Píldora de Meditación 514

«Fue ciertamente digno de admiración el hecho de que el ciego de nacimiento recobrara la vista en Siloé; pero, ¿en qué benefició esto a todos los ciegos del mundo?

Fue algo grande y preternatural la resurrección de Lázaro, cuatro días después de muerto; pero este beneficio le afectó a él únicamente, pues, ¿en que benefició a los que en todo el mundo estaban muertos por el pecado?

Fue cosa admirable el que cinco panes, como una fuente inextinguible, bastaran para alimentar a cinco mil hombres; pero ¿en qué benefició a los que en todo el mundo se hallaban atormentados por el hambre de la ignorancia?

Fue maravilloso el hecho de que fuera liberada aquella mujer a la que Satanás tenía ligada por la enfermedad desde hacía dieciocho años; pero ¿de qué nos sirvió a nosotros, que estábamos ligados con las cadenas de nuestros pecados?

En cambio, el triunfo de la cruz iluminó a todos los que padecían la ceguera del pecado, nos liberó a todos de las ataduras del pecado, redimió a todos los hombres (varones y mujeres).

Por consiguiente, no hemos de avergonzarnos de la cruz del Salvador, sino más bien gloriarnos de ella…»

(De las Catequesis de san Cirilo de Jerusalén. En Liturgia de la Horas III, p. 139).

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