ORIGEN DEL LIENZO DE LA VIRGEN DE CHIQUINQUIRÁ

En un lienzo, tejido por los indígenas de la región, en 1562, fue pintada al temple con tierras y colores vegetales, la imagen de la Virgen del Rosario en medio de los santos san Andrés apóstol y san Antonio de Padua, por orden del Encomendero Antonio de Santana, con el objeto de colocarlo en su capilla particular de Sutamarchán, donde permaneció hasta el año de 1578; cuando el presbítero Juan Alemán de Leguizamón, lo hace quitar por encontrarlo deteriorado e indecoroso para el oratorio, pues, prácticamente ya no se distinguía pintura alguna. Entonces, toman el lienzo y lo tiran entre trastos viejos y enjalmas y de vez en cuando lo utilizan para secar maíz, trigo u otros cereales que se cultivaban en la región. Envolviendo alguna carga, la tela llegó a Aposentos de Chiquinquirá, propiedad del Encomendero Antonio de Santana, hacia el año 1585, donde siguió recibiendo el mismo trato anterior.

A comienzo del año 1586, procedente de España, llegó a Aposentos de Chiquinquirá María Ramos. Lo primero que hizo fue organizar una pequeña capilla y al descubrir aquel lienzo donde, según se decía, había estado pintada la imagen de la Virgen María, lo rescató de la mugre, lo limpió y lo colocó en el centro del oratorio, en el que varias veces al día hacía su oración. En la oración María Ramos siempre incluía esta súplica a la Virgen: «Hasta cuando Rosa del cielo vas a dejarme ver tu rostro».

Y así pasaron los días y los meses, hasta el 26 de diciembre de 1586, cuando a eso de las 9 de la mañana se realizó el milagro de la Renovación del Lienzo de la Virgen.

Fray Pedro Tobar y Buendía, o.p. primer historiador de la Virgen de Chiquinquirá, nos dejó el siguiente testimonio:

«[…] El lienzo, en que está pintada es una manta de algodón, que tiene de alto vara y cuarta, y de ancho vara y tres cuartas poco menos; La estatura de la Madre de Dios es de cinco palmos, la disposición de su Santísimo cuerpo es peregrina, las proporcionadas facciones de su rostro son soberanas, y el todo de hermosura tan superior, que causa asombro, y pasmo a cuantos la ven, con una gravedad tan majestuosa, acompañada de tan agradable, y extremada modestia, y compostura, que arrebata los ojos, y la atención, embelesa los entendimientos, y se roba los corazones tan insensiblemente, que lo mismo es poner en ella la vista, que quedar presa de sus afectos la voluntad. Solo quien la ha visto, y experimentado este su poderoso atractivo (que creó, son todos los que entran con reverencia en su Templo) puede hacer entero concepto de esta verdad.

Tiene esta Señora los ojos casi cerrados, e inclinados con el rostro a su precioso Hijo, que tiene sobre el brazo izquierdo en graciosa disposición, y tan a lo natural, que parece más vivo que pintado; en cuya mano derecha tiene un hilo, que pende de el pie de un parajito de varios colores, que está pintado sobre el pecho de su Santísima Madre: de cuyo rostro el color casi es indeterminable a la vista, y a lo que parece, es al blanco color de perla: tiene en su soberana cabeza una toca blanca, que dejándole descubierto todo el rostro, y la garganta, cae por los lados en bien sombreados dobleces, y se recoge sobre el pecho. En la mano derecha tiene un Rosario de color de coral; los trazos del ropaje son primorosos, porque la túnica es de color rosado claro con sombras de carmín oscuro, y del mismo color es el paño, en que está envuelto el niño Jesús del medio cuerpo para abajo, y para arriba está desnudo. El manto es de color azul celeste, y baja de los hombros por los lados, recogiéndole la punta del derecho, debajo del brazo izquierdo, y a sus santísimos pies tiene una Luna con las puntas para arriba.

En los gloriosos Santos San Andrés Apóstol, y San Antonio de Padua, que están pintados a los lados de la Madre de Dios, hay también mucho, que admirar, así en la hermosura de sus rostros, como en la primorosa disposición de sus cuerpos: está San Andrés al lado izquierdo, vuelto el rostro hacia la Santísima Virgen muy grave, y severo, con los ojos puestos en un libro, que tiene abierto en la mano derecha, con tanta propiedad que parece que está leyendo, y debajo del brazo izquierdo tiene la Santísima Cruz signo de su martirio; el color de la túnica es rosado encendido con oscuras sombras de carmín; el manto que le ajusta al cuello es de color de muy fina grana, tiene descubiertos los pies, y la estatura es de cinco palmos. Del mismo tamaño es la de San Antonio de Padua, que está al lado derecho de la Madre de Dios: tiene el rostro penitente, y devoto, y calada la capilla: en la mano izquierda tiene un libro cerrado, y sobre él parado un niño Jesús, con el Mundo en la mano: en la derecha tiene el Santo una palma verde signo de su virginidad, y los pies descubiertos.

De esta manera quedó el milagroso lienzo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá después de su admirable renovación. Y así se ve al presente, pintada su Sacratísima Imagen, y las de los gloriosos Santos. Y aunque después del milagro quedaron en el lienzo por algunos años las roturas, y agujeros, poco, a poco se fueron cerrando, sin poderle percibir el modo; porque con la sutileza, que la naturaleza misma hace crecer las plantas sin percibirse el movimiento, así de milagro se fueron cerrando, de tal manera, que ya no se ve en aquel portento o lienzo, ni un rasgo de las roturas, que tenía de antes, ni señal alguna de haberlos tenido, ni de que hayan sido resanados por Artífice humano; y solo se reconoce, haber sido toda esta obra del divino poder, que con solo un rasgo de su pincel cerró los que tenía el lienzo, dejando acabada esta maravilla con los primores de su poderosa mano, no solo en el aumento de la materia, que faltaba, cuanto en la pintura, que la llenase, y cubriese, repitiendo nuevos prodigios a los primeros: a los cuales se añade otro muy singular, que de ordinario se experimenta; y es, que desde la grada del Altar se ve esta milagrosa Imagen con tan perfectas facciones, hermosura, y viveza de colores en toda la pintura, que excede toda ponderación, y dejamos referido, y subiendo encima del Altar, para ver más de cerca aquel prodigio de maravillas, lo que se ve en el portentoso lienzo, es un género de sombras de unos colores muertas, que parece, haber sido lavadas, y las facciones del rostro de la Madre de Dios no se perciben con aquella perfección, que vista de lejos, desde donde atendida, no solamente se ve muy extremadamente hermosa, y toda la pintura de vivos colores, sino, que parece, es la Imagen de la Madre de Dios de relieve, y que se sale del lienzo con hermosura, y grandiosidad tan divina, y colores tan inimitables, que aunque muchos de los excelentes Pintores, que ha habido en aquel Reino han querido copiarla, jamás han podido dibujarla con perfección, ni han sabido, determinar, si la pintura está al óleo, o al temple: porque parece lo uno, y lo otro, y no es lo que parece: Bastantemente se prueba esta verdad con una declaración, que hizo como testigo de vista el Alférez Balthasar de Figeroa: pues siendo tan primoroso pintor, como lo acreditan las obras, y queriendo sacar de esta milagrosa Imagen un Retrato , se le turbó la vista, de manera, que confesó públicamente a voces en la Iglesia, no poder principiar el bosquejo por la mucha turbación, que le había causado la vista de esta Soberana Señora. Y siendo el Autor Prior de su santa casa vio, que sucedió casi lo mismo a Juan de Cifuentes Pintor, pues habiendo querido a vista de la milagrosa Imagen, hacer de ella un Retrato, le dio un trasudor, y temor tan grande, que no se atrevió, a dar pincelada alguna; ni ha sido posible, que Pintor alguno haya podido, sacar de esta admirable Imagen un diseño, que con verdad se diga, corresponde al original.»

(Fray Pedro Tobar y Buendía OP, Verdadera histórica relación del origen, manifestación y prodigiosa renovación por sí misma y milagros de la imagen de la Sacratísima Virgen María Madre de Dios Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, capit. VIII, 1694, pp. 34ss)