(XIX° Dom. Ord. C 2022)
Libro de la Sabiduría (Sab 18,6-9)
“Aquella noche se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo al conocer con certeza la promesa de que se fiaban.
Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables. Pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas llamándonos a ti.
Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas, y de común acuerdo se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.”
Salmo Responsorial (Salmo 32)
R/. Dichoso el pueblo a quien Dios escogió como heredad.
Aclamen, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos;
dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Carta a los Hebreos (Hb 11,1-2.8-19)
“Hermanos: La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. Por su fe son recordados los antiguos: por fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas -y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa- mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Por fe también Sara, cuando ya le había pasado la edad, Obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque se fio de la promesa. Y así, de una persona, y ésa estéril, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Estén en vela y preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre.”
Aleluya.
Evangelio de san Lucas (Lc 12,32-48)
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– No temas, pequeño rebaño: porque su Padre ha tenido a bien darles el reino. Vendan sus bienes, y den limosna; hagan talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, a donde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón. Tengan ceñida la cintura y encendidas las lámparas: Ustedes estén como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame.”
Reflexión
El libro de la Sabiduría dice que la «noche de la liberación pascual fue anunciada con anterioridad a nuestros padres, para que se confortaran al reconocer la firmeza de las promesas en que habían creído» (Sabiduría 18:6). La primera pascua fue la intervención de Dios que le dio coraje, fortaleza y confianza a los Israelitas.
Esa pascua empezó con la fe de Abraham como nos instruye san Pablo. La fe de Abraham fue seguridad y confianza: coraje de salir de su tierra natal y entrar en lo desconocido; coraje de confiar en la promesa de un heredero que saliera de la vejez; coraje de estar dispuesto a sacrificar a Isaac confiando que Dios podía resucitar a los muertos.
Jesucristo nos dice en el evangelio de san Lucas: “No temas, pequeño rebaño: porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino”. Aquí está la culminación verdadera de la jornada de fe de Abraham y llega la Pascua de la Nueva Alianza de Jesucristo. En la muerte y resurrección de Cristo tenemos la Pascua definitiva que es la prueba de la fe original de Abraham que Dios puede resucitar a los muertos. El rescate divino de Isaac del altar de Abraham prefigura la muerte verdadera y resurrección corporal de Jesucristo. Esa última Pascua es la intervención divina que hoy nos da la fe para vivir con coraje y poder entrar en el Reino de Dios y alcanzar la plena liberación.
En la reflexión moral hombres y mujeres siempre han visto la riqueza como un peligro de esclavitud, de la que hay necesidad de alejarnos para no caer en sus redes y alcanzar la realización de la persona. El evangelio nos propone la pobreza centrada sobre la persona de Cristo. La pobreza evangélica es una consecuencia de la fe en Jesús y en la llegada del Reino de Dios.
Jesús mismo siendo rico se hizo pobre y predicó la pobreza no solamente como liberación espiritual o moral, sino como condición de la Encarnación redentora, paso necesario hacia la Resurrección y preparación de su regreso (cfr. Flp 2,5-11; 2Cor 8,9-13). El llamado de Jesús a la pobreza está fundamentado en su persona. Él sabe y declara que con Él y en Él está presente el Reino de Dios. Este hecho, cuando es conocido a través del anuncio, invita a tomar una posición, obliga a una decisión absoluta. No se trata simplemente de escoger entre el bien y el mal o aquellos con que se enfrenta la conciencia a cada momento, y ni siquiera de la afirmación o negación de Dios. Se trata de una realidad más profunda y decisiva: en Jesús, Dios hace al hombre la suprema y definitiva oferta de la salvación, y por esto con su iniciativa lo impulsa a tomar una decisión definitiva.
La riqueza, según Jesús, pone al hombre en el peligro más grave de no acogerse a su venida, de no percibir la última llamada de Dios, de no poseer aquella radical libertad del corazón y de todas sus energías que es necesaria para la aceptación plena del Reino de Dios.
Cuando hoy en el mundo, la tendencia del hombre es “tener” y está dispuesto a todo para lograrlo, incluso a derrumbar y destruir al hermano, Jesús pide a aquellos que quieren acoger el Reino de Dios y seguirle más de cerca, dar como limosna los propios bienes y llegar a ser pobres ellos mismos. La donación libre y gratuita es el signo de una «inversión» de marcha. Es el signo de la venida del Reino que es «comunión de los hombres entre ellos y con Dios» y no oposición.
Tengamos siempre presente que la lucha por el dinero es uno de los signos reveladores más evidentes del egoísmo humano y de la división, que cada uno y todos tenemos que ir superando.
El afán por tener puede hacerle bajar la guardia al creyente en el camino de la fe. Puede hacer que cambien sus prioridades. Puede poner el Evangelio en un lugar muy secundario en su vida, de ahí la alerta que Jesús nos lanza hoy.
“Dios escogió a los pobres como su heredad”. Por esto la donación libre y gratuita de los bienes es una respuesta al evangelio; es un acto de fe en la venida del Reino y en la unidad entre los hombres por obra de la Gracia de Dios; es un acto de amor por el hombre en respuesta al acto de Gracia y de Amor de Dios.
Lo que el Señor espera de sus fieles es que al llegar Él y llamar a la puerta, le abramos en seguida. Tenemos que estar vigilantes porque las cosas de la vida nos pueden distraer tanto que la solidaridad, la justicia, el amor pueden quedar en nuestra vida como algo irrelevante. Seguir a Cristo es encontrar y reconocer en los pobres su dignidad en el camino de nuestra existencia. El haber dado de comer al hambriento, vestido al desnudo, visitado al enfermo o al preso… será título determinante al momento del juicio definitivo. Y aquel juicio final está ya en nosotros ahora, en cada una de nuestras acciones. Sólo quien siente el hambre, la desnudez, la tristeza, la necesidad, el abandono sufrido por los otros y hace todo lo posible para que sean liberados, haciéndose voluntariamente “pobre”, es quien entra y posee el Reino de Dios.