( I° Dom. Cuaresma B 2024)
Libro del Génesis (Gn 9,8-15)
“Dios dijo a Noé y a sus hijos:
– Yo hago un pacto con ustedes y con sus descendientes, con todos los animales que les acompañaron, aves ganado y fieras con todo los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con ustedes: el diluvio no volverá a destruir la vida ni abra otro diluvio que devaste la tierra.
Y Dios añadió:
– Ésta es la señal del pacto que hago con ustedes y con todo lo que vive con ustedes, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordare mi pacto con ustedes y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.”
Salmo Responsorial (Salmo 24)
R/. Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza.
Señor enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas,
has que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y mi Salvador
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas.
Acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno, es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.
Primera Carta del apóstol San Pedro (1Pe 3,18-22)
“Queridos hermanos:
Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios.
Como era hombre, lo mataron; pero como poseía el espíritu, fue devuelto a la vida.
Con este Espíritu fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas.
Aquello fue un símbolo de bautismo que actualmente los salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro, que está a la derecha de Dios.”
Versículo para antes del Evangelio
“No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Evangelio de san Marcos (Mc 12-15)
En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto.
Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:
– Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia.
Reflexión
Hemos empezado la Cuaresma para seguir el ejemplo de Cristo que, al inicio de su actividad mesiánica en Israel, “durante cuarenta días estuvo en el desierto, dejándose tentar por Satanás” (Mc. 12,15).
Nos hallamos ante un acontecimiento que nos afecta profundamente. La tentación de Jesús en el desierto ha constituido para muchos hombres y mujeres, santos, teólogos, escritores, artistas, un tema fecundo de reflexión y creatividad. ¡Tan profundo es el contenido de este acontecimiento!
Es el Espíritu quien conduce a la Iglesia al desierto de nuevo. La Cuaresma que iniciamos es la gran invitación a dejarnos conducir al desierto, seducidos por Dios, para que nos pueda hablar amorosamente. Caminamos hacia la Pascua, para renovar nuestra fe, para renovarnos a nosotros mismos y llevar nueva vida allí donde cada uno actúa y vive. «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios» nos urge Jesús en el evangelio. Debemos saber aprovechar este tiempo favorable y dar frutos de conversión. «Convertíos y creed», nos reclama la predicación de Jesús.
¿Cómo podemos creer si no escuchamos? ¿Y cómo escuchamos si no hacemos silencio muy en lo hondo de nuestro corazón? Es necesario hacer callar muchas voces y mucho ruido cotidiano, para oír mejor la llamada de Jesús a cambiar, a renovarnos, a revivir la gracia de nuestro bautismo, a morir y resucitar con Él. Esta es la experiencia del desierto, de reflexión, de ayuno, de caridad y de oración que se nos vuelve a proponer, para poder celebrar la Pascua de verdad.
¿Por qué no intentamos cambiar? Ya sé que cuesta creer en la posibilidad de cambiar. Parece difícil o imposible. Quizá ya lo hemos intentado otras veces… ¡Fiémonos de Dios! Para Él nada le es imposible. «Cristo, que murió por los pecados una vez para siempre… para conducirnos a Dios», nos ayudará a realizar un proceso de conversión auténtica. Tengamos confianza, dejémonos conducir hacia el desierto por el Dios de las promesas, para concienciarnos de nuestro mal, de todo lo que impide que seamos auténticos hijos de Dios. Y Él será quien vencerá el mal en nosotros, y nos ayudará a responder decididamente, con generosidad, a su llamada de conversión.
En este momento histórico en que nos encontramos, todos tenemos que hacer consciente que nuestra vida discurre en el mundo entre el bien y el mal. La tentación no es otra que dirigir hacia el mal todo aquello de lo que cada persona puede y debe hacer buen uso.
Si hace mal uso de ello, lo hace porque cede a la triple concupiscencia: concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y orgullo de la vida. La concupiscencia, en cierto sentido, deforma el bien que el hombre encuentra en sí y alrededor de sí, y falsea su corazón. El bien, desviado de este modo, pierde su sentido salvífico y, en vez de llevar al hombre a Dios, se transforma en instrumento de satisfacción de los sentidos y de vanagloria.
Es preciso, sobre todo, que en el tiempo de Cuaresma cada persona, entre en su interior y se dé cuenta de cómo siente específicamente esta tentación, y al mismo tiempo aprenda de Cristo la forma de superarla.
Debemos pedir la gracia de darnos cuenta más claramente de todo lo que nos aleja de Dios y del prójimo. Y de darnos cuenta del desorden general que puede haber en nosotros. Y arrepintiéndonos, ordenarnos según los criterios del Evangelio. Esta es la gracia más grande que la Cuaresma debe producir en todos los cristianos. ¿Quiero hacer caso de Cristo? ¿Quiero escuchar su predicación, acoger su Reino, y creer de verdad? Dejemos que hoy cale hondo esta predicación de Jesús. No seamos personas sordas. Ojalá hoy le escuchemos. Es el mismo Jesús quien nos invita a ello.
Dios es amigo de la vida porque Él mismo es la Vida. Él es Dios de vivos, no de muertos, un Dios que nos asegura que «el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra». Cuando tanta gente vive hoy metida de lleno en una cultura del vacío, «la cultura de la muerte» (Juan Pablo II), que se conforma con un mundo sin sentido, lleno de opresión, de tortura, de guerra, de violencia, de odio; un mundo que nada quiere hacer para que cese el mal de la invasión de la droga entre niños y jóvenes; un mundo que ve indiferente cómo se incrementa la pobreza de tanta gente y su soledad… Ante este mundo que muchos querrían destruir y huir de él, o que intentan no mirar cara a cara. Dios nos recuerda que Él ama la vida y el mundo. Que los quiere intensamente y que desea hacer un pacto perpetuo con los hombres y las mujeres del mundo. El mal no tiene la última palabra. Él interviene en este mundo, por Jesucristo, para salvar, liberar, potenciar y elevar la vida digna de la humanidad. Se nos revela como un Dios que siempre está al lado del hombre y en oposición al mal que lo oprime, lo desintegra y lo deshumaniza. Un Dios que desea el bien de la persona y dice un no radical a todo lo que provoca su esclavitud y su destrucción.
Podemos creer en Dios, Amigo de la Vida, luchando como Jesús contra toda clase de ídolos que conducen a hombres y mujeres hacia la muerte. Toda cosa, persona o ideología que ocupe el lugar de Dios, que arrastre al hombre al vacío y rompa la comunión y el amor es un ídolo.
Hay que luchar contra todos los ídolos. La Cuaresma es un tiempo propicio para tomar conciencia de los ídolos que pueda haber en nuestro vivir personal y comunitario. Pero, ante todo, hay que favorecer todo lo que es vida para el mundo, para las personas. Tenemos que ser amigos de la vida, como Dios lo es. Crear vida donde estamos, ayudar la debilidad de los demás, mejorar la vida para todo el mundo y favorecer proyectos que hagan nacer la vida, la conserven y la enaltezcan. Una vida digna de la persona humana, que Dios ha creado y salvado en Jesucristo.
Si no quieres ceder a las tentaciones, si no quieres dejarte guiar por ellas hacia caminos extraviados, ¡Tienes que ser una persona de oración, que confía absolutamente en Dios, y lo manifiesta con su vida! Es decir, un ser de profunda y viva fe en Jesucristo: muerto en la cruz y resucitado.