(XIX° Dom. Ord. B 2024)

Primer Libro de los Reyes (1Re 19,4-8)

“En aquellos días, Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y al final se sentó bajo una retama, y se deseó la muerte diciendo:

– Basta ya, Señor, quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres.

Se echó debajo de la retama y se quedó dormido. De pronto un ángel lo tocó y le dijo:

– Levántate, come.

Miró Elías y vio a su cabecera un pan cocido en las brasas y una jarra de agua. Comió, bebió y volvió a echarse. Pero el ángel del Señor le tocó por segunda vez diciendo:

– Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas.

Se levantó Elías, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta el Horeb, el monte de Dios.”

Salmo Responsorial (Salmo 33)

R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca.
Mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor y me respondió,
los que buscan al Señor no carecen de nada,
me libró de todas mis ansias.

Contémplenlo y quedarán radiantes,
su rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo salva de sus angustias.

El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles, y los protege.
Gusten y vean qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él.

Carta de san Pablo a los Efesios (Ef 4,30-5,2)

“Hermanos: No pongan triste al Espíritu Santo. Dios les ha marcado con él para el día de la liberación final. Destierren de ustedes la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sean buenos, comprensivos, perdonándose unos a otros como Dios los perdonó en Cristo.

Sean imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivan en el amor como Cristo los amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Yo soy el pan vivo bajado del cielo, dice el Señor, el que coma de este pan vivirá para siempre”.

Aleluya.

Evangelio de san Juan (Jn 6,41-52)

“En aquel tiempo, criticaban los judíos a Jesús porque había dicho “yo soy el pan bajado del cielo”, y decían:

– ¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?

– Jesús tomó la palabra y les dijo: No critiquen: Nadie puede venir a mí, sino lo trae el Padre que me ha enviado.

Y yo lo resucitaré el último día.

Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.”

Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí.

No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ése ha visto al Padre.

Les aseguro: el que cree tiene vida eterna.

Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre.

Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.”

Reflexión

La catequesis de la Iglesia, a través de la Liturgia, de este domingo, sigue siendo sobre la persona de Cristo “verdadero pan del cielo”. Es verdad que para muchos Jesús es un gran personaje, un líder que es muy admirado, pero no reconocido como hijo de Dios a quien es necesario escuchar y aprender de Él, que nos ha enseñado su procedencia de lo alto.

Seguir su camino que es Verdad y Vida, no es del todo fácil. Debido a tantos problemas que nos envuelven, con cierta facilidad se puede entrar en crisis de fe, igual a como le sucedió al pueblo de Israel en tiempo del profeta Elías, que se encontraba en una situación peligrosa y dramática, imbuido en las ideas cananeas: estaban a punto de suplantar a Dios por dioses inventados por hombres.

Como tú y yo sabemos, a muchas personas hoy les cuesta salir de tales situaciones. Sin embargo, el Señor nos ilumina con el testimonio de personas que han vivido como nosotros esos momentos de desesperación, y con la luz de Dios se han levantado para seguir el camino.

Una persona que ha tenido que afrontar las peores situaciones es el profeta Elías, que finalmente puso en ridículo a los sacerdotes de los dioses baales, en el monte Carmelo; pero su triunfo fue momentáneo, pues al poco tiempo la reacción del pueblo se tornó muy peligrosa y Elías tuvo que huir (1Re 19,10.14). 

Al igual que Moisés, Elías huyó hacia el desierto que lo acogió y lo liberó del poder real, pero aún siguió prisionero de sí mismo. Después de una jornada de desierto, Elías, exhausto y desilusionado, se recostó a la sombra de una retama, y se deseó la muerte. Había perdido la confianza en sí mismo y en los demás, se sintió sólo. Cansado de luchar, sólo deseaba que Dios le enviara la muerte. En medio de la angustia, un acontecimiento le transformó su vida. La voz del ángel y la comida milagrosa (cfr. 1Re 19,5-8) hicieron que la huida que conducía a la desesperación y a la muerte desembocara en peregrinación hacia el Horeb (1Re 19,9a). Este fue el comienzo de la vida del pueblo y también de Elías. Se da, pues, un retorno al origen del pueblo, al origen de la fe. Su peregrinar durante cuarenta días y cuarenta noches coincidió con la permanencia de Moisés en el monte (1Re 19,8; cfr. Ex 34, 28). Así se convirtió su caminar en un peregrinaje que le condujo a la revelación de Dios en el monte (1Re 19,11-13; cfr. Ex. 33, 18-21). En este momento Elías encontró la respuesta divina a su angustia y pena: El Señor, Dios de Israel no está en las fuerzas de este mundo ni en medio de las espectaculares y bravías fuerzas de la naturaleza -huracán, terremoto y fuego-, sino en la suave brisa, en el dulce susurro del viento; a Dios se le encuentra en el curso ordinario de la historia y de la vida humana. Así, el profeta Elías aprendió que, aunque le persiga la muerte, Dios está con él. Por eso ha de continuar luchando, la vida ordinaria tiene pleno sentido.

Hoy se habla mucho del proceso de paz y muchos que entienden verdaderamente la paz como un auténtico don de Dios y hablan y predican el Evangelio, también se sienten desfallecer, casi frustrados porque sus hermanos, en vez de ofrecer el mensaje límpido del Amor y de la Justicia evangélico, se dedican más a dar culto a violentos que se presentan como dioses humanos o nuevos baales. Y, como el profeta Elías, piden el final de sus días. Nosotros tenemos que convertir nuestro caminar por la existencia de este mundo en una auténtica peregrinación que nos acerque a la revelación de Dios, como Elías que encontró la respuesta divina a su angustia y pena en el monte Carmelo, y se convenció que, aunque le persiga la muerte, Dios está con él. Por eso, como se decía antes, se ha de continuar luchando, pues la vida ordinaria tiene pleno sentido.

En cada instante de la existencia, nuestra vida se sostiene en Dios. Él nos ayuda a salir de situaciones en conflicto. Por ello démosle gracias a Dios por su presencia y acción liberadora en nuestra vida, especialmente en la vida de los empobrecidos, de los perseguidos y de los violentados en su dignidad por la injusticia y la violencia. Afiancémonos en la fuerza de Dios para no perder el dominio de sí mismo. Sólo en Él podemos encontrar sentimientos de reconciliación frente al enemigo que ataca y ofende. A esto obliga el propio actuar de Dios que entregó a su Hijo para salvación de todos, pues, el hombre era incapaz de lograrlo, como el mismo san Juan lo menciona en el evangelio: “sin mí nada pueden hacer” (Jn 15,5). El único que puede hacer salir al hombre de su incapacidad es el Padre al atraerlo; ninguno es capaz de venir a mí, si el Padre no lo atrae con su Amor. La salvación es obra del Padre y del Hijo.

La atracción del Padre en el Amor conduce al discípulo al Maestro, al Hijo, a Jesús: “Todo el que oye del Padre y aprende, viene a mí”. El aprendizaje del hombre sigue a la actitud de escucha: “todo el que oye… y aprende”. El aprender, como fruto del oír, implica una asimilación de lo escuchado, incluso puede ser expresión de la libre acogida de lo oído. La atracción la ejerce el Padre a través de la palabra que se oye, y de su enseñanza que se aprende. La iluminación de la atracción del Padre por estas dos actitudes de escucha y aprendizaje está garantizada por la libertad con la que se acepta la enseñanza.

Nosotros, al igual que los oyentes del tiempo de Jesús, estamos tentados a la incredulidad, vivimos muchas veces de espaldas a Dios y, organizamos nuestra vida al margen de Dios. Por eso, muchos creyentes dicen: estamos perdiendo la capacidad de escuchar a Dios. No es que Dios no nos hable, es que estamos repletos de tantos ruidos en el interior y en el exterior de nuestro ser, posesiones y autosuficiencia, que no nos permiten percibir la presencia de Él que vive entre nosotros. Por eso mismo, cuando no se escucha la llamada de Dios es fácil escuchar los intereses egoístas de cada uno, haciendo de la satisfacción de nuestros deseos nuestro único objetivo. Luego constatamos que vivimos una tremenda soledad, aunque estemos llenos y rodeados de tantas cosas y personas.

Al igual que Elías en medio de tantas dificultades de la vida, permitió que el mensaje del ángel le reanimara junto con el alimento que le ofrecía, permitamos tú y yo que Dios nos hable a través de su mensajero y luego nos alimente con el verdadero Pan de Vida.

Como nos afirma el salmista pobre, “él gritó, el Señor lo escuchó y lo libró de sus angustias”. Ahora, démosle gracias y ensalcemos juntos el nombre del Señor. Cantemos juntos al Señor dándole gracias por la presencia y la acción liberadora de Dios en nuestra vida, especialmente en la vida de los empobrecidos, de los perseguidos y de los que padecen la injusticia.