Usted debe saber que todas las edades del hombre son críticas porque todas conllevan pérdidas y conquistas, y requieren de un esfuerzo de adaptación. Sin embargo la edad de la adolescencia es una fase aún más crítica porque las transformaciones son múltiples y radicales.

¿Qué se entiende por adolescencia?

Adolescencia es la edad que va desde los 13 a los 19 años aproximadamente. En este período se registran tres duelos:

  1. la pérdida del rol infantil,
  2. el cambio del cuerpo infantil,
  3. el ver a los padres de modo infantil.


Obviamente tales lutos son compensados por otras tantas conquistas, pero que son lentas y difíciles.

Tratemos brevemente de estos duelos o lutos:

El ambiente o rol infantil

Hasta los 12 años se vive como en un carrito guiado por otros, sobre un recorrido obligado y seguro. Hacia los 13 años comienza la responsabilidad y las decisiones: amigos, tiempo libre, deporte. El adolescente comienza la búsqueda, también la construcción de la propia identidad: no tanto como lo quieren los padres sino como él se siente ser y hacerse. Esta es la explicación del fenómeno del murito, aquel estar junto con los coetáneos aparentemente sin hacer nada, aquel vagabundear que algunos adultos consideran una irracional pérdida de tiempo mientras es auténtico ejercicio hecho de enfrentamientos, tentativos, verificaciones, descubrimientos. Miradas de experiencias heterogéneas vienen vividas y metabolizadas para formar núcleos de aquella que está llegando a ser una personalidad nueva, auténtica, independiente, única en su irrepetibilidad.

Vivir en autonomía es difícil, es mejor encontrarse en grupo para sentirse más fuerte. Esto explica el por qué de la unión espontánea a la adhesión entusiasta e inmediata a todo tipo de moda: vestuario, peinados, palabras, etc. como una especie de divisa que materializa, asegurando, un «espíritu de cuerpo».

Entrar en un nuevo rol es como meterse en un nuevo ambiente, esto es entre personas aún desconocidas pero entre ellos ya con afinidad. Los adolescentes se sienten un poco incómodos: como inferiores, bajo examen, cuerpos extranjeros. ¿Cómo se hace para lograr «ser adulto», para hacerse aceptar por los adultos, a no desfigurar delante a ellos? En este punto cada defecto llega a ser un drama, como el acné, la baja estatura, la nariz larga, la familia pobre, las manos sudadas… Cuántos obstáculos en esta escala hacia la aprobación: es necesario saltarlos y esquivarlos. De aquí la importancia de ser plásticos y adaptables, jamás rígidos y constantes. La inconstancia es un defecto en el adulto, pero en el adolescente es una regla, desde luego un mecanismo de defensa… El adolescente un día está alegre y afectuoso, otro día es nervioso y rebelde. Se calman los padres: esta todo normal.

Cambiando el rol, todos los viejos «puntos fijos» son puestos en discusión: familia, tradiciones, religión. Algo que hay que no olvidar es que en la adolescencia son frecuentes las “crisis de fe”. Pero aún esto tiene su lógica.

En primaria los niños eran obligados a aprender de memoria todo lo que les decía el profesor o los padres como si fueran verdades reveladas. En bachillerato, son invitados a darse cuenta, razonar, entender lo que se informa o dice.

El cuerpo

En el aspecto físico viene el cambio más evidente en la persona  del niño: altura, voz, bellos, menstruación y polución. Aflora la sexualidad con un lento proceso en tres fases de madurez:

la tensión amorfa de la urgencia llega a ser instinto,
enderesándose hacia el otro sexo y,
en fin tendencia, cuando se dirige hacia una persona.
La especie humana es única en el mundo animal; va tener necesidad de varios años después la pubertad, para encontrar la plena capacidad de gestar la sexualidad: este “retardo biológico”, que coincide en gran parte con la adolescencia, es fuente muy penosa de preocupaciones, dudas, miedos, compromisos entre impulsos y tabú, contraste entre la lógica de nuevas costumbres y la filosofía del viejo puritanismo.

Surge aquí la evidente necesidad de una sana y adecuada educación sexual que debe tener estas reglas:


1) claridad: decir todo sin penas y reticencia,
2) oportunamente: decirlo rápido, respondiendo de inmediato a cualquier pregunta,
3) sobrevaloración del sexo para evitar los peligros de la mitificación y de aquello que le hacen algo prohibido: es un instinto como el hambre y la sed,
4) no dramatización del autoerotismo: Freud decía que si un hombre de 25 años decía que jamás se había masturbado significaba que todavía lo hacía; es mejor desaconsejar el onanismo y aconsejar más el deporte: si quieres ser ciclista no puedes entrenarse nadando,
5) totalidad: la sexualidad no es sólo genitalidad sino también y sobre todo afectividad, esto es amor. Por esto, la verdadera educación sexual es educación para el amor.

Los padres 

Es muy diciente y clara la famosa anécdota del vestido azul de la niña, típico ejemplo de inseguridad, enmascarada en una altanería:

“Una muchacha de 13 años pide a la mamá que le aconseje qué vestido ponerse para ir a una fiesta. La madre lo piensa un poco y después sugiere aquel azul.
La hija salta como si hubiese sido mordida por un escorpión porque aquel vestido está fuera de moda, está mal, ya se lo ha puesto varias veces; ahora, la madre no entiende nada…
Una semana después, antes de otra fiesta, la muchacha vuelve a preguntarle a la mamá., qué vestido ponerse
Esta vez la madre se cuida bien de expresar su parecer, y dice: «pero hija, hazlo tú misma, escoge aquel que quieres». Entonces, la hija reacciona con violencia y gritando dice: «¡qué modo de responder!, ¿así es que responde una mamá?, ¿es que no sabe ayudarme? Te pido un consejo y tú rechazas dármelo».

La adolescencia es la época de la contestación, por la nueva realidad de una relación que ya no es con los padres-modelo sino con los padres-diálogo.

Muchos adultos lamentan la contestación de los hijos, pero se equivocan porque la contestación es índice de vivacidad espiritual, de iniciativa, de energía psíquica, de querer «existir» en primera persona, que es mucho más que el querer «ser» en el mundo quizá de manera amorfa y pasiva.

La relación padres-hijo(a) es muy delicado porque, en el curso de los años, cambia al menos cinco veces. Lo bello es que esto es sólo notado, experimentado por los hijos:

– a los 5 años el papá es una especie de Dios o, al menos, de Rey,
– a los 10 años «es bueno y excelente en todo, pero a veces no lo entiendo»,
– a los 15 «no entiende nada y la tiene conmigo»,
– a los 20 «es un tibio, un egoísta»,
– a los 25… «alguna vez tiene razón»,
– a los 30 «está casi siempre en lo justo».

Ante esta realidad, se nota que de parte de los padres no siempre éstos hacen aquello que deberían para adecuarse a las cinco necesarias variaciones del rol de sus hijos; paulatinamente llegan a ser padres de un hijo que nace, recién nacido, niño, adolescente, adulto.

Sicopatología de la adolescencia

Al definir la adolescencia como una edad «crítica», significa considerarla una edad de riesgo, delicada, vulnerable.

Aquí no se piensa sólo en las grandes desviaciones, como la droga, el alcohol, la delincuencia, el extremismo ideológico…, que son sólo la punta del iceberg. Se piensa en una no rara patología siquiátrica: rebotes de humor con más o menos graves episodios depresivos, ataques de pánico, disturbios del sueño y del comportamiento, comerse las uñas, rituales obsesivos. Aquí se piensa sobre todo en la enorme patología sicosomática: disturbios alimentarios psicogénicos -inapetencia y bulimia, anorexia y obesidad, vómito autoprovocado-, cefalea, disturbios digestivos, alopecia y otras dermopatías, vómito psicógeno, abstención matutina, excesiva fatiga, tic, etc.

Esta es una patología por la que no se debe estorbar al médico, pero que no puede ser desatendida por los padres y profesores, correspondiéndoles primeramente la atención a los padres de familia.

Consejos para los padres

Los siguientes son algunos que pueden ayudar a los padres:

1) Hacia los 13 años es necesario suspender el «guiar» a los hijos y comenzar a «seguirlos». Se debe evitar el «haz esto, venga aquí, etc.»  e insistir más en «haz aquello que quieres, ve donde te parece, yo te vengo a recoger, puedes siempre contar conmigo». No se debe olvidar que una libertad vigilada, no en la acepción negativa del término jurídico, sino en aquella positiva de una disponibilidad permanente pero no vinculante ni obsesiva.

2) Evitar la llamada de atención inmediata porque amenaza el rompimiento de la relación o al menos aquello del diálogo o coloquio confidencial y sincero. Ninguno vuelve a contar todo si viene regañado, y más si ha sido castigado, por toda pilatuna o bobada. Es mucho mejor aparentar que nada ha pasado, en el momento, proponiéndose hablar fríamente después, explicando por qué «sería mejor» haberse comportado de otro modo. Esta crítica positiva es más eficaz y productiva que aquella negativa, tipo «esto no se hace» o «esto no está bien» o «ay de ti» y así sucesivamente.

3) Por cuanto respecta a los padres que se esfuerzan por ponerse a la par de sus hijos, hay necesidad de recordar que los padres son siempre padres, y deben saber que los hijos ya han hecho su elección de campo privilegiando a los coetáneos y considerando a los padres casi ajenos, anticuados, incapaces de entender y hasta un poco peligrosos. Por esta razón es inútil y contraproducente recordar las reglas, porque la nueva generación sigue la última edición del reglamento, una edición corregida y correcta. Un padre astuto o madre hábil sabe poner en boca de los coetáneos del hijo la propia crítica; por ejemplo «pero si haces así y tus amigos se sienten mal o no te quieren más o te mandan lejos».

4) Naturalmente no es sabio ni posible aceptar todo y dejar hacer todo. De vez en cuando se requiere también el «no» y, si es necesario, “el castigo”. Basta dar una explicación convincente. La más clara es el ejemplo del semáforo, que es instrumento bien necesario a los que usan moto. Cuando el semáforo está en rojo nos paramos y basta; esto vale para todos; y quien pasa, él mismo toma la multa.

5) La fórmula óptima y mágica para dirigirse a los hijos adolescentes está resumida en la frase «veamos qué cosa puedo hacer».

«Veamos«: primera persona plural. Yo y tú. He aquí mi disponibilidad. Hablaremos. Estoy listo a ayudarte.

«Qué cosa puedes hacer«. Puedes: segunda persona singular. Tú. Eres  quien debes decidir. Libre, sabiendo, responsable. Yo te ayudo pero tú concluyes.

«Veamos qué cosa puedes hacer» es también la garantía de una psicología que no plagia ni fuerza ni condiciona sino que ayuda a crecer, franquearse, madurar; el secreto para hacer psicólogos aún sin serlo por profesión.

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