(Fiesta del Bautismo de Jesús C 2025)
Libro de Isaías (Is 40,1-5.9-11)
“Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice Dios; hablen al corazón de Jerusalén, grítenle: que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.
Una voz grita: en el desierto prepárenle un camino al Señor; allanen en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y colinas
se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.
Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor-.
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén: álzala, no temas, diga a las ciudades de Judá: “Aquí está su Dios. Miren: el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Miren viene con él su salario, y su recompensa lo precede.
Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.”
Salmo Responsorial (Salmo 103)
R/. Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío qué grande eres!
¡Dios mío qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros,
el fuego llameante, de ministro.
Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.
Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes.
Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
Se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;
Escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelve a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
Carta de san Pablo a Tito (Tit 2,11-14.3,4-7)
“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.
Cuando ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador.
Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna.”
Aleluya
Aleluya, aleluya
“Viene el que puede más que yo -dijo Juan-; él los bautizará con Espíritu Santo y fuego”
Aleluya.
Evangelio de san Lucas (Lc 3,15-16)
“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. Él tomó la palabra y dijo a todos:
– Yo los bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo:
– Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.”
Reflexión
Con la celebración de la Fiesta del Bautismo de Jesús en el río Jordán, se termina el “tiempo de Navidad”. Pero esto no significa que haya que dejar de hablar del misterio del Nacimiento del Señor, pues, Él todos los días pasa cerca de nosotros, se hace como uno de nosotros; más concretamente se manifiesta en el pobre y en el necesitado. Por eso el misterio de la Encarnación y Nacimiento del Señor es actual, permanente en nuestra existencia. La paz y la alegría de la Navidad debe extenderse a todo el año 2025, debe acompañar todos los momentos de nuestra existencia. De lo contrario no seríamos cristianos.
Sobre la rivera del Jordán, Juan Bautista predicaba la conversión para acogerse al Reino de Dios que estaba cerca. Jesús bajó con la gente a las aguas del río para hacerse bautizar. El bautismo para los judíos era un rito penitencial en el que reconocían los propios pecados. Pero el bautismo que Jesús recibió no fue sólo un bautismo de penitencia; la manifestación del Padre y el bajar del Espíritu Santo le dieron un significado preciso. Jesús fue proclamado «Hijo predilecto» y sobre Él se posó el Espíritu que le dejó ungido con la misión de profeta, que es la predicación del Reino; con la misión de sacerdote, que realiza el único sacrificio aceptable para Dios; y la misión de rey, el mesías salvador.
El bautismo de Jesús nos manifiesta el bautismo del «nuevo pueblo de Dios», el bautismo de la Iglesia. El Espíritu no sólo desciende sobre Cristo, sino que permanece sobre él, «para que nosotros reconozcamos en Él al Mesías, enviado a llevar a los pobres el gran anuncio de la salvación». El Espíritu ahora permanece para siempre, por Cristo, en la Iglesia.
La misión de Cristo estaba prefigurada en aquella misión del Siervo sufriente que profetizó Isaías. El «siervo de Yahvé» es aquel siervo que lleva sobre sí los pecados del pueblo. En Cristo, que acepta un acto público de penitencia, vemos la solidaridad del Padre, la solidaridad del Hijo y la solidaridad del Espíritu Santo con nuestra historia, con nuestra realidad humana. Jesús no toma distancia de nuestra humanidad pecadora; al contrario, se mete en nuestra realidad para «manifestar mejor el misterio del nuevo lavado» y la consiguiente acción apostólica que deriva para el discípulo.
El bautismo es manifestación del gran Amor del Padre, participación del misterio pascual del Hijo, comunicación de una vida nueva en el Espíritu; el Bautismo nos pone en comunión con Dios, nos integra en su Familia; es el paso de la solidaridad en el pecado a la solidaridad en el Amor.
El Justo se mezcla con los pecadores y se sumerge con ellos en las aguas del Jordán. Es lo que ya había hecho con su Encarnación: mezclarse con nuestra humanidad y entrar en la corriente de su historia. Había venido a hacerse solidario de los hombres en todo, no en el pecado, pero sí en las consecuencias del pecado: la muerte. Con el mismo impulso de Amor a los hombres con el que, por la Encarnación, había entrado en nuestra humanidad, bajó al Jordán, confundido con aquella multitud que se confesaba pecadora.
Sube después del agua y con Él son elevados los penitentes del Jordán, y con ellos todos los hombres de buena voluntad que a lo largo de los siglos buscan a Dios en la oscuridad. Por todos ellos ora Jesús. Y estando en oración es cuando se abre el cielo.
La voz del Padre y una manifestación del Espíritu dan testimonio de que Jesús de Nazaret es el Hijo amado, el gran Profeta prometido a Israel, el Mesías, o sea, el Ungido por el Espíritu de Dios; y no de manera ocasional o parcial, sino plenamente y para siempre. Este Espíritu, que ya poseía desde el principio y que ahora se manifiesta, es el mismo que Jesús, una vez muerto y resucitado, lo comunicará a todos los que, por la fe y el bautismo, bajen con Él al Jordán y sean elevados con Él a una vida de santidad y de gracia. Incorporados a Cristo, podrán sentir como dirigida personalmente a cada uno de ellos la voz que resonó en el Jordán y llega hasta nuestros oídos: «Tu eres mi hijo. En ti me he complacido. Hoy te engendré».
Pero el bautismo de agua solo podrá convertirse en bautismo en el Espíritu por medio del bautismo en la sangre. A él se refería Jesús cuando anunciaba su Pasión a los discípulos: «Tengo que recibir un bautismo, y, ¡cómo me angustio mientras llega! (Lc 12,50).
Nuestro bautismo es Pascua, puesto que nos ha sumergido en la muerte de Cristo, y nos sumerge en la pascua diaria de nuestra existencia en la que tenemos que pasar continuamente de la muerte a la Vida, de las tinieblas a la Luz, del egoísmo al Amor, del pecado a la Gracia. Esto es lo que ordinariamente proclamamos cada domingo cuando decimos en voz alta en el templo: “creo en un solo bautismo”.
Quienes hemos recibido el sacramento del Bautismo, sabemos que por él somos hijos de Dios, por él somos miembros de la Iglesia, por él somos hermanos. Nacidos y revestidos en la fe de la Iglesia, los cristianos tenemos necesidad de descubrir la grandeza y las exigencias de la vocación bautismal.
Por ello llama mucho la atención que el bautismo, que hace al varón y a la mujer un miembro vivo del Cuerpo de Cristo, no tenga un puesto claro en la conciencia del cristiano y que la mayor parte de los fieles no sientan o no tengan conciencia clara del ingreso en la Iglesia a través de la iniciación bautismal como el momento decisivo de su vida.