(III° Dom. Pascua A 2023)
Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,14.22-33)
“El día de Pentecostés, se presentó Pedro con los once, levantó la voz y dirigió la palabra:
– Escúchenme israelitas: Les hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocen. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, se lo entregaron, y ustedes, por mano de paganos, lo mataron en una cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice:
Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia.
Hermanos, permítanme hablarles con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo: cuando dijo que “no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción”, hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos.
Ahora, exaltado, por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que están viendo y oyendo.”
Salmo Responsorial (Salmo 15)
R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida”.
Protégeme Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: “Tú eres mi bien.”
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano.
Bendeciré al Señor que me aconseja;
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena:
Porque no me entregarás a la muerte
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
Primera Carta del apóstol san Pedro (1Pe 1,17-21)
“Queridos hermanos:
Si llaman Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomen en serio su proceder en esta vida.
Ya saben con qué los rescataron de ese proceder inútil recibido de sus padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien.
Por Cristo ustedes creen en Dios, que lo resucitó y le dio gloria, y así han puesto en Dios su fe y su esperanza.”
Aleluya
Aleluya.
“Señor Jesús. Explícanos las Escrituras. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas.”
Aleluya.
Evangelio de san Lucas (Lc 24,13-35)
“Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban conversando sobre todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
– ¿Qué conversación es esa que traen mientras van de camino?
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
– ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?
Él les preguntó:
– ¿Qué?
Ellos le contestaron:
– Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió eso. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les dijo:
– ¡Qué necios y torpes son para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo:
– Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:
– ¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo:
– Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.”
Reflexión
Durante este tiempo de Pascua las lecturas de la Liturgia Eucarística nos van hablando de las experiencias pascuales de la primitiva comunidad cristiana. Son relatos muy sencillos que reflejan las dificultades que tuvieron para creer aquellos cristianos, el asombro y la alegría que experimentaron al ver al Señor Resucitado y los cambios profundos que experimentaron en sus vidas.
El evangelio de este domingo tiene este estilo. Dos cristianos que abandonan la comunidad de Jerusalén para volver a su vida anterior, regreso cargado de desesperanza y de fracaso, pues no han podido soportar el “escándalo de la cruz”. Habían creído en Jesús como en «un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante el pueblo», pero después de muerto en una cruz han pasado los días y no ha ocurrido nada; entonces, han caído en un profundo vacío y desconcierto.
Mientras la pequeña comunidad cristiana, llena de dudas y desasosiegos, aún continúa en Jerusalén, estos discípulos, para quienes han terminado las ilusiones y sueños bonitos de liberación, la abandonan regresando a la vida que tenían antes de conocer a Jesús. Mientras tanto, el Amor de Jesús que no duerme, anda en ese primer día recuperando a sus amigos dispersos y dice el evangelio que «Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar con ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo». Por el camino le manifestaron a Jesús sus viejas ilusiones, su decepción y desconsuelo; también, el sobresalto que habían producido las mujeres en la comunidad cristiana por encontrar el sepulcro vacío, pero el sepulcro vacío no era suficiente. Entonces, Jesús les habló haciendo «arder su corazón». Es el reencuentro con la Luz de Dios que llega a los misterios hondos de la vida. Poco después reconocerían asombrados y felices a su Señor al partir el pan y fue el momento de regresar contentos a la comunidad para contar y compartir su primera experiencia pascual. En la comunidad ya hay un grito de fe unánime: «Era verdad. Ha resucitado el Señor». Es que Jesús resucitado volvía a reunir en comunidad a sus amigos y hacía fuerte la fe de todos. Ese primer día de la semana fue denso en acontecimientos bonitos y quedó marcado para siempre en la memoria cristiana como «día del Señor» con sabor a Resurrección.
Este relato evangélico no es sólo un conjunto de hechos históricos pasados. Es una narración de fe. Contiene una experiencia hermosa de la primera comunidad cristiana, experiencia que ahora nosotros recibimos y alegra nuestro corazón. Nosotros somos también la comunidad de amigos de Jesús resucitado. «El Señor nos ha rescatado, no con bienes efímeros de oro o plata, sino al precio de su sangre». Disfrutamos de su cariño y no quiere que nos perdamos fuera de la comunidad cristiana. Es verdad que muchas situaciones actuales de dentro y fuera de la Comunidad cristiana nos sacuden violentamente y, en ocasiones, hacen tambalear la fe de los creyentes y amenazan con romper los vínculos de la comunidad maternal que nos acoge. No olvidemos que el “escándalo de la cruz” nos puede introducir en las tinieblas de la noche oscura. Necesitamos que el Señor nos ilumine el misterio hondo de las cosas. Cada uno conocemos nuestras pruebas de fe y nuestras tentaciones más íntimas. ¿Vamos solos por los caminos de la vida o el Señor también camina con nosotros con su rostro desconocido? No tenemos respuestas definitivas, pero al final reconocemos y descubrimos al Señor que nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan. Es nuestra personal experiencia de la Pascua. Nuestro Señor resucitado también cuida esmeradamente de cada uno de nosotros.