(II° Dom. de Pascua C 2022)

Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 5,12-16)

“Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo.

Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía en número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor.

La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra por lo menos cayera sobre alguno.

Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén llevando enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.”

Salmo Responsorial (Salmo 117)

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel:
Eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
Eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
Eterna es su misericordia.

La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor:
Sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación,
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios: él nos ilumina.

Libro del Apocalipsis (Ap 1,9-11 a, 12,13.17-19)

“Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la esperanza en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús.

Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente, como una trompeta, que decía: “lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete iglesias de Asia”. Me volví a ver quién me hablaba y, al volverme, vi siete lámparas de oro, y en medio de ellas una figura humana, vestida de larga túnica con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verla, caí a sus pies como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo:

-No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Porque me has visto, Tomás, has creído –dice el Señor-. Paz a vosotros. Dichosos los que creen sin haber visto.”

            Aleluya.

Evangelio de san Juan (Jn 20,19-31)

“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

-Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llanaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Tomás, uno de los Doce, llamado “el Mellizo”, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

-hemos visto al Señor.

Pero él les contestó:

-si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

-Paz a vosotros.

Luego dijo a Tomás:

-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

Contestó Tomás:

-¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

-¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.”

Reflexión

El primer domingo de Pascua es el Domingo Solemne de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. En él celebramos la manifestación del Resucitado primero a las mujeres y después a los discípulos. La primera preocupación de Cristo Resucitado fue reunir a los discípulos dispersos, desconcertados y temerosos por el escándalo de la cruz.

En el domingo siguiente al de la Resurrección, el Resucitado vuelve a reunir a los discípulos para confirmarlos en la fe. En este segundo Domingo de la Pascua, la Iglesia nos recuerda la Misericordia de Cristo Resucitado sobre sus apóstoles, en especial sobre el incrédulo Tomás, quien no cree porque no ha visto con sus propios ojos la aparición del Señor, como los otros discípulos.

El evangelista san Juan nos dice que los discípulos “estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos” (Jn 20,19). Jesús se presenta en medio de ellos con unas palabras sencillas de saludo que perduran para siempre en la Iglesia: “¡Paz a ustedes!” (Jn 20,19). La Paz, es el primer fruto de la Resurrección del Señor, es el primer mensaje del resucitado a los once. Tres palabras que sanan el corazón herido de los apóstoles que ahora estaba lleno de resentimiento y odio contra quienes habían clavado en la cruz al Maestro, a Jesús el Señor.

Como dijera San Juan Pablo II, «Los cristianos estamos llamados a ser centinelas de la paz, en los lugares donde vivimos y trabajamos. Tenemos que estar vigilantes para que las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia. Por esto, pidamos juntos a Dios, rico de misericordia y de perdón, que apague los sentimientos de odio en el ánimo de las poblaciones, que haga cesar el horror del terrorismo y guíe los pasos de los responsables de las naciones por el camino de la comprensión recíproca, de la solidaridad y la reconciliación». Solo cuando el ser humano encuentra paz consigo mismo, entonces entenderá cual es el significado real de su vocación cristiana y recibirá el segundo fruto de la Resurrección: la alegría.

Como los Apóstoles un día, es necesario que también nosotros hoy acojamos en el cenáculo de la historia a Cristo resucitado, que muestra las heridas de su crucifixión y repite: “¡Paz a ustedes!” Dejémonos alcanzar y colmar por el Espíritu que Cristo resucitado nos dona, Espíritu que sana las heridas del corazón, derriba las barreras que nos alejan de Dios y nos dividen entre nosotros, restituyendo en nosotros la alegría del amor del Padre y la alegría de la unidad fraterna.

En la reflexión de este domingo, quiero recordar cómo el 8 de febrero de 1935, en una visión que tuvo Santa María Faustina Kowalska, el Señor le dijo: «Proclame que la misericordia es el atributo más grande de Dios»… «Mi misericordia es más grande que sus pecados y que los del mundo entero»… «Crean en mi bondad. Yo mismo soy la Misericordia»… «Cuando un alma alaba mi bondad, Satanás tiembla ante ella, y huye a lo más profundo del infierno.»

También, Jesús le dijo a sor Faustina: «La humanidad no encontrará paz, hasta que no se vuelva con confianza a la divina misericordia» (Diario, p. 132).

Jesús le pedirá a Sor Faustina que diga a todos que lo que brota de su corazón es el Amor y la Misericordia en persona (cfr. Diario, p. 374). Esta misericordia Cristo la derrama sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu que, en la Trinidad, es la Persona-Amor.

En el corazón de Jesús, en la escuela de Dios, al calor de su caridad, podemos aprender a amar y ser misericordiosos como Él quiere que seamos: “sean misericordiosos como el Padre celestial es misericordioso”.

El apóstol Tomás, al igual que el mundo de hoy que pide pruebas y certezas, no cree las cosas grandes de Dios con facilidad. Nosotros mismos, con mucha frecuencia, pedimos muchas pruebas a Dios cuando en realidad nosotros somos un misterio para nosotros mismos y para para los demás. Sólo para Dios no somos un misterio. Dios sabe lo que habita en nuestro corazón y sabe dar la respuesta adecuada en el momento adecuado. Él, nuestro Alfarero, sabe de qué barro estamos hechos. Este mensaje consolador de la Misericordia se dirige sobre todo a aquella persona afligida por una prueba particularmente dura o aplastado por el peso de los pecados cometidos, y que ha perdido toda confianza en la vida y ha tentado de ceder a la desesperación. A esa persona sufriente se presenta el rostro dulce de Cristo, sobre ella arriban aquellos rayos que parten de su corazón e iluminan, calientan, indican el camino e infunden esperanza. ¡Cuántas almas ya ha consolado la invocación «Jesús, confío en Ti», que la Providencia ha sugerido a través de Sor Faustina! Este simple acto de abandono a Jesús esparce las nubes más densas y hace pasar un rayo de luz en la vida de cada uno. “¡Jesús, confío en ti!”.