(XXXI° Dom. Ord. A 2023)

Libro del profeta Malaquías (Mal 1,14b-2,2b.8-10)

“Yo soy el Rey soberano, dice el Señor de los ejércitos; mi nombre es temido entre las naciones.

Y ahora les toca a ustedes, sacerdotes: Si no obedecen y no se proponen dar la gloria a  mi nombre -dice el Señor de los ejércitos- , les enviaré mi maldición.

Se apartaron del camino, hicieron tropezar a muchos en la ley, invalidaron mi alianza con Leví -dice el Señor de los ejércitos-.

Pues yo los haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos y porque se fijaron en las personas al aplicar la ley.

¿No tenemos todos un solo Padre?

¿No nos creo el mismo Señor?

¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo profanando la alianza de nuestros padres?”

Salmo Responsorial (Salmo 130)

R/. Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor.

Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor.
Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

Primera Carta de san Pablo a los Tesalonicenses (1Ts 2,7b-9.13)

“Hermanos: Les tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos.

Les teníamos tanto cariño que deseábamos entregarles no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque se ganaron nuestro amor.

Recuerden, si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre ustedes el Evangelio de Dios.

También por nuestra parte, no cesamos de dar gracias a Dios porque al recibir la Palabra de Dios, que les predicamos, la acogieron no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en ustedes los creyentes.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Uno solo es su Padre, el del cielo; uno solo es su Maestro, Cristo.”

Aleluya.

Evangelio de san Mateo (Mt 23,1-12)

“En aquel tiempo. Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo:

– En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: hagan y cumplan lo que les digan; pero no hagan lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.

Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame “maestro”.

Ustedes, en cambio, no se dejen llamar maestro, porque uno solo es su maestro y todos ustedes son hermanos.

Y no llamen padre suyo a nadie en la tierra, porque uno solo es su padre, el del cielo.

No se dejen llamar jefes, porque uno solo es su Señor, Cristo.

El primero entre ustedes será su servidor.

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”

Reflexión

Jesucristo, el Señor, es el único Maestro porque Él es la Verdad. Dios es el único Padre porque Él es la Misericordia y porque Él es quien nos ha creado.

La violencia del lenguaje que Jesús adoptará hacia aquellos que se han sentado en la cátedra de Moisés puede sorprender a primera vista, pero es proporcionada a la gravedad del extravío de la vida religiosa que se ha provocado en el pueblo de Israel. La reprensión más fuerte de Jesús se dirige a la hipocresía de los doctores de la ley. Estos fariseos se creían que estaban esforzándose en la aventura de la fe y en la reconstrucción de la vida religiosa de su tiempo. Sabían bien que la fidelidad a la alianza no se reducía a lo cultual, sino que, al contrario, importaba precisar exigencias morales. Ellos que sabían de la existencia de prescripciones más importantes de la ley, buscaron en el interior mismo de la aventura de la fe un terreno de seguridad donde obrar su justicia, buscaron y encontraron el camino más fácil, reduciendo la fidelidad a Dios a la simple observancia de la ley.

En este punto los fariseos doctores de la ley, se descubrieron automáticamente a sí mismos, como mejores que los otros. La hipocresía es manifiesta: quien tiene espíritu farisaico se pone a sí mismo y engaña a los otros. El doctor de la ley tiene toda la apariencia de la verdadera fidelidad a Dios, pero en realidad la religión que testimonia es extraña a la aventura de la fe, pues, conduciendo los hombres a Dios, no hace más que dirigir la mirada sobre sí.

Ante semejante perversión se comprende la reacción fuerte de Jesús. No hay nada, en efecto, más extraño a la religión del Amor, que el legalismo farisaico con su cortejo de consecuencias. Es una actitud y una tentación corrosiva. Cuando en la conciencia del creyente se infiltra el legalismo, el dinamismo propio de la aventura de la fe es bloqueado, aunque las apariencias sean salvadas.

El ideal cristiano es, ciertamente, muy elevado. Pero ¿para qué se acusan los cristianos de afirmar con las palabras aquello que desmienten con los actos? Quizá porque la hipocresía constituye la tentación por excelencia de todos aquellos que quieren recorrer la aventura de la fe.

La hipocresía ha impedido al pueblo judío llegar al reconocimiento del verdadero Mesías. Es un peligro que corre también el pueblo cristiano; de desnaturalizar el mismo rostro del Reino de Dios. Los cristianos no somos más que los judíos contra el riesgo de la hipocresía, porque el orgullo sutil, de una parte, y una cierta inercia espiritual de otra, continúan a obrar en medio de ellos. Más que de una verdadera hipocresía subjetiva y consciente, se trata sobre todo de una hipocresía objetiva que se cubre con hechos y en comportamientos poco claros y decisivos. Pablo reprende a Pedro por una actitud poco franca en la cuestión de las relaciones con los cristianos provenientes del paganismo (cfr. Gál 2,14). La actitud de Pedro no era hipócrita sino prudente, sin embargo, dada su posición de autoridad, ello contribuía a mantener un equívoco que el universalismo cristiano no podía tolerar. Aquellas personas que tienen responsabilidad están, más que los otros, en peligro de comportarse con una cierta hipocresía. Para estar bien con todos, para no tomar decisiones que puedan indisponer, están tentados a no intervenir, a responder de manera evasiva aun cuando se exigiría de ellos una toma de posición clara y decidida, a no comprometerse, aún a riesgo de la impopularidad. Aun en la actual cuestión ecuménica puede infiltrarse actitudes ambiguas, mientras se requiere claridad y precisión para que el diálogo no dañe en objetividad. Las posiciones veladas, las declaraciones ambiguas, una falsa prudencia para eludir los problemas, sirven sólo para crear ilusiones y alejar siempre más allá el encuentro fraterno y leal. “Es necesario absolutamente exponer con claridad toda la entera doctrina de nuestra fe católica” (cfr. AA, 4f).