«Ten el valor de equivocarte», decía Hégel

La cultura nos ha enseñado a llevar un garrote invisible con el que nos golpeamos cada vez que equivocamos el rumbo o no alcanzamos las metas personales. Hemos aprendido a echarnos la culpa por casi todo lo que hacemos mal y a dudar de nuestra responsabilidad cuando lo hacemos bien. Si fracasamos, decimos: «dependió de mí»; si logramos el éxito: «fue pura suerte». ¿Qué clase de educación es ésta, donde se nos enseña a hacernos responsables de lo malo y no de lo bueno? La autocrítica es buena y productiva si se hace con cuidado. A corto plazo puede servir para generar nuevas conductas, pero si se utiliza indiscriminada y dogmáticamente, genera estrés y es mortal para nuestro auto-concepto. El auto-castigo ha sido considerado equivocadamente, una forma de producir conductas adecuadas.

¿Cómo se llega a tener un auto-concepto negativo? Una forma típica es a través de la autocrítica excesiva. Una elevada autoexigencia producirá estándares de funcionamientos altos y rígidos. Sin embargo, si bien es importante mantener niveles de exigencia personal relativa o moderadamente altos para ser competente, el «corto circuito» se produce cuando estos niveles son irracionales, demasiado altos e inalcanzables. La idea irracional de que debo destacarme en casi todo lo que hago, que debo ser el mejor a toda costa y que no debe equivocarme, son imperativos que llevan a volverse insoportables. Colocar de manera absoluta la felicidad en las metas, es sacarla afuera de tu dominio personal. Así, si la meta no se alcanza, se acaba el mundo. El poeta Runbeck dijo alguna vez: «la felicidad no es una estación a la cual hay que llegar, sino una manera de viajar«.

Las personas que hacen del éxito un valor, que son extremadamente competitivas y manejan estándares rígidos de ejecución, viajan mal. Se han montado al vagón que no es. Quizás la felicidad no este en ser el mejor vencedor, la mejor mamá, la mejor religiosa, o el mejor hijo, sino en intentarlo de manera honesta y tranquila, disfrutando mientras se transita hacia la meta. Un nivel exagerado de autoexigencia genera patrones estrictos de auto-evaluación.

Si posees criterios estrictos para autoevaluarte, siempre tendrás la sensación de insuficiencia. Tu organismo comenzará a segregar más adrenalina de lo normal y la ansiedad interferirá con el rendimiento necesario para alcanzar las metas. Entrarás al círculo vicioso de los que aspiran cada día más y tienen cada día menos.

Los estándares irracionales harán que tu conducta nunca sea suficiente. Pese a tus esfuerzos, las metas serán inalcanzables. Al sentirte incapaz, tu auto-evaluación será negativa. Este sentimiento de ineficacia y la imposibilidad de controlar la situación, te producirá estrés y ansiedad, la que a su vez afectará tu rendimiento alejándote cada vez más de las metas.

Las personas que quedan atrapadas en esta trampa se deprimen, pierden el control sobre su propia conducta e indefectiblemente fracasan.

Si deseas fervientemente el éxito, el poder y el prestigio, temerás al fracaso. Este miedo te hará dirigir la atención más hacia las cosas malas, que a las buenas, con el fin de «prevenir» los errores que tanto temes, desarrollaras un estilo de focalización mal adaptativa orientada a ver en ti mismo sólo lo malo. Esto te llevará a desconocer las aproximaciones a la meta: «llego, o no llego», «estoy o no estoy en la meta».

La auto-observación negativa, al igual que la auto-evaluación y el auto-castigo, genera estrés, disminuye el rendimiento, maltrata el ego y, a largo plazo, afecta el auto-concepto.

Una rápida mirada a las personas que han hecho la historia de la humanidad, muestran que cierta inestabilidad e insatisfacción son condición imprescindible para vivir intensamente. La estabilidad absoluta no existe. Es un invento de los que temen al cambio. La famosa «madurez», tomada al pie de la letra, es el preludio de la descomposición. No temas revisar, cambiar o modificar tus metas si ellas son fuente de sufrimiento. Aunque a nuestros vecinos no les guste. Ser flexible es, sin lugar a dudas, una virtud de las personas inteligentes.

¿Cómo salvar el auto-concepto?

a) Trata de ser más flexible, tanto con otros, como contigo. No pienses en términos absolutistas. No hay nada totalmente bueno o malo. Recuerda que debes tener tolerancia a que las cosas se salgan a veces del carril. Si eres inflexible en tus cosas, chocarás violentamente con la realidad; ella no es total o definitiva. Aprende a soportar, a perdonar y a entender tu rigidez como un defecto, no como una virtud. Las cosas rígidas son menos maleables, no soportan demasiado y se quiebran. Si eres normativo, perfeccionista, intolerante y demasiado conservador, no sabrás qué hacer con la vida. Ella no es así. La gran mayoría de los eventos cotidianos te producirán estrés, porque no son como a ti te gustaría que fueran. Detente, y piensa si realmente lo que dices es cierto. Revisa tu manera de señalar y señalarte. No seas drástico. Cuando evalúes, evita utilizar palabras como, siempre, nunca, todo, o nada. No rotules a las personas (tú incluido) en totalidades. No es lo mismo decir «robó una vez», a decir «es un ladrón». Las personas no «son», simplemente se comportan. La intransigencia genera odio y malestar.

– Permítete no ser tan normativo. Eso no te hará un delincuente. Si tiene cinco días para pagar una cuenta, págala al quinto, y si no hay riesgo legal, al sexto o séptimo. No llegues siempre temprano. Pisa el césped. Intenta gritar en un sitio de silencio. Sé más informal un día, por ejemplo, para ver qué ocurre.

– Trata de no ser perfeccionista. Desorganiza tus horarios, tus ritos, tus recorridos, tu manera de ordenar las cosas, etc. Convive con el desorden una semana. Piérdele el miedo.

– No rotules, ni te auto-rotules. Intenta ser benigno. Habla sólo en términos de conductas.

– Concéntrate en los matices. Piensa más en las alternativas y las excepciones a la regla. La vida esta compuesta de tonalidades, más que por blancos y negros.

– Escucha a las personas que piensan distinto a ti. Esto no implica que debas necesariamente cambiar de opinión, simplemente escucha. Deja entrar la información, y luego decides.

Recuerda: si eres inflexible y rígido con el mundo y las personas, terminarás siéndolo contigo.

Revisa tus metas y las posibilidades reales para alcanzarlas

No te coloques metas inalcanzables. Exíjate de acuerdo a tus posibilidades y habilidades. Intenta disfrutar, «paladear», el subir cada peldaño, como si se tratara de una meta por sí misma. No esperes a llegar al final para descansar y disfrutar. Busca estaciones intermedias. La vida es muy corta para desperdiciarla. Recuerda, si tus metas son inalcanzables, vivirás frustrado y amargado.

No auto-observes sólo lo malo

Si sólo te concentras en tus errores, no verás tus logros. Si sólo ves lo que te falta, no disfrutarás del momento y del aquí y el ahora. «Si llorar por el sol, no verás las estrellas». No estés pendiente de tus fallas como un radar. Acomoda tu atención también a las conductas adecuadas.

No pienses mal de ti

Sé más benigno con tus acciones. Afortunadamente no eres perfecto. No te insultes, ni te irrespetes. Si descubre que el léxico hacia ti mismo es ofensivo, cámbialo. Busca calificativos constructivos. Ejerce el derecho a equivocarte. Los seres aprendemos por ensayo-error, no por ensayo-éxito. El costo de crecer como ser humano es equivocarse, es «meter la pata». Decir «no quiero equivocarme», es hacer una pataleta y un berrinche infantil. Los errores no te hacen mejor o peor, simplemente te curten, te recuerdan que eres humano.

En fin, la autocrítica moderada, la auto-observación objetiva, la auto-evaluación constructiva y tener metas racionalmente altas, son necesarias; pero mal utilizadas, de manera rígida, dura, destructiva y compulsiva, afectan el auto-concepto. Utilizados adecuadamente sirven como una guía alentadora. Socialmente hablando, no se ha enseñado a hacer un buen uso de ellas. Se nos presenta la autocrítica despiadada como un valor y como la llave del éxito, pero posiblemente por desconocimiento, no senos ha alertado de sus posibles consecuencias.

Nuestra cultura pareciera preferir personas psicológicamente perturbadas pero exitosas, a personas psicológicamente sanas pero fracasadas. Sin embargo, el éxito aquí, es secundario. De nada sirve si no se puede disfrutar de el. Exígete, pero dentro de límites razonables. No reniegues de ti.