(XXVIII° Dom. Ord. A 2023)

Libro del profeta Isaías (Is 25,6-10ª)

“Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre.

El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. -Lo ha dicho el Señor-. Aquel día se dirá: Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte.”

Salmo Responsorial (Salmo 22)

R/. Habitaré en la casa del Señor por años sin término.

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

Carta de san Pablo a los Filipenses (Flp 4,12-14.19-20)

“Hermanos: Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en Aquel que me conforta. En todo caso, hiciste bien en compartir mi tribulación.

En pago, mi Dios proveerá a todas sus necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús.

A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de nuestro corazón, para conocer cuál es la esperanza a la que nos llama.

Aleluya.

Evangelio de san Mateo (Mt 22,1-14)

“En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:

– El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Vengan a la boda.”

Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados:

«La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Vayan ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encuentren, convídenlos a la boda.»

Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo:

«Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?»

El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros:

«Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.”

Reflexión

La “convocación” y la “reunión universal” es un tema que se presenta en toda la Sagrada Escritura y define la experiencia del pueblo de Israel y de la Iglesia. Cuando los profetas evocaban la llegada futura del Mesías, apelaban al tema de la asamblea en la que el Señor reuniría no sólo a las doce tribus de Israel, sino a todas las naciones de la tierra.

La palabra de Dios, en este domingo, nos habla de una convocatoria, de un gran banquete, de una gran fiesta de bodas.

Dios invita a todos a su fiesta, nadie queda excluido, sólo quedan fuera los que no quieren entrar, los que no aceptan la invitación, los muy ocupados en sus negocios para escuchar al Señor.

Dios nos ha hecho de tal manera que necesitamos comer, pero con una característica particular: nuestras comidas son una comunión con los otros. La comida y la mesa de la amistad es mucho más que el simple llenar el estómago, es el momento del compartir fraterno y conectar con el significado profundo de la vida.

En la Sagrada Escritura la imagen del banquete, de la comida, se repite muchas veces para comunicarnos que Dios quiere compartir con su pueblo, su amor y su alegría. Este es el mensaje que el profeta Isaías describe cuando se refiere al futuro del pueblo de Dios como una gran comida preparada por Dios para su familia. Imagen llena de risas, seguridad y abundancia. Imagen de toda la familia reunida en torno a la misma mesa.

Así como no hay celebración sin mesa y comida, tampoco debería haber un día sin mesa y comida compartida juntos, en familia.

Dios está siempre en fiesta. Es la boda de su hijo, en la que todo es amor, alegría, familia, reunión, comida, vino, música, encuentro cálido de los seres humanos.

El designio de reunión de todas las naciones se realiza en Cristo. Dios quiere obrar esta reunión a través del pueblo elegido, ya anteriormente designado en los planes de Dios para ser el instrumento privilegiado de la reunión universal. Pero el rechazo de Israel lo priva de su privilegio, y la reunión universal se hará en torno a Cristo crucificado que resucita de entre los muertos.

Algunos elementos caracterizan esta reunión y la distinguen de aquella descrita por el Antiguo Testamento. Es Dios, a través de Jesús, quien “convoca” a esta reunión, pero su designio de reunificación no podrá alcanzarse sin la activa participación y colaboración de todos -varones y mujeres-. El designio de Dios constituye la tarea para el hombre. El Reino de Dios no desciende del cielo como un rayo, sin aporte alguno del hombre. Si es verdad que Cristo constituye la piedra angular de la construcción, los hombres no pueden eximirse de colaborar en el levantamiento del edificio

En esta reunión universal, el pueblo de Israel no tendrá ningún privilegio. Desde el día de Pentecostés el signo y el lugar privilegiado de la reunión universal querida por Dios es la Iglesia. El milagro de las lenguas y la presencia en Jerusalén de gentes venidas de todas partes del mundo expresan bien desde su nacimiento la naturaleza y la misión de la Iglesia, cuyo misterio puede expresarse propiamente en términos de convocación y de reunión.

El amor infinito del Padre, nos tiene incluidos a todas las personas, pues, Dios quiere que todos estemos en comunión con Él. Si esto no fuese así, ¿por qué se repite en la Sagrada Escritura estas frases?: “todas las gentes”, “todas las naciones”, “toda la tierra”, “salgan a los caminos e inviten a todos los que encuentren”. Pero ¿quién puede dar una fiesta semejante? ¡Nadie! ¡Nadie, excepto Dios! 

La “convocación” se hace hoy mediante de la misión de la Iglesia, llega a través del testimonio de vida de los creyentes. Los católicos celebramos la santa Eucaristía, nuestro Banquete dominical. Ella es el Anticipo para el Banquete final en el Reino y en el Amor de Dios. “La Fiesta está preparada”: Una mesa. Un pueblo que celebra la fiesta. Una comida: pan y vino. Todos son bienvenidos. Sin embargo, Dios espera de cada uno de nosotros algo más que la mera presencia. Espera algo parecido al “vestido de fiesta”: espera que cambiemos y que nos dejemos cambiar, que hagamos fiesta y comamos con alegría el pan de ángeles, el pan de vida eterna.