(XI° Dom. Pascua A 2023)
Libro del Éxodo (Ex 19,2-6)
“En aquellos días, los israelitas, al llegar al desierto de Sinaí, acamparon allí frente al monte.
Moisés subió hacia Dios. El Señor le llamó desde el monte diciendo:
– Así dirás a la casa de Jacob y esto anunciarás a los israelitas: “Ya han visto lo que he hecho con los egipcios y cómo a ustedes los he llevado sobre alas de águila y los he traído mí. Ahora, pues, si de veras escuchan mi voz y guardan mi alianza, ustedes serán mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.”
Salmo Responsorial (Salmo 99)
R/. Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Aclama al Señor, tierra entera,
sirvan al Señor con alegría,
entren en su presencia con vítores.
Sepan que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.
Carta de san Pablo a los Romanos (Rm 5,6)
“Hermanos: Cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; -en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir-; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera!
Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!
Y no sólo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Está cerca el Reino de Dios. Conviértanse y crean la buena noticia”
Aleluya
Evangelio de san Mateo (Mt 9,36-10,8)
“En aquel tiempo, al ver Jesús a las gentes se compadeció de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen pastor”. Entonces dijo a sus discípulos:
– La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.
Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago de Alfeo, y Tadeo; Simón el fanático, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: – No vayan a tierra de paganos ni entren en las ciudades de Samaría, sino vayan a las ovejas descarriadas de Israel.
Vaya y proclamen que el reino de los cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios. Gratis han recibido, den gratis.”
Reflexión
¡Qué grandes son algunos árboles, como las míticas sequoias o los chopos! ¡Qué grandes son algunos animales, como los elefantes, las ballenas o los rinocerontes! ¡Qué inmensos, sobre todo, fueron los grandes hombres de la historia! Y todos ellos nacieron de una minúscula semilla. ¿Quién hubiera podido adivinar que de aquella unión entre un microscópico espermatozoide y un óvulo saldrían Miguel Ángel, Bernini o Mozart, Cervantes u Homero, Velázquez o Teresa de Jesús, etc? Según las últimas investigaciones, el mundo comenzó hace dieciocho mil millones de años por un corpúsculo, como una pequeña semilla, donde estaba concentrada toda la materia del universo, que luego se fue expandiendo y formando incontable número de galaxias, con miles de billones de estrellas cada una (hasta hoy se han descubierto 365 galaxias.
Dios sabe partir de lo pequeño para hacer obras grandes. Si la primera creación es tan grandiosa, mucho mayor aún es la segunda, en la que los hijos de los hombres podemos llegar a ser hijos de Dios. Y para ello, ¡qué pequeño se hizo el infinito, encarnándose en el seno de María en un embrión humano! Luego, en un frágil bebé, un niño, un adolescente, un joven, un hombre como los demás, ni más ni menos…
Aquella simiente se ha convertido en un gran árbol que vive y crece desde hace siglos, sigue echando nuevas ramas y flores en cada primavera y da sus frutos a todos los hombres de la Tierra. Nosotros no debemos olvidar nuestro modesto origen, y la roca de la que fuimos cortados como dice el profeta Isaías. El Señor «humilla a los árboles altos y ensalza los árboles humildes»; prefiere trabajar con pequeñas semillas…
¿Habrá algo más grande y, al mismo tiempo, de aspecto tan humilde como la Eucaristía que la Iglesia celebra cada día? Pues esta pequeña levadura está fermentando, día a día, toda la masa con su fuerza infinita.
Esta realidad nos ayuda a comprender mejor el mensaje de la liturgia de este domingo.
«Jesús se compadecía de las gentes porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Llamando a sus doce discípulos, los envió».
Jesús era testigo de las desviaciones doctrinales y jerárquicas que habían sumido al pueblo de Israel en una situación sin salida. Frente a este espectáculo desolador, el evangelio dice que Jesús, «al ver a las gentes, se compadecía de ellas porque andaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor». Es fácil imaginar a los jerarcas judíos entretenidos en sus conspiraciones internas y ver por todo Israel a los escribas y fariseos pontificando irresponsablemente y asustando a los pequeños con las amenazas de un Dios lejano y castigador. Aquellos pastores estaban construyendo una religión del miedo porque predicaban a un Dios que excluía de su seno a los pobres del mundo a los que no llega ninguna Buena Noticia del amor de Dios. Cabe pensar entonces, que en el corazón de esas pobres gentes se estaba sembrando miedo, angustias, desorientación y desolación. A Jesús le daban lástima las multitudes. Es que tenía delante las ruinas del viejo Pueblo de Dios. Frente a todo esto, Jesús se propone reconstruir un nuevo pueblo de Dios. La tarea es inmensa: «La mies es abundante y los obreros pocos». Parece que Jesús siente en esos momentos el agobio y la urgencia; es trabajoso sacar de aquellas ruinas un Pueblo de Hijos… hay mucho que hacer… ¡Jesús busca trabajadores para que continúen su obra!
Esta es la misión propia de Jesús: «recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la buena noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias». Va a prolongarse en el mundo por medio de sus discípulos de ayer y de hoy. Es para Él y para ellos la hora de la compasión con sus hermanos y hermanas.
La situación de las gentes «como ovejas sin pastor» se repite en la historia de Israel y en el mundo actual: Vivimos el desconcierto, abatimiento y abandono por falta de buenos guías. El envío de apóstoles al mundo para convocar a los hombres y reunirlos en su Iglesia, será siempre iniciativa del Señor y dueño de la mies.
El envío de los discípulos en el evangelio lo atestigua ya: Jesús hace partícipes a sus discípulos de su poder misional. Pueden y deben anunciar la llegada del Reino de Dios, pero también curar enfermos, resucitar muertos y arrojar demonios. En el Libro de Hechos de los Apóstoles se narran muchos ejemplos en donde sucede estas realidades misionales.
En contraste con el viejo Pueblo de Dios levantado sobre doce patriarcas, Jesús se propone levantar su nuevo Pueblo de Hijos sobre doce hombres sin relevancia social. En ellos no hay prestigio previo ni parece que tienen capacidades especiales. Son casi todos pescadores. Jesús los equipa con poderes maravillosos para que puedan proclamar el Reino, curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos y arrojar demonios.
Desde ese momento, la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios y somos depositarios de sus poderes salvadores, poderes asombrosos de los que con frecuencia ni siquiera tenemos conciencia. Evangelizar es la dicha y la vocación de la Iglesia. Jesús nos quiere disponibles, con la libertad de la pobreza, sin tanto bagaje y peso inútil que instalan y entorpecen el anuncio del Reino de Dios.
Hay que orar mucho al dueño de la mies: pero hay que hacerlo con el corazón.