R/. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.

Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu ungido.

Primera Carta de san Pablo a los Tesalonicenses (1Tes 1, 5c-10)

“Hermanos: Ustedes saben cuál fue nuestra actuación entre ustedes para su bien. Y ustedes siguieron nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegaron a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya.

Desde su comunidad, la Palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes; su fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que les hicimos: cómo, abandonando los ídolos, se volvieron a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que los libra del castigo futuro.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él.”

Aleluya.

Evangelio de san Mateo (Mt 22,34-40)

“En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba:
– Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?

Él le dijo:

– “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.”
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”

Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.”

Reflexión

Cuando se es niño o joven los sueños con realizaciones fantásticas y sorprendentes en el futuro, no paran de aparecer. Esto indica el deseo oculto en el corazón del joven de abrirse a horizontes inmensos como es el Amor de Dios. El camino o la respuesta de Dios a este deseo es ofrecer el ciento por uno.

La experiencia del pueblo de Israel: “del Amor de Dios hacia el pueblo y del amor del pueblo a Dios”, se sigue manifestando hoy en medio de las dificultades que afronta nuestra sociedad, las parroquias, las comunidades, la familia, el hombre o la mujer, el niño, el joven, el anciano, que ponen su esperanza en el Señor.

Hoy, hay necesidad de soñar a Jesucristo en la historia, soñar a Cristo como la esperanza para nuestras familias, para nuestros pueblos. Por eso, atrevámonos a soñar que el Amor de Cristo es nuestra única esperanza a nivel personal, familiar, comunitario y social. Atrevámonos a soñar que el camino de nuestra realización como varones y mujeres es solamente la palabra que el Señor nos da, el camino que Él nos ha trazado e indicado: «amarás a Dios en el prójimo como a sí mismo»; «nadie tiene mayor amor que el que da la vida por su amigo»; «ya no los llamo siervos sino hijos».

El Señor nos enseña cómo tenemos que Amar: amar al otro sin tener en cuenta su condición social o su procedencia. Lo único que es necesario no perder de vista es que la otra persona también es hijo(a) de Dios y Dios le ama tanto como a mí y quiere que yo le ame de la misma forma: «sean misericordiosos como mi Padre es misericordioso». La única forma de mostrar e identificarnos como cristianos, como hijos(as) de Dios, es amando al necesitado, cumpliendo los mandamientos (1Jn 1).

Para comprender mejor cómo ha de Amar un cristiano, sirve lo que sucede en la torre de control de un aeropuerto: la persona que allí se encuentra controlando los vuelos, no conoce a ninguno de los aviones, tampoco a los pilotos o miembros de la tripulación de las naves que están llegando o sobrevolando el aeropuerto. Desconoce, además, la procedencia de los aviones; sólo sabe que su destino es el aeropuerto. Aunque a la persona que controla los vuelos no le interesa saber quiénes son los pilotos y su tripulación, sí se preocupa sobremanera por saludarlos a todos y les da la bienvenida, y da la entrada a la pista de aterrizaje, guiándolos perfectamente, para evitar un desastre. Al igual que lo antes narrado con la torre de control del aeropuerto, debe suceder con nuestra vida diaria: no sabemos el nombre del que necesita de nuestra misericordia – al fin al cabo, ¿eso qué importa? -, lo importante es saber que necesita de nosotros y basta; y nuestra tarea es ayudarle (cfr. Mt 25,31ss: «tuve hambre…», «quien acoge a este el más pequeño a mí me acoge…»). Esto es lo que vale.

El comienzo de nuestra misión de cristianos es soñar el Amor de Cristo hoy en medio de nosotros y nosotros siendo los discípulos que vamos a sembrar este Amor en el mundo sediento de esperanza.

Recuerda, no es necesario alejarse de las personas para encontrar a Dios. Quien ha encontrado a Dios tiene que volver hacia ellas y vivir con ellas, interesarse por ellas y trabajar con ellas y por ellas. El Amor de Dios y el amor de los hombres son compatibles, no excluye el uno al otro, más bien, el encuentro con Dios renueva y perfecciona la atención y la solicitud verdadera de los hombres. Es necesario conocer al hombre para conocer a Dios; es necesario amar al hombre para amar a Dios (Esta es una herencia muy valiosa a los padres dominicos: Santo Domingo de Guzmán hablaba de las cosas de los hombres que le compartían en todo momento, a Dios; y hablaba a los hombres de las riquezas insondables del Amor de Dios que encontraba en el diálogo con Él, en la oración.

Es necesario amar a los hombres, pero es necesario también separarse del mundo, saber dejar al padre y a la madre y sus bienes… Pero sin olvidar jamás que la atención a Dios y la atención al hombre no son separables. El cultivar la “vida interior” es un valor cristiano, un valor permanente, como la necesidad de recogimiento. Pero la “vida interior”, cuando es cristiana, no solamente no es monólogo, sino, más bien, un hablar con Dios solo. Encontrando a Dios en la oración el cristiano atento, encuentra inevitablemente a los hombres que Dios crea y quiere salvar. El contemplativo sirve a los hombres sirviendo a Dios, el que lleva una vida activa sirve a Dios sirviendo a los hombres. Los dos expresan, especializándose en la imitación de Cristo, uno y mismo misterio.