¿O bien nos impone límites, deberes, cargas, que hacen la vida triste e infeliz, o menos feliz, menos plena que otra que no se califica de cristiana?
La vida quiere ser gozada inmediatamente; la felicidad atrae como un derecho soberano; y la felicidad parece ser el placer, el gozo de las experiencias instintivas, fáciles, egoístas.
Este es el paradigma acostumbrado del desarrollo juvenil, que conduce al descubrimiento de sí y del mundo, y plantea la búsqueda urgente de los caminos más rápidos y más directos a la felicidad libre, sensible, pasional. ¿Tentación o solución? Recordemos la historia simbólica del «hijo pródigo», cuya figura conocidísima dibuja el Evangelio en breves, pero seguras líneas (Lc 15,11ss).
Podríamos aludir en este punto a la tendencia de cierta pedagogía moderna, que trata de justificar este estilo instintivo de vida como el más lógico y verdaderamente más feliz: abolir los deberes, los frenos, los límites, y dar expansión, gozo, a los instintos y a los intereses subjetivos sería la forma liberadora para el hombre moderno, el rescate de tantos tabúes de la educación tradicional y puritana de los tiempos ya superados. Con tal de que queden a salvo las normas de la higiene (y, desgraciadamente, no siempre si siquiera éstas) y las de una cierta conducta social, todas las demás estructuras éticas y espirituales no sirven sino para hacer desgraciada la vida. Vuelve, en apogeo triunfante, el naturalismo inocentista de los tiempos pasados con sus manifestaciones epicúreas o con sus defensas de la primacía de la vida hedonística, física y pagana. ¿Estará aquí la felicidad?
Está claro que la concepción cristiana de la vida se opone neta y profundamente a semejante género de felicidad. Por ahora, digámoslo todo con una palabra: el soporte de la vida cristiana es la cruz. Es considerada la cruz como escándalo y necedad por el mundo no cristiano, pero para nosotros, nos enseña san Pablo desde la primera confrontación de su mensaje con el mundo circundante, Cristo crucificado es poder de Dios, es sabiduría de Dios (cf 1Cor 1,23ss).
Pero formulemos de nuevo la pregunta con alguna ansiedad; ¿es triste o alegre la vida cristiana? La respuesta es luminosa y beatificante: la vida cristiana es alegre por su naturaleza, es feliz por su genio original, que excede el concepto común de la existencia humana, es bienaventurada porque así la proclama el mensaje evangélico de las bienaventuranzas y así la promete y desde ahora la asegura la palabra de Cristo: «Os he dicho estas cosas para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo» (Jn 15,11).