(Solemnidad de Pentecostés A 2023)

Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-11)

“Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban:

– ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces ¿cómo es que cada uno los oye hablar en nuestra lengua nativa?

Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.”

Salmo Responsorial (Salmo 103)

R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor.
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas.

Les retiras el aliento y expiran,
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

Primera Carta de san Pablo a los Corintios (1Cor 12,3b-7.12-13)

“Hermanos: Nadie puede decir “Jesús es Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo.

Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.

Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.”

Aleluya

Aleluya, aleluya

“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos en ellos la llama de tu amor.”

Aleluya.

Evangelio de san Juan (Jn 20,19-23)

“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

– Paz a ustedes.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

– Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también les envío yo.

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

– Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.”

Reflexión

Hoy celebramos en la Iglesia universal la Fiesta del Espíritu Santo, la Solemnidad de Pentecostés.

Para lograr comprender el mensaje de Pentecostés es preciso permanecer en el Cenáculo, como los discípulos al lado de la Virgen María.

Por esto, los templos y capillas de la Iglesia en todo el orbe se transforman en un gran Cenáculo, en el que la comunidad se reúne en vigilia para invocar y acoger el don del Espíritu Santo.

La lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos recuerda lo que sucedió en Jerusalén cincuenta días después de la Pascua. Antes de subir al cielo, Cristo había encomendado a los Apóstoles una gran tarea: «vayan… y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado» (Mt 28, 19-20). El Señor también les había prometido que, después de su ida al Padre, recibirían el Espíritu Santo, que les enseñaría todo (cfr. Jn 14, 16. 26).

San Lucas se refiere a la venida del Espíritu Santo, con estas palabras: “De repente un ruido del cielo, como un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería” (Hch 2:3-4). Al recibir el Espíritu Santo los discípulos comenzaron a hablar en diferentes lenguas, las lenguas maternas de las personas que por entonces visitaban la ciudad de Jerusalén y que exclamaron: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oye hablar en nuestra lengua nativa? Y pedían una explicación.

Como quiera que se explique el fenómeno pentecostal de las muchas lenguas, el significado es claro: para hablar de Dios no es necesario utilizar siempre el mismo lenguaje. Ninguna lengua ni ninguna cultura puede pretender el monopolio de la evangelización.

Así pues, el Espíritu Santo, bajando sobre los Apóstoles, les dio la luz y la fuerza necesarias para hacer discípulos a todas las gentes, anunciándoles la Buena Nueva del Evangelio. De este modo, nació y hoy vive la Iglesia.

En el momento en que el Espíritu Santo descendió en Pentecostés sobre la comunidad reunida en el Cenáculo, comenzó el doble testimonio: el del Espíritu Santo y el de los Apóstoles. Mientras el testimonio del Espíritu es divino en sí mismo, pues, proviene de la profundidad del misterio trinitario, el testimonio del discípulo es humano. Éste transmite, a la luz de la revelación, la experiencia de vida del discípulo junto a Jesús.

La Iglesia, animada por el don del Espíritu Santo (cfr. Jn 15,27), ha sentido siempre este compromiso y ha proclamado fielmente el mensaje evangélico en todo tiempo y en todos los lugares, igual a como sucedió en Jerusalén en el primer Pentecostés.

El Santo Espíritu es quien esparce las «semillas del Verbo» en las diferentes tradiciones y culturas, pueblos y naciones, disponiendo a todas las personas de los sitios más diversos del mundo a acoger el Evangelio de Cristo. Pero, no debe olvidarse que es decisivo para la eficacia del anuncio del Evangelio, el testimonio vivido, pues, sólo el creyente que vive lo que profesa con los labios, tiene esperanzas de ser escuchado. Además, el testimonio de la santidad, aunque se dé en silencio, puede manifestar toda su fuerza de convicción.

Todos los católicos tenemos que saber que al recibir al Espíritu Santo el día de nuestro Bautismo y Confirmación, recibimos sus dones, que según nos lo dice el profeta Isaías, son: sabiduría e inteligencia, consejo y fortaleza, ciencia y temor de Dios, discernimiento (cfr. Is 11,2).

Igualmente, si nosotros somos templos del Espíritu Santo, en nosotros se dan sus frutos que son: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, mansedumbre, fidelidad, bondad, dominio de sí” (Gál 5,22-23ª). Pero si nosotros no hemos dejado entrar la acción del Espíritu Santo en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestra voluntad, entonces, nuestras obras serán “la fornicación, la impureza, el libertinaje, la idolatría, la hechicería, los odios, las discordias, los celos, las iras, las rencillas, las divisiones, las disensiones, las envidias, las embriagueces, las orgías y cosas semejantes” (Gál 5,19-21ª).

Como nosotros somos “templos del Espíritu Santo”, somos “Cuerpo de Cristo” e “hijos del Padre”, bien podemos decir como San Pablo: «ya no soy yo quien vive. Es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20), y seguir su consejo: «Ya coman ya beban, háganlo todo para gloria de Dios» (1Cor 10,31).

Entonces, si somos cristianos, ¿por qué hay entre nosotros luchas fratricidas, envidias, injusticias, violencias, desenfrenos, etc.? Porque el Espíritu Santo, el Amor, no habita en nuestro corazón.

Te invito para que nuestra oración en este tiempo sea: “Ven Espíritu Santo bendito, penetra profundamente en mí para hacer una nueva creación en la que haya capacidad para recibir tu gracia y pueda ser verdaderamente el templo de Dios, el templo tuyo, el templo de la gracia”, en el que “todos tengamos un corazón y una sola alma (Hch 4,32).

Tengamos siempre presente: solo podemos ser cristianos si se tiene una experiencia profunda de Dios, si se tiene la experiencia del Amor. Esto del Amor estaba tan profundamente arraigado en cada uno y en la comunidad, que a los primeros cristianos se les refería: «mira cómo se aman». Y, no hay amor más grande que dar la vida por su amigo. Somos sus amigos si hacemos lo que Él nos dice: Sean perfectos -santos, misericordiosos- como su Padre es perfecto. Serán mis discípulos si guardan mis mandamientos, si se aman unos a otros como yo les he amado…