(VI° Dom. Ord. B 2024)

Libro del Levítico (Lv 13,1-2.44-46)

“El Señor dijo a Moisés y a Aarón:

– Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel y se le produzca la lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra, y es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza.

El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: “¡impuro, impuro!” Mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.”

Salmo Responsorial (Salmo 31)

R/. Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación.

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.

Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: “Confesaré al Señor mi culpa”.
Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

Alégrense, justos, con el Señor,
aclámenlo, los de corazón sincero.

Primera Carta de san Pablo a los Corintios (1Cor 10,31-11,1)

“Hermanos: Cuando coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios.

No den motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios.

Por mi parte, yo procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven.

Sigan mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.”

Aleluya.

Evangelio de san Marcos (Mc 1,40-45)

“En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:

– Si quieres, puedes limpiarme.

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo:

– Quiero: queda limpio.

La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente:

– No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.

Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.”

Reflexión

En tiempos de Jesús toda afección de la piel era identificada con la terrible enfermedad de la “lepra”. El texto del Libro del Levítico explica la repercusión de la lepra en la persona enferma:

a) A nivel religioso: cuando alguna persona sabía que alguien sufría de lepra debía llevarlo ante el sacerdote del templo para que él le declara públicamente que era impuro.

b) A nivel social: la persona que haya sido declarada enferma de lepra deberá andar harapiento(a), despeinado(a), con el rostro tapado y gritando: “¡impuro(a), impuro(a)!” y será expulsada de la comunidad.

Para evitar al máximo el contagio de la enfermedad se echaba lejos al enfermo(a); mejor aún, se le segregaba. Con el objetivo de preservar la vida, se crearon condiciones de muerte. Al leproso(a) se le exigía llevar signos del luto junto con la pena de la enfermedad. Tenía que sufrir la deshonra de la marginación. Estaba abandonado(a) inexorablemente a su destino de muerte. Esto llevaba a que el enfermo(a) se sintiera incluso rechazado(a) por Dios y debía cargar con los sufrimientos de la enfermedad, sin esperanza alguna.

El texto del Evangelio que escuchamos este sexto domingo en la celebración de la Misa, nos dice que Jesús viene a salvarnos en estas tres dimensiones: el enfermo leproso al sentir que Jesús le ha curado, experimenta de inmediato la sanación de su cuerpo, el restituirle su cercanía a Dios y el vincularle nuevamente a la comunidad. Por esto la explosión de alegría que embargaba y explotaba en la persona del leproso y a sus familiares y cercanos.

Hoy en día, la enfermedad de la lepra ha sido erradicada en gran parte de las regiones del mundo. A pesar de ello, sigue existiéndose otra forma de “lepra”, y puede llamarse droga, alcoholismo, prostitución, y tomar los mil rostros de la marginación.

Ahora bien, ¿quiénes son los “leprosos”, los marginados de la sociedad hoy día? ¿Acaso serán los bebés que no llegan a ver la luz porque las mamás los abortan, convirtiendo sus vientres en sepulcros? o ¿los ancianos abandonados en sus casas o lugares para ancianos? o ¿los niños que deambulan abandonados por la calle sin esperanza alguna? o ¿los enfermos de VIH? o incluso ¿los enfermos mentales o quienes han sido marcados por la misma sociedad debido a diversas dolencias?

Todos ellos junto con los pobres, desposeídos, desplazados y víctimas de la corrupción, la violencia y la injusticia claman por la salvación que Jesús vino a traernos. ¿Nosotros qué podemos hacer para que la Misericordia del Señor llegue a estas personas y les restablezca su dignidad? pues, tengamos conciencia que así como la Misericordia de Dios llegó a cada uno(a), hemos que ser solidarios y extender o llevar ese profundo Amor de Cristo hacia los pobres y más necesitados de Misericordia, venciendo la tentación de sentirnos seguros y despreocuparnos de esos hermanos. La exigencia de “Amar a Dios y al prójimo como a sí mismo”, no es otra cosa que hacer partícipe a los más necesitados, del mensaje de la salvación de Cristo con hechos de Misericordia. No basta con no hacerles daño alguno, sino que es necesario que los amemos como Cristo les ama. Si esto hacemos, damos gloria al Padre celestial que hace llover gracia sobre todos, sin distingo de ninguna naturaleza.

Jesús desea un contacto personal con el enfermo, porque quiere crear un contagio que salve y no sólo un contagio que cure. Cuando el leproso se acerca al Señor y Él se acerca al leproso, no sólo se rompe la precaución sanitaria, sino que se da un acercamiento espiritual, un “contagio” especial llevado a cabo mediante un gesto humilde y confiado “si quieres” por parte del leproso y el gesto supremamente generoso de Jesús.

Los cristianos, a imitación del Señor, debemos continuar caminando por las calles de “leprosos”, provocando una genuina “compasión” y dando ese paso de acercamiento físico que exprese nuestro acercamiento interior. Se ha dicho que el Señor usa nuestras manos para seguir curando, nuestros pies para seguir caminando. Entonces pongámonos a su disposición para dejarnos guiar por Él y movernos hacia las nuevas pobrezas con la misma actitud y la misma sensibilidad que nos conducen a construir puentes de conexión y derribar los muros de la división. El enfermo(a) quiere saber que no es rechazado(a) ni es un aislado, sino un hombre o mujer hecho a imagen de Dios, llamado a una vocación de nobleza a la que damos el nombre de santidad. Tiene necesidad de alguien que se lo diga con palabras y con gestos, con el corazón y con la voluntad de “hacerse prójimo”, es decir, cercano. No son simples palabras, sino hechos concretos. Entonces podremos ver repetirse el milagro de un contagio que salva.

Todo contacto con el Señor, nos cura, nos sana, nos libera. Si nos dejamos tocar con su Palabra y la vivimos, Cristo nos cura de la lepra que invade la pobreza de nuestra vida. El leproso curado proclama y difunde la noticia: ésa es la tarea de todo discípulo. Hoy tenemos que decir: Señor, tenemos necesidad de un nuevo contagio de tu Amor, a fin de extenderlo y manifestarlo a todo el mundo. Demasiadas clasificaciones y demasiados distingos nos enredan el corazón y la mente. Concédenos el valor de acercarnos y tocar la lepra de las nuevas pobrezas que quitan dignidad a muchos(as) y envilecen nuestra opulenta sociedad, sin miedo de quedar infectados, porque, cuando se es puro, todo es puro. Tendremos la alegría de descubrir que, bajo los despojos de los marginados te escondes tú que vas mendigando nuestra misericordia. Amen.