(XVII° Dom. Ord. B 2024)
Segundo Libro de los Reyes (2Re 4,42-44)
“En aquellos días vino un hombre de Bal-Salisá trayendo en la alforja el pan de las primicias -veinte panes de cebada- y grano reciente para el siervo del Señor. Eliseo dijo a su criado:
– Dáselo a la gente para que coman.
El criado le respondió: ¿Qué hago yo con esto para cien personas?
Eliseo insistió:
– Dáselos a la gente para que coman. Porque esto dice el Señor: “Comerán y sobrará”.
El criado se los sirvió a la gente; comieron y sobró como había dicho el Señor:”
Salmo Responsorial (Salmo 144)
R/. Abres tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente.
Que todas las criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.
Carta de san Pablo a los Efesios (Ef 4,1-6)
“Hermanos: Yo, el prisionero por Cristo, les ruego que anden como pide la vocación a la que han sido convocados. Sean siempre humildes y amables, sean comprensivos; sobrellévense mutuamente con amor; esfuércense en mantener la unidad del Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que han sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”
Aleluya.
Evangelio de san Juan (Jn 6,1-15)
“En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.
Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe:
– ¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?
(Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer).
Felipe le contestó:
– Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
– Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces, pero, ¿qué es eso para tantos?
Jesús dijo:
– Digan a la gente que se siente en el suelo.
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: sólo los hombres eran unos cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos:
– Recojan los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
– Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo.”
Reflexión
Como un recuerdo del Éxodo, cuando Dios alimentaba a su pueblo con el maná en el desierto, y como anticipo del verdadero pan del cielo, que es la Eucaristía, en la celebración de la Eucaristía de este domingo se nos presenta a Elías y a Jesús, multiplicando el pan y repartiéndolo entre la gente. Dios comparte con nosotros sus riquezas por medio de la creación, y además nos reparte el pan de su Hijo en la sagrada comunión.
El comer es una función esencial en la vida humana y casi todas las religiones existentes lo han convertido en un símbolo y lo acompañan con un rito litúrgico. Igualmente, el cristianismo, como nos lo recuerdan las lecturas de la Sagrada Escritura de este domingo, propone la salvación de Jesucristo bajo la forma de un banquete, que es símbolo y anticipación del banquete eterno.
El problema del hambre en el mundo es ciertamente una de las cuestiones más angustiosas de nuestro tiempo y agravada por la tiranía y brutalidad de dictadores que buscan enriquecerse a límites inalcanzables, mientras empobrecen y empobrecen a los súbditos. La solución de esta rémora de dictadores está aún bien lejos. El equilibrio económico entre las naciones desarrolladas y las otras, continúa registrando pavorosos aumentos como a diario se informa en los grandes y medianos eventos internacionales donde se acercan a debatir sobre el particular. La ayuda económica ofrecida por las naciones ricas a los pueblos pobres y aún muy débiles, no está bien orientada para avivar el progreso económico y social de los países en vía de desarrollo. Todos tenemos que ser más convincentes y realistas ante tan grave situación.
Los tiempos anunciados por los profetas como los tiempos del Mesías, son caracterizados por este hecho de inmediata institución: «abundancia para los pobres». «Los pobres comerán y serán saciados», dice el salmista (Sal 21,27). El profeta Isaías, en una visión profética, ve a todos los pueblos reunidos para un gran banquete: «el Señor prepara para todas las naciones un banquete con ricos manjares y vinos añejos, con deliciosas comidas y los más puros vinos» (Is 25,6).
La idea de la abundancia y de la saciedad es subrayada expresamente tanto en el evangelio («recogieron 12 cestas con las sobras») como en la primera lectura que, también literaria y estilísticamente, es paralela al evangelio («así dice el Señor: comerán y habrá de sobra»). Con la llegada de Jesús el tema mesiánico de la abundancia llega a su cumplimiento.
También nosotros hemos de compartir nuestros bienes con los necesitados. Jesús no quiso crear los panes ni los peces de la nada, sino multiplicar los que ofrecía aquel muchacho generoso. En la familia, todos pueden comer de lo que hay en la casa. Debemos partir y compartir el pan entre todos, luchando por una sociedad, por un mundo más justo, más solidario y fraternal. Aunque sea poco lo que podemos compartir, pongámoslo en las manos del Señor para que lo multiplique.
Jesús sació concretamente a los hombres que tenían hambre, y, si en ello ha revelado el pan de vida eterna, lo ha hecho partiendo de una realidad terrestre. El pan que Jesús dona no es solamente el símbolo del pan sobrenatural. No es posible revelar el pan de la vida eterna, sin empeñarse de verdad en los deberes de la solidaridad humana. El amor a los pobres, como aquel amor a los enemigos, es la expresión de la calidad de nuestra caridad. Reconocer a los pobres el derecho de recibir el pan de la vida es empeñarse hasta el fondo en la exigencia del amor; es, para el cristiano, traducir con una nueva «multiplicación de los panes» a escala mundial el beneficio que hemos recibido de Cristo.
En el evangelio la multiplicación de los panes se reviste de un transparente significado eucarístico… El vocabulario utilizado por Juan y por los sinópticos es típicamente eucarístico. Encontramos en efecto los mismos verbos que son usados en la institución de la Eucaristía: tomó el pan, y después de dar gracias, lo distribuyó… la lectura eucarística manifiesta la comprensión teológica que tiene la comunidad primitiva.
Todos tenemos que tomar conciencia de la responsabilidad que los pobres ponen en nuestra fe y misericordia. Al responder a esta realidad, estaremos ayudando a que la riqueza material vaya siendo restaurada en su verdad evangélica, y así ser en verdad en el mundo un «signo» para todos los que tienen hambre de pan y de vida eterna.
Jesús sació concretamente a los hombres que tenían hambre, y, si en ello ha revelado el pan de vida eterna, lo ha hecho partiendo de una realidad terrestre. El pan que Jesús dona no es solamente el símbolo del pan sobrenatural. No es posible revelar el pan de la vida eterna, sin empeñarse de verdad en los deberes de la solidaridad humana. El amor a los pobres, como aquel amor a los enemigos, es el test por excelencia de la calidad de nuestra caridad. Reconocer a los pobres el derecho de recibir el pan de la vida es empeñarse hasta el fondo en la exigencia del amor; es, para el cristiano, traducir con una nueva «multiplicación de los panes» a escala mundial el beneficio que él ha recibido de Cristo.
Para que el mensaje de la Iglesia sea creíble, la Iglesia debe presentarse a la multitud de pobres que pueblan el mundo, y que son, de derecho, los primeros destinatarios del evangelio, al igual que aquellos pueblos que participan de su abundancia, como una Iglesia pobre, signo de la abundancia. Ella cambiará el rostro en la medida en que nosotros los cristianos y los responsables de las instituciones eclesiales tomemos conciencia de nuestra responsabilidad al saber que los pueblos del mundo nos ponen como soporte a su fe y a su caridad.
Entonces la relación entre la Iglesia y la riqueza material será restaurada en su verdad evangélica, y así logrará ser en el mundo un «signo» para todos aquellos que tienen hambre de pan y de vida eterna.