(Misa de la Cena del Señor 2022)

Libro del Éxodo (Ex 12,1-8.11-14)

“En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:

– Este mes será para ustedes el principal de los meses: será para ustedes el primer mes del año. Dígale a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.

Será un animal sin defecto, macho de un año, cordero o cabrito.

Lo guardarán hasta el catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomarán la sangre y rociarán las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayan comido.

Esa noche comerán la carne: asada a fuego y comerán panes sin fermentar y verduras amargas.

Y lo comerán así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y lo comerán a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.

Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

La sangre será su señal en las casas donde habitan. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante ustedes, y no habrá entre ustedes plaga exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto.

Este será un día memorable para ustedes y lo celebrarán como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretarán que sea fiesta para siempre.”

Salmo Responsorial (Salmo 115)

R/. El cáliz que bendecimos, es la comunión con la sangre de Cristo.

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos,
en presencia de todo el pueblo,

Primera Carta de san Pablo a los Corintios (1Cor 11,23-26)

“Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez les he transmitido:

Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:

“Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.”

Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:

“Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; hagan esto, cada vez que lo beban, en memoria mía.”

Por eso, cada vez que comen de este pan y beben del cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.”

Aclamación antes del evangelio

“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen mutuamente como yo los he amado, dice el Señor”.

Evangelio de san Juan (Jn 13,1-15)

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarle los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro y éste le dijo:

– Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?

Jesús le replicó:

– Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.

Pedro le dijo:

– No me lavarás los pies jamás.

Jesús le contestó:

– Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.

Simón Pedro le dijo:

– Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.

Jesús le dijo:

– Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También ustedes están limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos están limpios”).

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:

– ¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman “El Maestro” y “El Señor”, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros: les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan.”

Reflexión

Con la celebración de la “Cena del Señor”, se inicia lo que litúrgicamente se llama el “Solemne Triduo Pascual”. Tres días para celebrar y meditar sobre el acontecimiento religioso cristiano más grande de la historia. San Agustín llamaba a este triduo: la fiesta de la Pasión, la muerte y la resurrección del Señor. La liturgia de este día Jueves Santo es como una síntesis, como un resumen de toda la Pascua que se celebra en los días santos. Para comprenderlo, las lecturas de la Misa muestran la historia vieja, del pueblo de Israel, desembocando en Cristo Nuestro Señor y que el Señor la encarga a su Iglesia para que la lleve hasta la consumación de los siglos.

Esa historia la recuerda el Libro del Éxodo que se lee en esta ocasión. Los judíos recordaban esa historia en la celebración de la pascua, en la luna llena del mes de Nisan (marzo-abril). La pascua era la celebración de dos grandes acontecimientos del Antiguo Testamento: la liberación del pueblo de Israel de Egipto y la Alianza con el Señor en el monte Sinaí. Pascua y Alianza. La Pascua fue aquel momento histórico en el que los israelitas siendo esclavizados por el Faraón de Egipto, y no pudiendo liberarse de él, acudieron a Dios y Él mismo los sacó de Egipto (cf. Ex 3,1ss) cuando apareció la terrible décima plaga, que consistió en que todos los primogénitos de Egipto hombres y animales murieron. Y para que los primogénitos hebreos no murieran, Dios les dijo, por medio de Moisés, que mataran un cordero y que con su sangre marcaran los dinteles de las puertas porque esa noche iba a pasar el ángel exterminador. El “paso” del ángel quiere decir Pascua: el paso de Dios que para los egipcios fue castigo y para Israel, liberación.

Y aquella noche, mientras los egipcios lloraban a sus primogénitos que morían, los israelitas marcados con la sangre del cordero, salían de la esclavitud con sus familias para atravesar el desierto y encaminarse hacia la tierra prometida. Desde entonces, todos los años el pueblo judío celebra en familia esta fecha de liberación, la fiesta en que Dios pasó salvando a Israel. Y al mismo tiempo que hacían actualidad de esta fiesta del pasado, recordaban que había una alianza entre Dios y el pueblo de Israel, por la cual todo el pueblo se comprometía a respetar la ley de Dios y Dios se comprometía a proteger de manera especial a ese pueblo.

El Jueves Santo la Iglesia Católica y otras iglesias (Ortodoxa, Anglicana, Armenia, Copta y Maronita), celebran el día en que Jesús instituyó la Eucaristía y al mismo tiempo el sacerdocio ministerial. Esta es la tarde del encuentro, del amor, de la amistad. Cristo, «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Como Buen Pastor, dio su vida por sus ovejas (Cfr Jn 10,11), para salvar a los hombres, reconciliados con su Padre e introducirlos en una nueva vida. A los Apóstoles ofreció como alimento su Cuerpo, entregado por ellos, y su Sangre derramada por ellos.

Por esto cada año, el Jueves Santo es un día grande para todos los cristianos. Como los primeros discípulos, recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Misa vespertina que renueva la Última Cena. Recibimos del Salvador el Testamento del amor fraterno que debe inspirar toda nuestra vida cristiana, y empezar así a velar con Él, para unirnos a su Pasión.

Lo que da sentido a la festividad del Jueves Santo es precisamente esta realidad del Amor que lleva a Jesús a entablar una comunión irrompible con los hombres y mujeres de todos los tiempos, a asegurar una presencia amorosa y fecunda hasta el final. Lo que da sentido, es precisamente esa misteriosa experiencia de amor y de amistad que vamos buscando desesperadamente porque no la encontramos por ninguna parte y la necesitamos.

En la oración de este día, que tiene como centro a la Eucaristía, perpetuación de la Última Cena y del Sacrificio de Cristo en el Calvario, pidamos al Señor que la santa Eucaristía sea un vínculo de caridad que fomente la dulce fraternidad, la unión de espíritus y la superación de diferencias.

Recojamos el último tesoro del testamento de Jesús. Todo nos obliga a hacerlo, porque todo en aquella última Cena, extremamente intencional y dramática, fue dado por Cristo como la máxima donación hacia toda la humanidad, en una atmósfera, una tensión espiritual que casi corta la respiración. El aspecto, la palabra, los gestos, los discursos del Maestro son exuberantes por la sensibilidad y profundidad de quien está próximo a la muerte; Él la siente, Él la ve, Él la experimenta. Dos notas resaltan en ese momento que queda silencioso en los actos y presagios del Maestro: Amor y muerte. El lavatorio de los pies, ejemplo impresionante de humilde amor, el mandato, el mandamiento último y nuevo: ámense como yo los he amado; y aquella angustia por la traición, aquella tristeza que se transparenta en sus palabras y actitud, y aquella efusión mística y encantadora de los discursos finales, un corazón que se abre en extrema confidencia, todo se concentra en la acción sacramental, que en la Misa de la Cena del Señor se recuerda.

Después que el traidor se retiró del lugar, viene el momento de despedida suprema: «Hijitos (así llama a sus discípulos), poco me queda de estar con ustedes… Les doy un mandamiento nuevo; que se amen los unos a los otros, como (¡noten la comparación!), como Yo los he amado, así también ámense ustedes unos a otros. En esto conocerán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros» (Jn 13,33-35). Llegamos así al momento de la suprema y misteriosa sorpresa. Escuchemos de nuevo las palabras reveladoras: «Mientras cenaban, Jesús tomó el pan y, pronunciada la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: «Tomen y coman, esto es mi cuerpo». Posteriormente tomó el cáliz y, después de haber dado gracias, se lo dio a los discípulos diciendo: «Beban todos de él porque esta es mi sangre, sangre de la nueva alianza, que será derramada por ustedes y por muchos en remisión de los pecados» (Mt 26,26-28).

Recordemos que el Jueves Santo, es un día especialmente grande para los presbíteros. Es la fiesta de ellos. Es el día en que nació el sacerdocio ministerial, el cual es participación del único Sacerdocio de Cristo Mediador.

¡Hermanos! La Eucaristía debe ocupar el centro de nuestra vida cristiana, de nuestra vida familiar, de nuestra vida religiosa, de nuestra vida espiritual y de nuestra misión apostólica. «Todas las buenas obras juntas no pueden compararse con el sacrificio de la Misa, pues son obras de hombres, mientras que la Santa Misa es obra de Dios». En ella se hace presente el sacrificio del Calvario para la redención del mundo.

Ahora bien, ¿Qué lugar ocupa la Santa Misa en nuestra vida diaria? ¿Continúa siendo la Eucaristía, como en el día tierno y diáfano de nuestra Primera Comunión? ¿Cómo la preparamos y participamos en ella? ¿Cómo es nuestra oración ante el Santísimo Sacramento y cómo la inculcamos a los demás? ¿Cuál es nuestro empeño en hacer de nuestras templos y capillas la Casa de Dios para que la presencia divina atraiga a mujeres y hombres de hoy, que con tanta frecuencia sienten que el mundo está vacío de Dios? Finalmente les invito para que todos unidos en la misma Fe y Esperanza imploremos de Dios Padre su Misericordia, su Luz y la Fortaleza, para decidirnos a compartir con los nuestros y con los que están más allá de las puertas de nuestras casas, el Amor que en la santa Eucaristía Jesucristo nos concede; y hacer realidad el deseo y Testamento que nos ha solicitado: «¡hagan esto en memoria mía»!