Píldora de Meditación 551
¡Cuánta belleza encerrada en “El cartero del Rey”, aquel poema dramático de Rabindranath Tagore !
Amal era un niño enfermizo, soñador de caminos. Pero su médico no le dejaba salir de casa, porque el viento y el sol le podían matar. Se tenía que contentar con ver y hablar a los que pasaban bajo su ventana: el lechero, el viejo, el guarda, el jefe, los niños y Sudda, la niña que vendía flores. Pero, cuando se enteró de que aquel edificio grande que había delante de su casa era del Correo del Rey, lo único que anhelaba era recibir una carta del Rey. Este deseo se le convirtió en una obsesión. Lo veía como un derecho, que nadie le podía negar. Y así, se murió un buen día, nublándosele la vista y oyendo, entre sueños, la voz del Heraldo de la Corte, que le anunciaba la llegada del gran Rey. Este es el lema de la Evangelización que hay necesidad de tener presente: «La Palabra, luz de los pueblos».
El mundo está lleno de niños Amal, de jóvenes, Amal, de mayores, Amal, que, en todos los continentes, desde las raíces de su alma, desean recibir la Carta del Rey, el Mensaje del Rey. Nosotros, los cristianos, sabemos que ese gran Rey existe, dueño de los seres y de las cosas. Sabemos que «de muchos modos y en muchas ocasiones ha hablado en todos los tiempos a los hombres». Sabemos, sobre todo, que «en los últimos tiempos envió a su propio Hijo» como gran cartero. Por otra parte, sabemos que su palabra -su carta-, no es letra muerta, sino que es principio de la verdadera luz y de la verdadera vida, según aquello que Él mismo aseguró: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia». Por eso, concluimos que ese Jesús «es la Palabra para todos». Pero, ¿por qué no llega esa carta? San Pablo nos responde: «¿Cómo van a invocar al Señor, si no creen en él? ¿Y cómo van a creer, si no oyen hablar de él? ¿Y cómo van a oír sino hay alguien que se lo proclame? ¿Y cómo van a proclamar si no son enviados?».
Todos debemos ser: «los carteros del Rey». Juan Pablo II, al escribir su Encíclica “Redemptoris missio”, afirma claramente que, cuando la Iglesia pregona el «mensaje de Jesús» no coarta la libertad de nadie, imponiendo, sino, al revés: está tratando de responder al «derecho que tiene todo hombre de recibir esa carta» y que, a su vez, es una obligación que tiene ella de «ir por todo el mundo a repartir esa carta a toda criatura». ¿Es que no les entusiasma la idea de ser «carteros del Rey» para llevarle cartas a Amal? En el evangelio de hoy observarán la actitud egoísta y cerrada de dos hermanos -Santiago y Juan- que quisieron detener la correspondencia de todos los hombres en su personal «extracción de correos». O, al menos, postergarla: «Haz, Señor, que nosotros nos sentemos en tu Reino uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Tuvo que recordarles Jesús que en el mundo hay muchos niños Amal, enfermizos más bien, y con la ventana abierta a la luz, soñando en recibir la «carta del Rey».
Daniel Padilla