(XXII° Dom. Ord. C 2022)

Libro del Eclesiástico (Eclo 3,19-21.30-31)

“Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes.

No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta. El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará.”

Salmo Responsorial (Salmo 67)

R/. Has preparado, Señor, tu casa a los desvalidos.

Los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Canten a Dios, toquen en su honor,
Alégrense en su presencia.

Padre de huérfanos,
protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece.

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres.

Carta a los Hebreos (Hb 12,18-19.22-24)

“Hermanos: Ustedes no se han acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni han oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera hablando. Ustedes se han acercado al monte Sión, ciudad de Dios vivo, Jerusalén del cielo, a la asamblea de innumerables ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús.”

Aleluya

Aleluya, aleluya

“Carguen con mi yugo -dice el Señor- y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón.”

Aleluya.

Evangelio de san Lucas (Lc 14,1.7-14)

“Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo:

– Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que te convidó a ti y al otro, y te dirá: “Cédele el puesto a éste.” Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.

Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido.

Y dijo al que lo había invitado:

– Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado.

Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.”

Reflexión

La Liturgia de la Palabra de este domingo, trae como primera lectura el Libro del Eclesiástico en el que nos presenta un sabio consejo: «Abájate, humíllate y alcanzarás gracia delante del Señor». Los versículos de esta lectura pertenecen a dos textos sucesivos: el primero trata de la humildad (Eclo 3,17-18), y el segundo del orgullo (Eclo 3,26-29). El primero resalta la gran condescendencia divina que recibe honor de los humildes y en el segundo toca la triste situación del orgulloso (cfr. Eclo 3,19-21.30-31).

Este tema de la humildad es tomado por Jesús en varias ocasiones, como en la que nos narra el evangelio de san Lucas (Lc 14,1.7-14): en cierta ocasión un jefe de los fariseos invitó a Jesús a un banquete al que asistían los que se creían sabios del mundo judío para tener conversaciones interesantes sobre una virtud o hablar acerca de un gran personaje del pasado. Jesús aceptó la invitación de los fariseos por supuesto, y aprovechó la ocasión para afirmar con reproche a los invitados: «El que se ensalza será humillado y el que se humille será enaltecido», denunciando así la costumbre del arribismo y del interés, hablando de virtudes desconocidas, como es el caso de la humildad que escoge el último puesto y el amor gratuito que acoge los últimos.

La muerte de Cristo nos revela un Dios «nuevo», un Dios cuya Sabiduría aparece imprevisible e impensable, lejana de la sabiduría humana y que está allá donde ninguno pensaría encontrarla. Jesús es la Sabiduría de Dios. Su enseñanza es nueva y desconcertante.

El inicio de la verdadera sabiduría, nos dice aquel que escruta el pensamiento de Dios, comienza por el reconocimiento que la fuente de la verdad no está en esto que el hombre experimenta o desea espontáneamente. Dios trae la gloria no de los poderosos sino de los débiles, que envuelve en la duda y en el misterio a quien presume otras posibilidades.

Sólo Dios conoce en el secreto cada corazón y puede revelarle el misterio de verdad que lleva en sí mismo. Cuando una persona comienza a reconocer los límites de la propia búsqueda, la incertidumbre o la inseguridad de las propias conclusiones, el pobre o nulo resultado de sus fatigas, está dispuesta a recibir la Sabiduría que Dios quiere revelarle.

Jesús sería uno de tantos maestros de virtud si su persona, su palabra y su vida no fuese la revelación definitiva de Dios. La cruz es su Sabiduría, su libro, su palabra reveladora. La muerte de Jesús no es el fin de un intento por instaurar el nuevo Reino de Dios, sino el acto de su nacimiento, al ser clavado en la cruz. Desde la cruz, el Señor inicia un nuevo pueblo cuya unidad es fundada sobre el Amor, fruto de una conversión.

Convertirse a la Sabiduría de Dios es creer a la cruz, creer que la verdad del Amor tiene en la muerte su confirmación. Quien entra en el Reino aprende una nueva sabiduría. La seguridad no está en la prudencia humana ni en la posesión de las fuerzas del dominio. La prudencia humana no pone en camino la humanidad hacia nuevas realizaciones, hacia el riesgo de un amor más universal. La sed de dominio y la competición hacen víctimas, no dan la vida.

Ante la situación reinante donde en los hogares reina el orgullo y en donde los lugares de trabajo están marcados por el egoísmo; en la que las relaciones sociales están sostenidas por la injusticia y el odio, y donde la sociedad que respira corrupción, se organiza y vive sobre la competitividad, sobre la lucha por alcanzar los primeros puestos y sobre el provecho, considerado como el valor último y absoluto: alianzas industriales o comerciales hasta lograr la eliminación del otro que le compite, cuando no es destruirle; arribismo social hecho de recomendaciones y cartas, recurrir a carro nuevo o a vestido nuevo o a lo que está de moda como modo de surgir. Ante esta situación, hablar de humildad no tiene sentido, es algo pasado de moda, o quizá únicamente algo para los niños.

La situación de odios, rencores, egoísmos, desunión, hipocresía, pobreza, injusticia, dolor, angustia, muerte, etc., tienen su causa en la falta y pérdida de sentido de la humildad entre las personas.

Cristo nos revela que la victoria coincide con la aparente derrota, y su fuerza está en esto que los otros consideran una debilidad. Nos revela que la verdadera riqueza está en la pobreza, la verdadera libertad está en hacerse esclavo, la vida se alcanza en perderla por Cristo.

Cristo ha querido revelar que el Amor se realiza cuando como Él, el hombre y la mujer donan la propia vida para que la otra persona alcance la Vida. Esta nueva sabiduría que viene de Dios y de la cruz reúne a la humanidad en torno a una sola mesa, en una sola nación, con una sola capital, donde el Amor pone al servicio de toda la humanidad la esperanza que impulsa al mundo hacia nuevos y más vastos horizontes.

Un valor y característica del cristiano es la humildad, virtud que nos impulsa a escoger el último puesto, que es lo mismo que usar el propio puesto para el servicio de los últimos y no para el dominio sobre ellos. En este sentido recordemos estas palabras del Señor: «quien haga misericordia con estos los más pequeños, conmigo lo hace». Cuando hagas un banquete, un favor, una ayuda, una limosna, etc, hazlo a un pobre que no tiene con qué pagarte…

Humillarse es aceptar el evangelio con todas sus exigencias, aquellas que Jesús pedía a sus discípulos: no llevéis alforja y usa solo una túnica…. No vuelvas la mirada atrás y sé optimista. Humillarse es cumplir el plan trazado por Jesús en el sermón de la montaña… Es hacerse pobre, es hacerse niño… La razón de esta exigencia es “porque el que se humilla será enaltecido” (cfr. Fil 2,1). El que se hace pobre se salvará, porque Cristo vino a salvar únicamente a los pobres, a los humildes, a los que reconocían la necesidad de misericordia, de ayuda. Humillarse es sentir la necesidad de Dios, la ayuda del Espíritu Santo, como nos deja la enseñanza de la “parábola del fariseo y del publicano”.

Ser cristiano es participar en la humillación y exaltación de Cristo y seguir sus pasos. Es comprometerte a ser sencillo, humilde y generoso con los demás, reconociendo a Cristo en los pobres.