(XVIII° Dom. Ord. C 2022)
Libro de Eclesiastés (Qo 1,2; 2,21-23)
“Vaciedad sin sentido, dice el Predicador, vaciedad sin sentido; todo es vaciedad.
Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su porción al que no la ha trabajado. También esto es vaciedad y gran desgracia. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol? De día dolores, penas y fatigas; de noche no descansa el corazón. También esto es vaciedad.”
Salmo Responsorial (Salmo 89)
R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: “Retornen, hijos de Adán.”
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.
Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos.
Por la mañana sácianos de tu misericordia,
Y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Carta de san Pablo a los Colosenses (Col 3,1-5. 9-11)
“Hermanos: Ya que han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque han muerto; y su vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también ustedes aparecerán, juntamente con él, en gloria.
Den muerte a todo lo terreno que hay en ustedes: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia, y la avaricia, que es una idolatría.
No sigan engañándose unos a otros.
Despójense de la vieja condición humana, con sus obras, y revístanse de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo.
En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.”
Aleluya.
Evangelio de san Lucas (Lc 12,13-21)
“En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:
– Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.
Él le contestó:
– Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?
Y dijo a la gente:
– Miren: guárdense de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.
Y les propuso una parábola:
– Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué hare? No tengo dónde almacenar la cosecha.
Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe, y date buena vida.”
Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?”
Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”
Reflexión
Como una de las necesidades fundamentales del hombre es la seguridad, la mayoría de las personas busca apasionadamente un fundamento estable sobre qué apoyar la propia existencia, aplicando el principio que “el hombre es tanto cuando aquello que él escoge como fundamento y soporte en su propia vida: las cosas, las riquezas materiales y el dinero…
Muchos están convencidos que el dinero lo es todo, es poder y es el poder, y que sin dinero no se puede hacer nada. El dinero da al hombre seguridad y posibilidad de hacer todo y de tener todo lo que desea. Esto motiva el mecanismo de la acumulación: el dinero no es jamás demasiado, convirtiéndose en algo idolátrico. Cuando el dinero llega a ser el propio dios, con el fin de tenerlo se hace cualquier cosa, el hombre llega hasta enceguecerse. La sed de dinero opone el hombre al hombre. Si uno busca tener cada vez más, el otro se convierte en un ser a quien se debe superar o eliminar. En muchísimos casos, esto ha llevado a que la división de la herencia sea difícil para muchas personas, causando división y nefastas consecuencias en el corazón de las familias.
El dinero, también, es causa de las clases sociales y discriminaciones: quien tiene más cree ser más que los demás, más importante; las personas ya no son iguales, se distinguen por aquello que tienen. El dinero le convierte en el peor de los esclavos.
Cristo no escogió la vía del poder para hacer justicia, para salvar a la humanidad. Por eso, aunque la división de la riqueza es uno de los problemas más graves en la sociedad, Cristo no intervino en esta situación, ya que su misión no era hacer justicia mediante la vía del poder. ¿Jesús qué pensaba acerca del dinero y de la posesión de los bienes?
Para Jesús, como para nosotros, el dinero tiene dos caras: una, buena y amable y otra, mala y temible. El dinero es bueno o malo según el uso que hagamos de él.
El dinero es una realidad importante con la que hay que contar en la vida de cada día y así aparece en múltiples pasajes de los evangelios.
El dinero tiene una cara amable: crea las condiciones para una vida digna, es necesario para vivir, pero esto no significa que vivamos para el dinero, como muchos lo entienden. El evangelio es realista en este sentido y muestra que con dinero se compra y se vende tanto lo necesario como lo superfluo:
¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos?, pregunta Jesús (Mt 10,29); en la parábola del gran banquete, dice que todos los invitados «empezaron a excusarse. El primero le dijo: He comprado un campo y necesito ir a verlo…; otro dijo: he comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas» (Lc 14,18-19); la actividad de la gente en tiempos de Lot es descrita con esta secuencia de verbos: «comían, bebían, compraban, vendían, plantaban y construían” (Lc 17,28).
Jesús aconseja dar, o vender y dar: A quienes, siendo ricos, se acercan a Jesús, les aconseja “vender y dar” todo lo que tienen a los pobres para poder entrar en el Reino de Dios, que es presentado como un tesoro escondido que «un hombre encuentra, lo vuelve a esconder y de la alegría va a vender todo lo que tiene y compra aquel campo» (Mt 13,44) o «a un comerciante que buscaba perlas finas; y al encontrar una perla de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró» (Mt 13,45-46). Al joven rico le dice que solo le falta vender lo que tiene y dar ese dinero a los pobres, pues, así tendría en Dios su riqueza y ahora sí podría seguirle (cfr. Mt 19,21). También Jesús exhorta a sus discípulos diciéndoles: «Vendan sus bienes y den limosna con ello; háganse bolsas que no se estropeen y riquezas inagotables en el cielo, donde no entra ningún ladrón, ni roe la polilla: porque donde esté tu riqueza, allí estará tu corazón” (Lc 12,33-34).
Con dinero se compran también los animales para los sacrificios expiatorios por sus pecados, pero Jesús se muestra poco amigo de quienes venden en los atrios del templo explotando al pobre, y les dice: «Quiten eso de aquí; no conviertan la casa de mi Padre en un mercado» (Jn 2,16).
Con dinero se pagan los tributos (cfr. Mc 12,13-17), se paga a los jornaleros, se da limosnas y se remedian las carencias y males de los necesitados, siendo discretos: «Por tanto, cuando des limosna no lo anuncies con trompeta» (Mt 6,3-4; cfr. Mc 14,4-5). El samaritano, paga al posadero dos denarios y se compromete a pagar lo que sea preciso de más (cfr. Lc 10,30-36); y la hemorroísa buscando obtener la salud, se había gastado todo lo que tenía (cfr. Mc 5,25-26).
Jesús acepta este uso del dinero, al igual que hoy, como valor de cambio en una economía basada en la moneda. Se compra y se vende, se remedian las necesidades del prójimo, se pagan los impuestos y se puede obtener la salud. El dinero es necesario para vivir y es una realidad con la que hay que contar para obtener cierta calidad de vida.
Esta es la cara mala del dinero que tiene poder seductor y corruptivo, porque quien lo tiene, tiende a tener cada vez más: por esto, como ya se dijo, Jesús recomienda: «Déjense de amontonar riquezas en la tierra… Mejor, amontonen riquezas en el cielo… Porque donde tengas tu riqueza tendrás el corazón» (cfr. Lc 12,33-34; Mt 6,19-21).
Para Jesús, lo malo del dinero es su acumulación abusiva, la avaricia y el ansia de tener y acaparar. Por ello: “guárdense de toda codicia; aunque uno ande sobrado, la vida no depende de los bienes» (Lc 12,13-15).
Con la seguridad que da el dinero, el hijo pródigo rompe con su padre (cfr. Lc 15,11) y por codicia, el acreedor de la parábola, después de ser condonada la deuda inmensa, fue capaz de encarcelar a quien le debía una mínima cantidad (cfr. Mt 18,23-35). También, el ansia de dinero lleva a robar, como fue el caso de Judas (cfr. Jn 12,6; Mc 14,10-11).
A quien usa el dinero para adquirir prestigio, el Señor le dice: cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha… y tu Padre, que ve en lo escondido te lo recompensará (cfr. Mt 6,2). Algunos usan el dinero para actos de ostentación, como los ricos que echaban dinero en cantidad en el cepillo del templo, frente a aquella pobre viuda que echó lo único que le quedaba para vivir, dos moneditas de poco valor (Mc 12,41-44).
Las riquezas crean, además, una falsa seguridad en quien las posee, pues el bien más preciado que es la vida no se puede comprar con dinero, como advierte Jesús: «¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?» (Lc 9,25). El Reino de Dios vale más que todos los bienes.
Cuando el dinero se convierte en dios, se pone en peligro la convivencia humana: se rompen las relaciones familiares, se olvida el perdón, se extorsiona, se roba, se traiciona y se llega hasta quitar la vida del otro, si es necesario. Con el dinero se consigue prestigio y el poder que hace sentirse diferentes y superiores a los demás; el ansia de dinero lleva al olvido del prójimo que sufre y nos hace sentirnos seguros de nosotros mismos, hasta el punto de creer que incluso la vida se puede asegurar con dinero. El dinero cuando no es usado debidamente, puede terminar con la vida misma, convirtiéndose en el valor supremo.
Jesús, consciente del atractivo seductor y corruptor de las riquezas, afirma: «No puedes servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13). El fundamento único y seguro de la existencia es sólo Dios. En Él adquiere significado también el uso de las cosas, en si buenas. No serán más instrumento de división, sino de comunión. El hombre no las tiene de forma egoísta para sí, sino que las transforma en «signo» de amor (cfr. GS, n. 69).