(V° Dom. de Cuaresma B 2024)

Libro del profeta Jeremías (Jr 31,31-34)

“Miren que llegan días -oráculo del Señor- en la que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva.

No como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: Ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi alianza -oráculo del Señor-Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días -oráculo del Señor-:

Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.

Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: Reconoce al Señor.

Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande -oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes, y no recuerde sus pecados.”

Salmo Responsorial (Salmo 50)

R/. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Los sacrificios no te satisfacen,
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.

Carta a los hebreos (Hb 5,7-9)

“Cristo en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.”

Versículo para antes del Evangelio

“El que quiera servirme, que me siga, dice el Señor; y donde esté yo, allí también estará mi servidor.”

Evangelio de san Juan (Jn 12,20-33)

“En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la Fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

– Señor, quisiéramos ver a Jesús.

Felipe fue a decírselo a Jesús.

Jesús les contestó:

– Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.

Les aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.

Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre glorifica tu nombre.

Entonces vino una voz del cielo:

– Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

La gente que estaba allí lo oyó y decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

– Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.”

Reflexión

La reflexión de este quinto domingo de cuaresma nos invita a que comencemos nuestra meditación pidiendo la asistencia del Espíritu Santo para que no seamos sordos a la invitación que nos hace nuestro Señor Jesucristo, sino que estemos atentos y dispuestos a aceptar su palabra y cumplir la voluntad de Dios. El Señor nos invita a estar con Él, nos propone un proyecto vida eterna y espera nuestra inmediata y “generosa” respuesta.

Por todos lados surgen líderes, movidos por diversas ideologías, que, como profetas, proponen a los cuatro vientos “nuevas” formas para alcanzar la paz y el desarrollo de los pueblos, incluyendo ejércitos armados con las últimas tecnologías para matar, convencidos que así lograrán la paz y el avance de nuestra civilización. Pero, sabemos que esto sólo lo puede dar Cristo.

La invitación que nos hace el Señor, muy diferente a la de los líderes de este mundo, es a entregar la propia vida antes de levantar un dedo contra otro ser humano, aún en defensa propia. Y es una invitación que lo implicó a Él desde lo más radical de su propia existencia. No es un proyecto para los otros, sino que Él mismo lo asumió primero y supo hacer realidad lo que dijo: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha. El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también mi servidor” (Jn 12,24-26). Nuestro Señor Jesucristo nos sigue llamando hoy y permanentemente a seguirlo en la cruz, para también participar con Él en su gloria.

La búsqueda expresada con tanta esperanza por el grupo de los griegos que se guían a Jesús, a Felipe: “¡Queremos ver a Jesús!”, traduce una aspiración que recorre los siglos. La figura de Jesús domina el horizonte de la historia y ejerce una fascinación indiscutible… Para Juan “ver a Jesús” indica la mirada de la fe y la apertura del corazón: condiciones indispensables para tomar la identidad de Jesús y entrar en comunión con Él.

El Señor responde: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”. Y con una metáfora Jesús explica el contenido y el significado de “la hora” de Jesús: como el grano de trigo Él debe morir para que todos tengamos la posibilidad de entrar en comunión de vida con el Padre. Es la lógica que permite la existencia cristiana: encontrar a Jesús implica seguirlo en una opción de vida que se hace don para los otros.

Hay personas que piensan que la fe es una garantía, una especie de póliza de seguro contra los infortunios de la vida, una doctrina que enseña a “comportarse bien” y a no hacer mal a nadie. Jesús presenta un cuadro radicalmente distinto y una ley mucho más exigente: ser cristiano implica seguir a Jesús…

Qué significan en efecto aquellas palabras paradójicas: “¿Quien ama su vida la pierde, y quien odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna?” Quien se ata al propio egoísmo y a las ilusiones humanas (poder, dinero, goce sin límite y sensualidad, vida fácil y permisiva…), conocerá una existencia vacía, estéril, cerrada, sin horizonte… Quien en cambio sabe olvidarse de sí mismo y ofrece con amor la propia vida, la encontrará en plenitud. El valor de una persona está ligado a lo que dona.

El tener como una realidad la gloria y la plenitud de vida, no disminuye ni quita el drama de la cruz. La hora asignada por el Padre y libremente acogida por Jesús es también la hora del sufrimiento. El proyecto homicida del poder que Jesús ve cada vez más con mayor lucidez, perturba profundamente su ánimo, junto a la tentación de desechar una muerte ignominiosa. Él se aferra al Amor del Padre, con un gesto de total abandono que es donación libre y por esto fecunda de Vida. El fruto que brota del ofrecimiento incondicional de Jesús es el pleno cumplimiento de la promesa divina expresada por el profeta Jeremías (cfr. Jr 31.31-34): la Nueva Alianza. Nueva porque la relación de comunión que Dios establece con el hombre es sin precedentes, no está condicionado a la fidelidad del hombre, sino únicamente fundado sobre la gratuita iniciativa de Dios. El vínculo de Amor que Dios había proyectado siempre, finalmente se realiza porque en Jesús la humanidad ha pronunciado su “Sí” más pleno. Un vínculo en el que Jesús instaura una relación de conocimiento y de Amor tan íntima que puede quitar el pecado y hace coincidir la voluntad de Dios y la voluntad del hombre.

Hoy nos corresponde a los redimidos indicar a todas las personas de buena voluntad, el rostro de Cristo, amando y creyendo, creciendo en el Amor a Dios y al prójimo. Con nuestros actos, con la propia vida, en la medida en que nos amemos y vivamos en el Amor, podemos indicar dónde está Cristo realmente presente.