(XXXII° Dom. Ord. A 2023)

Libro de la Sabiduría (Sb 6,13-17)

“Radiante e inmarcesible es la sabiduría; fácilmente la ven los que la aman y la encuentran los que la buscan.

Se anticipa a darse a conocer a los que la desean.

Quien temprano la busca no se fatigará, pues a su puerta la hallará sentada.

Pensar en ella es prudencia consumada, y quien vela por ella pronto se verá sin afanes.

Ella misma busca por todas partes a los que son dignos de ella; en los caminos se les muestra benévola y sale al encuentro en todos sus pensamientos.”

Salmo Responsorial (Salmo 62)

R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti,
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo.

Primera Carta de Pablo a los Tesalonicenses (1Tes 4,12-17)

“Hermanos: No queremos que ignoren la suerte de los difuntos para que no se aflijan como los hombres sin esperanza.

Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él.

Esto es lo que les decimos como Palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para su venida, no aventajaremos a los difuntos.

Pues él mismo, el Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar.

Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire.

Y así estaremos siempre con el Señor.

Consuélense, pues, mutuamente con estas palabras.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Estén en vela y preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre”.

Aleluya.

Evangelio de san Mateo (Mt 25,1-13)

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

– El Reino de los cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo.

Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas.

Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.

El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.

A medianoche se oyó una voz:

“¡Que llega el esposo, salgan a recibirlo!”

Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas.

Y las necias dijeron a las sensatas:

“Danos un poco de su aceite, que se nos apagan las lámparas.”

Pero las sensatas contestaron:

“Por si acaso no hay bastante para ustedes y nosotras, mejor es que vayan a la tienda y lo compren.”

Mientras iban a comprarlo llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.

Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:

“Señor, Señor, ábrenos.”

Pero él respondió:

“Les aseguro: no las conozco.”

Por tanto, velen, porque no saben el día ni la hora.”

Reflexión

El salmo de este domingo repite: «Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío». No es sólo una vieja oración. Nosotros también tenemos sed de Dios.

Si acudimos a una Eucaristía es porque esa sed de Dios nos ha llevado hasta ella. Buscamos algo. Esperamos algo. Deseamos algo. Y en la Eucaristía no podemos buscar sino al Señor. Deseamos sentir a nuestro lado su presencia, su cariño, su voz que nos ilumina y nos da fuerza para seguir en el camino del Evangelio. Esta sed de Dios ha acompañado a los cristianos a lo largo de la historia.

En cada Eucaristía, después de la consagración, decimos: «Ven, Señor Jesús». Estas palabras no nos las hemos inventado nosotros ahora. Es una oración muy antigua que ya rezaban los primeros cristianos. En el fondo es como un grito de los pobres pidiendo ayuda a Dios para cambiar el rumbo de la vida. Como si dijeran: Ven, Señor, a arreglar nuestro mundo. Es imaginable que las gentes que rezaban así se sentían desbordados por muchos problemas y sufrimientos. Venían a decirle al Señor: Ven para que cesen las guerras, las tiranías, el hambre, las injusticias, la violencia, la corrupción. Ven para que surja el cielo nuevo y la tierra nueva donde todos podamos vivir la fraternidad y el Amor de Dios.

Aquellos primeros cristianos tenían sed de Dios. Pero, además, en sus ambientes, había un detalle nuevo: no sólo tenían sed de Dios, sino que esperaban que Jesús apareciera en su segunda venida en cualquier momento para construir el mundo nuevo. Tenían el presentimiento de que la venida de Jesús era inminente. Sin embargo, iban pasando los años y la espera se les hacía larga. En la comunidad donde se escribió este evangelio debían aparecer ya signos de cansancio y de relajación.

Seguramente que se estaba perdiendo la primera intensidad de vida cristiana. Y este dato debió preocupar al evangelista que escribe en su evangelio la parábola de este trigésimo segundo domingo.

Habla Jesús de un novio que tiene que venir, pero se está retrasando. Las muchachas del cortejo nupcial se cansan de esperar al esposo. Esta parábola refleja lo que estaba ocurriendo en aquella comunidad. Hay personas en la comunidad que mantienen con intensidad su vida cristiana. No se descuidan. Pero también hay otras personas que ya se han cansado y están abandonando su fe. Su destino final es que no podrán entrar en la fiesta de bodas. Termina Jesús diciendo a todos: «Estén vigilantes, porque no saben el día ni la hora».

El mensaje es claro: hemos de seguir viviendo nuestro cristianismo con intensidad, sin descuidos, sin cansarnos, sin abandonar nunca, empeñados en mantener viva la fe, la oración, el amor a Dios y el compromiso por los pobres.

El evangelio contiene un detalle muy hermoso. ¡Esperamos al Esposo! No habla de un Dios justiciero o castigador que viene a ajustarnos las cuentas y que nos produce miedo, sino de un Esposo que empieza la Fiesta. Lo resalto porque este evangelio se ha utilizado para meter miedo, como diciendo: hay que estar preparados porque a la hora que menos pensemos nos llega la muerte y hay que dar cuentas de nuestra vida ante Dios. Pero Jesús quiere animarnos a vivir nuestro cristianismo con intensidad para poder disfrutar de su Fiesta.

Creo que para nosotros también hay una llamada a revisar los cansancios, las ruinas, las grietas y las señales de relajación en nuestra vida cristiana. Seguramente que de todo esto hay algo en nosotros. Habremos de estar vigilantes para recuperar nuestra sed de Dios y poder decir de corazón: ¡Ven, Señor, Jesús!