Píldora de Meditación 482
Itzhak Perlman nació en Tel Aviv, el 31 de agosto de 1945. Es un violinista israelí, considerado uno de los mejores y más famosos violinistas de la segunda mitad del siglo xx.
A los cuatro años contrajo poliomielitis, y como consecuencia de ello quedó inválido, por lo que más adelante se vio en la necesidad de utilizar muletas para poder desplazarse. Comenzó a estudiar música en una Academia en Tel Aviv antes de mudarse para Estados Unidos. Todos los que le conocían le decían que no podía estudiar violín, porque no iba a poder con el instrumento. Pero los papás lo apoyaron y él estudió violín.
Itzhak Perlman vivía en un lugar en el que durante el invierno caía muchísima nieve. Él, con los bastones canadienses que la gente utilizaba en este tiempo, se movía. Un día, mientras se dirigía hacia el lugar de clases, se cayó y no podía levantarse. Entonces, se decía con voz fuerte: diez pasos más, aunque sean sólo diez… y siempre que se caía decía lo mismo y así logró llegar a la clase.
El 19 de mayo de 2019 debía dar un concierto en el Music Hall de Nueva York, donde tocaría una sinfonía para violín, muy difícil de interpretar…
Su entrada al escenario era toda una ceremonia: tenía que entrar con el bastón arrastrándose por el suelo del escenario hasta llegar al lugar donde estaba ubicada la silla en la que debía sentarse para tomar el instrumento y alistarse para tocarlo. La gente que lo conocía ya estaba acostumbrada y esperaba pacientemente hasta que se acomodara completamente, entonces se levantaba y todos los presentes le recibían con fuerte aplauso…
Ese día le ocurrió algo tremendo: cuando estaba en los últimos compases del primer movimiento de la Sinfonía, se escuchó en la sala un ruido: a Itzhak Perlman se le reventaron las cuerdas de su violín. Se hizo un gran silencio, se paró la Orquesta y todos los presentes entendieron lo que tenía que hacer Perlman. El violinista sólo toca con su violín, no le pueden dar otro… tenía que salir de la sala, cambiar las cuerdas, afinar el violín y regresar al lugar donde se ubicaba para tocar. Todos los presentes sabían que no podía tocar sino con su violín y que no podía tocar la sinfonía con una cuerda menos.
Sin embargo, Perlman decidió ese día no saberlo. Así que le hizo señas con el brazo al director de la orquesta para que continuara con el concierto. El director le miró asombrado como diciendo: éste está loco… y Perlman le indicó nuevamente con la cabeza y la mano que continuara… y él y la orquesta arrancaron en el mismo lugar de la partitura donde se había interrumpido la sinfonía…
Fue maravilloso, fue increíble, fue apoteósico para quienes estaban allí, ver que Perlman reemplazaba las notas faltantes, las notas de las cuerdas que no estaban… ¡En el instante reemplazaba la nota de la partitura y colocaba notas de otras cuerdas, hasta que llegó a un punto en el que la gente se olvidó que esa cuerda no estaba, y las notas que no podían estar, estuvieron y tocó el concierto…
Cuando terminó de tocar, toda la gente lo aplaudió a rabiar como una media hora, y cuando todos se callaron, Perlman simplemente sacó el pañuelo de su bolsillo, se secó el sudor y dijo: “me acabo de dar cuenta, que lo mejor como artista, es saber cuánta música puedo hacer con lo poco que me queda”. Y continuó el aplauso.
Yo creo que todos, como Itzhak Perlman, vamos por la vida con algunas cuerdas de menos… a alguno se le murió el padre o la madre cuando era niño… otros tienen dificultades económicas… otros tienen padres que no los escuchan… otros han sufrido la pérdida de un amor… Todos, todos, en la vida estamos obligados a caminar con algunas cuerdas de menos. Esas son nuestras frustraciones, y me permito repetir las palabras de Perlman: en definitiva, de lo que se trata es, ¿saben de qué es? de que hagamos la mejor música que podamos, de que construyamos el mejor destino, el más noble, el más generoso que podamos con las pocas cuerdas que nos quedan.
Adapt. Francisco Sastoque, o.p.
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