En el siglo XIII la fe era profunda, la Iglesia reinaba aún sobre la sociedad que había conquistado. Sin embargo, la mente europea, lentamente trabajada por el tiempo y por el cristianismo, tocaba a crisis de la adolescencia. Lo que el Papa Inocencio III había visto en sueños, la Iglesia vacilante, lo reveló santo Domingo a toda la tierra. Y cuando todos la creían reina y señora, él declaró que no se necesitaba menos para salvarla que la reaparición del primitivo apostolado. Respondieron a santo Domingo como habían respondido a Pedro el Ermitaño, y surgiendo frailes Predicadores como verdaderos defensores de la fe.
Las universidades de Europa dieron su contingente de maestros y escolares. Jordán de Sajonia, admitió al hábito más de mil jóvenes, que, solamente él, había ganado para aquel nuevo género de vida. En cinco años, santo Domingo, que antes de la Bula de Honorio sólo tenía dieciséis colaboradores, ocho franceses, siete españoles y un inglés, fundó setenta conventos constituidos por hombres escogidos y de una floreciente juventud.
Todos, como su Maestro, en un momento en que la Iglesia era rica, querían ser pobres, y pobres hasta la mendicidad. Todos como él, en un momento en que la Iglesia era soberana, no querían deber su influencia sino a la sumisión voluntaria de los espíritus a sus virtudes. No decían como los herejes: «hay que despojar a la Iglesia», sino que, despojándose ellos, la mostraban a los pueblos con su pureza original.
En una palabra, amaban a Dios sobre todo y al prójimo como a sí mismos y más que a sí mismos: habían recibido en el pecho la dilatada herida que ha hecho elocuentes a todos los santos… Los frailes Predicadores, además de un alma apasionada, tuvieron una habilidad en tomar el género de predicación que convenía a su tiempo…
Se llamó Domingo, de él hablo como de labrador escogido por Cristo para ayudarle en su huerto. Con la doctrina y la voluntad juntas, se puso en marcha para su tarea apostólica cual torrente que baja de la alta cumbre. De él se formaron diversos riachuelos, con los que se riega el huerto católico».
(De las Obras de Fray Enrique Lacordarie. En Lit. de la Horas propio OP, fiesta de todos los Santos de la Orden, pp. 1136-1138).