(XIII° Dom. Ord. C 2022)

Primer Libro de los Reyes (1R 19,16b.19-21)

“En aquellos días, el Señor dijo a Elías:

– Unge como profeta sucesor a Eliseo, hijo de Safat, natural de Abel-Mejolá. Elías se marchó y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando, con doce yuntas en fila y él llevaba la última. Elías pasó a su lado y le echó encima su manto. Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió:

– Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo.

Elías contestó:

– Ve y vuelve, ¿quién te lo impide?

Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a sus órdenes.”

Salmo Responsorial (Salmo 15)

R/. El señor es mi lote y mi heredad.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: “Tú eres mi bien.”
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en su mano.

Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena:
porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Carta de san Pablo a los Gálatas (Gál 4,31b-5,1. 13-18)

“Hermanos: Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manténganse firmes, y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud. Hermanos, su vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sean esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: “Amarás al prójimo como a ti mismo.”

Pero, atención: si se muerden y devoran unos a otros, terminarán por destruirse mutuamente. Yo les digo: anden según el Espíritu y no realicen los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que no hacen lo que quisieran. Pero si les guía el Espíritu, no están bajo el dominio de la ley.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Habla, Señor, que tu siervo escucha. Tú tienes palabras de vida eterna.”

Aleluya.

Evangelio de san Lucas (Lc 9,51-62)

“Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.

De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.

Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:

– Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?

Él se volvió y les regaño. Y se marcharon a otra aldea.

Mientras iban de camino, le dijo uno:

– Te seguiré adonde vayas.

Jesús le respondió:

– Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde declinar la cabeza.

A otro le dijo:

– Sígueme.

Él respondió:

– Déjame primero ir a enterrar a mi padre.

Le contestó:

– Deja que los muertos entierren a sus muertos: tú vete a anunciar el Reino de Dios.

Otro le dijo:

– Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.

Jesús le contestó:

– El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios.”

Reflexión

Estamos celebrando el décimo tercer domingo del tiempo ordinario. Les recuerdo que estamos en el Ciclo de Lecturas dominicales “C”, y en este domingo la Liturgia nos propone a la reflexión el capítulo 19 del Primer Libro de los Reyes, continuamos leyendo el capítulo quinto de la Carta de san Pablo a los Gálatas, y seguimos con el capítulo nueve del evangelio de san Lucas.

Ya ubicados nuevamente en la catequesis dominical de cada semana, comencemos nuestra reflexión recordando cómo las aves migratorias recorren miles de kilómetros sin vacilar y en determinada época del año, sin desviarse y sin demorarse, en una dirección determinada, hacia un sitio fijo. Esto lo descubrimos también en la vida de grandes hombres y mujeres en el transcurso de los siglos, en los diversos campos de la vida humana, que se han movido por un proyecto, un ideal, una empresa que centraba sus vidas, como la aguja imantada apunta siempre al Norte. Son científicos, exploradores, santos, artistas, fundadores y hasta políticos…, que han sabido entregarse totalmente a una vocación, a una llamada, a un ideal o a una utopía.

En este sentido, la vida de Jesús de Nazaret es como una flecha que vuela segura e imparable al blanco, a cumplir con la misión encomendada por el Padre Celestial: el misterio de la Redención de toda la humanidad. San Lucas destaca este dinamismo del Señor, siempre en camino hacia la meta. En esta ocasión nos presenta a Jesús comenzando su último viaje, que pasa por la cruz, pero que no es el fin, sino la puerta de entrada: «Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén». Ése es su último destino, y todo lo demás es para Él secundario. Igualmente debe serlo para sus discípulos, para los cristianos.

En su camino hacia Jerusalén, Jesús de Nazaret buscaba acompañantes, para llevarlos a su Reino. Igual que a estos, todos nosotros somos llamados, en cualquier circunstancia de nuestra vida. Él quiere que otros continúen su camino: personas llamadas que tienen que llamar, invitados que tienen que invitar, como hizo Elías a Eliseo (cfr. Re 19,16b. 19-21).

El tema central de la catequesis de este domingo es la libertad, que trata san Pablo en el capítulo quinto de su Carta a los Gálatas. Él nos dice que nosotros hemos sido hechos para vivir en libertad, porque Cristo nos ha liberado. Esta libertad es la liberación de todo aquello que no es de Dios y nos aleja de Él, como es el egoísmo, el orgullo, la soberbia, la autosuficiencia, la discordia y las tentaciones de la carne. Para vencer esta inclinación y tentación y lograr la libertad de los hijos, san Pablo nos aconseja que nos dejemos guiar por el Espíritu, pues la libertad de los hijos de Dios, procede del Amor.

La libertad de los hijos de Dios es semejante a la libertad que ofrece el profeta Elías a Eliseo. Dios no presiona al elegido, no lo obliga a elegir, sino que le presenta la bondad de estar con Él. Y la persona llamada es quien decide aceptar la invitación para seguirle o rechazarle. Jesús, en el Evangelio, invita a seguirle; pero cuando los discípulos le hacen alguna petición (ir a enterrar al padre o despedirse de su familia), les responde: “deja que los muertos entierren a sus muertos”; “el que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no es digno para el Reino de Dios”. Así pues, seguir al Señor es tomar una decisión radical, sin ninguna concesión. Ésta exigencia no quiere decir que tengamos que botar a la familia, a los amigos, a las personas cercanas y queridas, sino que hay necesidad de relativizar todo por el Reino de Dios, pues, en Cristo tenemos la plenitud de la Esperanza, la que nos ofrece Jesús al concedernos la vida eterna.

El Señor, al invitarnos a seguirle, llama a la auténtica libertad, a la santidad, y nos exige llevar una vida nueva y diferente, pues, tenemos que distinguirnos por la calidad, sentido u orientación y compromiso de nuestra vida personal. El que quiera seguir a Cristo debe despojarse de todo aquello que no es de Dios.

Jesucristo no exige que sus apóstoles y discípulos que le siguen, sean de la noche a la mañana ya santos. Él comprende la realidad de nuestra naturaleza humana. El Señor exige a sus seguidores que no le pongan condiciones para seguirle y que más bien pongan toda su confianza en Él, sin guardar nada para sí y que su entrega sea sin reservas, pues, si dejamos algo de lo nuestro, difícilmente podremos seguirle.

Sólo cuando lleguemos a comprender y a proclamar “Señor, Tú eres mi bien, Tú eres mi lote y mi heredad”, se da el primer paso hacia la entrega radical, que se producirá más adelante, después de alcanzar un mayor conocimiento y confianza en el Señor, que nos hace decir: “con Dios todo es posible”, “Dios todo lo puede, “Sólo Dios basta”.

Como hay tantas necesidades en todas partes, el Espíritu espande los carismas y vocaciones para el bien de la Iglesia y el servicio del mundo. Todos debemos tener siempre presente que allí donde hemos sido colocados, podemos servir para algo y servir en algo a alguien. Sigamos el ejemplo de nuestro Señor Jesús que nos sirve la mesa en la Eucaristía, su misma vida en alimento, como viático para un largo camino. Nuestra vida es un viaje, y no podemos ir con la casa a cuestas, como el “caracol ermitaño» que carga su caparazón encima, sino libres de equipaje, como lo hizo el Señor. Somos aves de paso que nos dirigimos hacia el Reino de Dios… Que el Señor Jesús nos bendiga en este día, y nos dé la gracia de permanecer siempre como fieles discípulos suyos.