(VI° Dom. de Pascua B 2024)
Hechos de los Apóstoles (Hch 10,25-26.34-35)
“Aconteció que cuando iba a entrar Pedro, Cornelio salió a su encuentro y se echó a sus pies. Pero Pedro lo levantó diciendo:
– Levántate, que soy un hombre como tú.
Y, tomando de nuevo la palabra, Pedro añadió:
– Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.
Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras.
Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles.
Pedro añadió:
– ¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?
Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo.
Le rogaron que se quedara unos días con ellos.”
Salmo Responsorial (Salmo 97)
R/. El Señor revela a las naciones su justicia.
Canten al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas,
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
a favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclame al Señor, tierra entera,
griten, vitoreen, toquen.
Primera Carta de san Juan (1Jn 4,7-10)
“Queridos hermanos:
Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Si alguno me ama guardará mi palabra, dice el Señor: y mi Padre lo amará, y vendremos a él.”
Aleluya.
Evangelio de san Juan (Jn 15,9-17)
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– Como el padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor.
Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando.
Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes los llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer.
No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los he elegido; y los he destinado para que vayan y den fruto y su fruto dure.
De modo que lo que pidan al Padre en mi nombre, se lo dé.
Esto les mando: que se amen unos a otros.”
Reflexión
Hoy todo en la Eucaristía nos habla de Amor. Sin embargo, saliendo del templo y mirando a nuestro alrededor descubrimos un mundo, una sociedad marcada por el des-amor: violencias, corrupción, injusticias, infidelidades, narcotráfico, secuestros, desplazamientos, trata de blancas y niños, droga, atracos y robos, muerte… Esta situación nos puede hacer caer en un sentimiento de pesimismo y desamparo.
También en la comunidad apostólica luego de la crucifixión del Señor, el ánimo estaba por el piso y los había contagiado a todos, menos a María, y había desorientación y miedo. Jesús no los abandonó. Después de la resurrección el Señor se presenta a sus discípulos que estaban escondidos por miedo a los judíos, y les dice: «La paz esté con ustedes» y «les mostró las señales de los clavos». Es que la paz brota de la cruz. Por eso las palabras de san Pablo: «revístanse de Jesucristo, el Señor, y no se entreguen a satisfacer las pasiones de esta vida mortal». «Todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo». Con este escudo estamos capacitados y listos para enfrentar cualquier situación adversa que se nos presente, incluso la que estamos viviendo hoy en el mundo.
Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo para participar de su muerte. Como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también nosotros hemos renacido a una vida nueva. Por esto también, si hemos sido resucitados con Cristo, debemos buscar las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre.
La Pascua debe ser novedad de vida, pues, Cristo nos ha recreado con su sangre y resurrección; y la paz que ofrece Jesús es distinta… es la que surge del corazón que ha acogido la Palabra de Dios.
No olvidemos la promesa del Espíritu Santo hecha por Jesús a sus discípulos. Esa promesa se realiza continuamente en la Iglesia. El Espíritu Santo actúa libremente como lo demuestra el episodio narrado en el Libro de los Hechos de los Apóstoles: el don del Espíritu Santo se da incluso en la casa de un pagano, Cornelio. Pedro se convence que «Dios no tiene preferencia alguna de personas» (cfr. Hch 10,25-26ss).
Quien toma la iniciativa de llamar a hombres y mujeres para que entren a formar parte del pueblo de los bautizados es siempre Dios; su iniciativa se llama Amor y quiere reunir a todos en un solo pueblo, en un solo rebaño, en la Iglesia. Esta es la consigna que también Jesús ha dejado a sus discípulos. Y en esta línea debe desarrollarse la obra de la Iglesia.
El inalienable derecho a la libertad religiosa, fundado sobre la dignidad de la persona humana, ha sido asumido por la Iglesia. Pero hay que tener claro que la Iglesia no opta por un liberalismo doctrinal que pretenda la igualdad de todas las religiones, como lo quieren algunas personas, ni renuncia a evangelizar, sino que reconoce en el pluralismo de la sociedad moderna una situación que no es opuesta al Evangelio.
La preocupación del evangelista san Juan por la joven Iglesia a quien dirige su carta era que la caridad reinara entre los distintos miembros de la comunidad, para que fuera conocido por todos el Amor de Dios manifestado en el envío del Hijo Santo de Dios. Este Amor es la identificación del cristiano.
Nuestra comunidad debe ser también una comunidad abierta a todos: a los no cristianos, a los pocos convencidos, a los indiferentes, a quienes se encuentran en situación de búsqueda… De una parte, la pertenencia visible de los cristianos a la Iglesia mediante el bautismo y la explícita profesión de fe en el Señor que tiene su vértice en la Eucaristía, deben manifestar a todos, el objeto de su búsqueda y el término de su vida espiritual. De otra parte, los creyentes debemos renovar continuamente nuestra disponibilidad a vencer la tentación de no dialogar con los que están fuera del área cristiana, a recordar que «quien teme a Dios y practica la justicia, así pertenezca a cualquier pueblo, en muchos casos es acepto a Dios. Quien se encuentra dentro de la asamblea cristiana debe sentirse como en la propia casa, en familia, en la que puede encontrar el conocimiento de Dios.