(III° Dom. de Adviento B 2024)

Lectura del profeta Isaías (Is 61,1-2ª. 10-11)

“El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque el Señor me ha ungido.

Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.

Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.

Como la tierra echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos.”

Salmo Responsorial (Luc 1,46…54)

R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí;
Su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo,
Acordándose de la misericordia.

Primera Carta de Pablo a los Tesalonicenses (1Tes 5,16-24)

“Hermanos: Estén siempre alegres. Sean constantes en orar. En toda ocasión tengan la acción de gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de ustedes.

No apaguen el espíritu, no desprecien el don de profecía; sino examínenlo todo, quedándose con lo bueno.

Guárdense de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz les consagre totalmente, y que todo su ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la parusía de nuestro señor Jesucristo.

Él que los ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres.”

Aleluya.

Evangelio de san Juan (Jn 1,6-8.19-28)

“Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan; éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:

– ¿Tú quién eres?

Él confesó sin reservas:

– Yo no soy el Mesías

Le preguntaron:

– Entonces ¿qué? ¡Eres tú Elías?

Él dijo:

– No lo soy

– ¿Eres tú el Profeta?

Respondió:

– No.

Y le dijeron:

– ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?

Él contestó:

– Yo soy “la voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor” (como dijo el profeta Isaías)

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:

– Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?

Juan les respondió:

– Yo bautizo con agua; en medio de ustedes hay uno que no conocen, el que viene detrás de mí que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.”

Reflexión

Sabemos por experiencia que cuando Dios irrumpe en nuestra vida se producen cambios muy profundos, como si empezara una época nueva. Nuestras obras tienen una marca especial, una señal clara: son «acciones del Reino» y tienen la hermosura de las cosas de Dios. Cuando en un pueblo o en un barrio se cuida con cariño y esmero a los niños, jóvenes y ancianos, cuando se atiende con ternura y cuidado a los pobres y a los enfermos, y las personas se desviven por ayudar a solventar a las necesidades de la comunidad humana… hay señales de la presencia de Dios entre nosotros.

Esa vida nueva no nace del egoísmo ni del afán de dinero o de sobresalir. Nace del Amor de Dios que invade los corazones. Por eso el ambiente de muchas comunidades que he visitado, cada vez me parece más bonito. ¿Hasta dónde llegaremos? No lo sé, pero yo sueño con un futuro cada vez más hermoso, sobre todo, para los más pobres y necesitados y desgarrados en su dignidad. Estoy convencido que nuestro Dios anda con nosotros y atenderemos mejor a nuestros niños, a nuestros jóvenes, a nuestros ancianos, a nuestros pobres, a nuestros enfermos, a nuestras gentes más rotas y funcionarán mejor los grupos, los colegios, las universidades, nuestra Parroquia y la Diócesis. Estoy convencido que, a pesar de los graves nubarrones que cubren nuestra sociedad en este momento, la vida será más bonita porque el Señor nos va haciendo más generosos, más serviciales, más sencillos, y nos dará una fecundidad especial en nuestros trabajos diarios cuando extendemos el Reino de Dios que Él vino a traernos. Nuestras obras tendrán esa hermosura de las cosas de Dios.

Al decir esto estoy pensando en las señales que dio Jesús cuando comenzaba su predicación de la llegada del Reino, y vinieron los enviados de Juan Bautista para ver si Jesús era el Mesías de Dios o había que esperar a otro. Comenzaba entonces algo hermoso, algo nuevo. Empezaba a cambiar la suerte de los pobres. Y esto no eran palabras vacías ni sueños de un soñador. Lo estaban viendo los que buscaban señales de Dios en la vida. Eran hechos no simples palabras. Había iniciado la era del Mesías que soñó el profeta Isaías. Ha empezado para nosotros la gran fiesta del Amor de Dios.

En este tercer domingo de Adviento hay una invitación especial a la alegría, a tomar conciencia de la presencia salvadora del Señor entre nosotros. Ha empezado lo nuevo. Juan Bautista, que era más que profeta y el más grande de los nacidos de mujer, fue sólo el mensajero que probaba el camino de lo nuevo. Desde entonces estamos en la fiesta del Amor de Dios porque el Señor anda en nuestra vida.

Como ustedes saben, nuestro mundo tiene demasiadas heridas abiertas y nuestra pobre existencia está plagada de rutina y sinsabores. Muchas personas (varones y mujeres) están fuera de la fiesta de nuestro Dios. Pidámosle a nuestro Padre celestial, que los expulsados no sean los pobres y desvalidos. La Navidad a la que nos estamos preparando es como el abrazo de Dios con sus hijos más pobres. Ellos son los inventores del Adviento. En ellos resplandecen las señales del Reino de Dios.

La cercanía de la salvación, la cercanía del Señor, nos invita a alabar y glorificar a nuestro Dios.

Algunos pueden preguntar y preguntarse, pero ¿cómo podemos alabar a Dios, si soy desplazado, víctima de la violencia y vivo en la pobreza, en el dolor, en la angustia y en el miedo, en la enfermedad, en la soledad y en la injusticia y todo tipo de violencia corrupción y mentira?

Tenemos que tener siempre presente que Dios quiere la felicidad de todos -varones y mujeres-. Todos debemos saber que la Buena Nueva de la salvación es un mensaje de gloria y de liberación, de paz y de alegría.

Es verdad que hay alegrías superficiales. Las personas hemos inventado muchos trucos para producir la alegría: el vino, la comida abundante, la música, el baile, goces pasajeros, etc. Sin embargo, la única alegría posible es la que nace del corazón. No son las cosas exteriores la fuente de la alegría auténtica; es la cercanía amorosa de Dios, es el hombre en paz consigo mismo, en fraternidad con los demás y en armonía con el universo.

Las alegrías más espontáneas en cada uno son aquellas que nacen de las seguridades de la vida cotidiana, percibidas como bendiciones de Dios: las alegrías del trabajo bien hecho, la alegría de un alimento fraterno, la alegría de un matrimonio feliz, la alegría de una familia unida, la alegría del amor, la alegría de un nacimiento, la alegría de una meta alcanzada o de un triunfo… En la raíz misma de la alegría, como ya se afirmó, está Dios, como fuente de Vida, de Paz y de Amor. Esta realidad es la que se encuentra en aquellos que se hacen pobres delante de Dios y atienden a todo lo que Él les indica y son fieles a su Amor. Nada ni nadie puede disminuir este gozo, ni siquiera las pruebas más difíciles, pues la alegría de Dios es fortaleza.

¡No teman! Viene nuestro Dios en persona y nos salvará… Ya ha empezado para nosotros la gran fiesta del Amor de Dios. En este tercer domingo de adviento hay una invitación especial a la alegría, a tomar conciencia de la presencia salvadora del Señor entre nosotros. Ha empezado lo nuevo.