(XXVII° Dom. Ord. A 2023)
Libro del profeta Isaías (Is 5,1-7)
“Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas; construyó en medio un atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones. Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sean jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué esperando que diera uvas, dio agrazones? Pues ahora les diré a ustedes lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos, prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido. Espero de ellos derecho, y ahí tienen: asesinatos; espero justicia, y ahí tienen: lamentos.”
Salmo Responsorial (Salmo 79)
R/. La viña del Señor es la casa de Israel.
Sacaste, Señor, una vid de Egipto
expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste.
extendió sus sarmientos hasta el mar
y sus brotes hasta el Gran Rio.
¿Por qué has derribado su cerca,
para que la saqueen los viandantes,
la pisoteen los jabalíes
y se la coman las alimañas?
Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra planto.
y que tú hiciste vigorosa.
No nos alejaremos de ti;
danos vida, para que invoquemos tu nombre.
Señor Dios de los ejércitos, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve.
Carta de san Pablo a los Filipenses (Flp 4,6-9)
“Hermanos: nada les preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, sus peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito ténganlo en cuenta. Y lo que aprendieron, recibieron, oyeron y vieron en mí pónganlo por obra. Y el Dios de la paz estará con ustedes.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Soy yo quien les he elegido, para que vayan y den fruto, dice el Señor.”
Aleluya.
Evangelio de san Mateo (Mt 21,33-43)
“En aquel tiempo. Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo:
– Escuchen otra parábola:
Había un propietario que plantó una viña, la rodeo con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo.
Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: “Este es el heredero: vengan, lo matamos y nos quedamos con su herencia”.
Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿Qué hará con aquellos labradores?
Le contestaron:
– Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos.
Y Jesús les dice:
– ¿No han leído nunca en la Escritura: “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular? ¿Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?”.
Por eso les digo que se les quitará a ustedes el Reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.”
Reflexión
En algún sitio he leído que en el mar viven la medusa y unos caracoles muy singulares. La medusa gusta de estos caracoles cuando son pequeñitos y se los traga rápidamente. Desafortunadamente la medusa, no puede digerir estos caracoles porque tienen una concha de protección, que los ácidos de la medusa no la pueden descomponer. Los caracoles se adhieren fuertemente al “estómago” de la medusa y comienzan a comerse lentamente a la medusa. Cuando el caracol ha crecido bastante se ha engullido también la medusa.
Tú y yo somos como esa medusa, con muchas ganas nos comemos los caracoles que nos ofrece el mar de la sociedad y éstos comienzan a comernos por dentro. Estos caracolitos son la riqueza, el alcohol, la droga, el sexo, la llamada “buena vida”, el orgullo, la autosuficiencia, la soberbia, el poder, la ira, la avaricia, la depresión, la preocupación, la ansiedad… Estos caracolitos que están en nuestro interior bien defendidos por esa concha que los cubre, lenta pero efectivamente, van comiéndonos por dentro y su crecimiento no para, hasta destruirnos completamente.
Cada uno de nosotros se encuentra inmerso en un ambiente plagado de “aquellos caracolitos” y en muchos casos, desde la tierna edad comenzamos a alimentarnos de ellos. Todos tenemos dentro en mayor o menor cantidad y tamaño caracoles que nos quitan la paz, que nos hace doler por dentro, que causa úlceras dolorosas en el interior, que nos impide responder como verdaderos hijos de Dios y alejarnos de Él. Caracolitos que nos devoran y ahogan.
Tanto el texto del profeta Isaías como el del evangelio nos muestra cómo Israel ha sido como una viña bien cuidada por Dios con mucho cariño y esmero. El pueblo de Dios, al igual que la medusa comenzó a llenarse de caracoles; no respondió dando los frutos que el Señor deseaba. Por eso, Jesús, dirigiéndose a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo les dice: «Se les quitará a ustedes el Reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos». Con estas palabras Jesús anuncia que se quitará el Reino al pueblo de Israel porque no da fruto ni responde bien a los requerimientos de parte de Dios: maltrata a los enviados de Dios y asesina a su Hijo. Por eso, Dios se busca otro pueblo que produzca frutos. Ese pueblo es la Iglesia. Todo esto significa algo hermoso: Nosotros somos el nuevo pueblo de Dios. Con nosotros empieza el Señor una nueva relación de cercanía y de cariño. En las páginas de los evangelios se dibuja ese trato cariñoso y preferente del Señor con sus discípulos. Ya no somos para el Señor gentes extrañas sino su pueblo, un pueblo de hijos. Sobre nosotros derrama el Señor los tesoros del Reino.
Pero todo esto tan consolador y tan bonito, tú como yo lo sabemos, no se está dando a plenitud, a causa de los famosos “caracolitos” que carcomen nuestro interior.
Sabiendo quién es verdaderamente Dios, que nos ha elegido y nos ha dejado a su Santo Espíritu como protector, ante la respuesta que estamos dando o todas las inquietudes y mordiscos que sentimos dentro y que no nos permiten responder como Dios quiere en toda ocasión, no dejemos de presentar a Dios nuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias.
San Pablo nos dice: “No se inquieten por nada”, pues Dios está de nuestra parte y Él lo puede todo. Con esta certeza, pongamos en las manos de Dios nuestras necesidades, y el Dios de la paz estará con nosotros. Lo que nuestra preocupación no puede conseguir, se consigue por la oración y en la oración: la paz del espíritu y la liberación del peso inútil de la amargura.
¡Dios se preocupa de nosotros! Oren en la tribulación, oren en las preocupaciones. Oren. Oren. Oren. Oren siempre. Sean oración. La oración es el anti veneno para destruir la concha no digerible del caracol que se lleva dentro. Hay que vivir en la presencia del Dios de la paz.
No hay que olvidar: todo esto tan consolador y tan bonito, encierra también un compromiso: El Señor busca en nosotros los frutos que no encontró en Israel, porque Él espera algo de nosotros. Cuando miramos nuestro mundo salpicado de guerras, violencia, injusticia, hambre, desigualdades escandalosas, corrupción, violaciones de los derechos humanos y tantas cosas que amargan la vida en millones de seres humanos, surgen estas preguntas: ¿Dónde estamos los cristianos? ¿Es que no podemos hacer más? ¿Cuáles son nuestras preocupaciones? ¿O es que nos falta sensibilidad? Y si miramos hacia atrás, ni siquiera nuestra historia pasada está limpia. A pesar de la trayectoria luminosa de tantos santos y héroes cristianos, tendríamos que pedir perdón porque no siempre hemos dado los frutos que el Señor nos pide en cada momento. Con frecuencia, en nuestras parroquias damos la imagen de un cristianismo rutinario, repetitivo, casi dormido, en el que pocas cosas nos despiertan o nos movilizan.
Como nos sentimos a gusto con el Señor, escuchemos su palabra en nuestro interior, pues, ellas son Espíritu y Vida.