(XII° Dom. Ord. B 2024)

Libro de Job (Jb 38,1. 8-11)

“El Señor habló a Job desde la tormenta:

– ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y niebla por pañales, cuando le puse un límite con puertas y cerrojos, y le dije: “¿Hasta aquí llegarás y no pasarás, aquí se romperá la arrogancia de tus olas”?”

Salmo Responsorial (Salmo 106)

R/. Den gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

(Los hijos de Israel) entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.

Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto;
subían al cielo, bajaban al abismo,
el estómago revuelto por el mareo.

Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.

Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.

Segunda Carta de san Pablo a los Corintios (2Cor 5,14-17)

“Hermanos: Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron.

Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

Por tanto, no valoramos a nadie por criterios humanos.

Si alguna vez juzgamos a Cristo según tales criterios, ahora ya no.

El que vive con Cristo es una creatura nueva.

Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Un gran Profeta ha surgido entre nosotros, Dios ha visitado a su pueblo.”

Aleluya.

Evangelio de san Marcos (Mc 4,35-40)

“Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:

– Vamos a la otra orilla.

Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron diciéndole:

– Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?

Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:

– ¡Silencio, cállate!

El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:

¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?

Se quedaron espantados, y se decían unos a otros:

– ¿Pero, quien es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”

Reflexión

Al acercarnos al texto del Libro de Job y al textondel Evangelio de san Marcos, que en este domingo nos presenta la Liturgia católica, descubrimos que Dios se revela como un Dios que es Señor del mar.

La actitud, el gesto de calmar el mar alterado por la aparición de un huracán, revela la autoridad, el señorío de Cristo, que lleva a que los discípulos llenos de miedo y asombrados a la vez, se pregunten: “¿Quién es este, que hasta el viento y las aguas le obedecen?” (Mc 4,41).

San Marcos deja ver la actitud de Jesús y la de los apóstoles. Mientras Jesús descansa tranquilo y sosegado por el abandono puro y absoluto en el Padre, y duerme totalmente seguro en el regazo de Dios durante la tempestad, los apóstoles que aún no tienen una fe sólida, sino que es una mezcla de miedo y confianza, se desesperan al ver que las olas van a voltear la barca, y aterrorizados llaman al Señor para que les ayude.

La tormenta y el temor que rodea la escena de Jesús y sus discípulos en medio del lago de Tiberiades, muestra que llegará el momento en el que también Jesús va a experimentar miedo y angustia cuando lleve sobre sí el peso de todos los pecados del mundo, que como una gran ola se abalanza sobre él, siendo la más grande y terrible tempestad. Jesús experimentó en su ser, desde la última cena y pasando por la oración en Getsemaní hasta su muerte en la cruz, el drama de la humanidad entera: la distancia existente entre el odio y el amor, entre la mentira y la verdad, entre el pecado y la gracia, entre la muerte y la vida. En este recorrido Jesús no dudó del poder del Padre celestial y de su cercanía. Siempre estuvo unido a Él y plenamente abandonado en Él. Pero, al ser solidario con todos los hombres y mujeres de todos los tiempos -la tragedia del pecado y de la muerte-, experimentó realmente la separación de Dios y se sintió como abandonado por Él.

Esta experiencia la han vivido algunos santos a través de la historia, como es el caso singular de san Pablo, quien afirma en su Carta a los Gálatas: “estoy crucificado con Cristo: y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,19-20, cfr. 2Cor 4,12).

Como sucedió con Jesús, sus seguidores, los que vamos detrás de Él, tenemos que librar una lucha verdadera y radical, no contra enemigos terrenos, sino contra el espíritu del mal que acecha continuamente en todas partes. Jesús tuvo que enfrentar las “tempestades” más grandes y fuertes como fueron los asaltos de Satanás, de los que se defendió con el poder de Dios, con quien estaba estrechamente unido siempre.

Tú y yo con facilidad podemos estar absorbidos por innumerables tareas e inconvenientes, que corremos el riesgo de descuidar lo único verdaderamente necesario. Nunca desistas, nunca sueltes los remos, estés siempre asido de la mano del Todopoderoso que en todo instante está contigo, te Ama infinitamente y está a tu lado para ayudarte cuando lo necesites… Siempre es necesario escuchar a Cristo para cumplir la voluntad de Dios.

Si nos damos cuenta que estamos en riesgo, no perdamos tiempo, de inmediato dirijamos la mirada hacia los santos e invoquemos su intercesión, así obtendremos del Señor la luz y la fuerza necesaria para seguir fieles a la misión encomendada por Él y poder impregnarla de Amor a Dios y de Caridad fraterna.