(XXIV° Dom. Ord. C 2022)

Libro del Éxodo (Ex 32,7-11.13-14)

“En aquellos días dijo el Señor a Moisés:

– Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un toro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: “Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto.”

Y el señor añadió a Moisés.

– Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo. Entonces Moisés suplicó al Señor su Dios:

–  ¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac y Jacob a quienes juraste por ti mismo diciendo: “Multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a su descendencia para que la posea por siempre.”

Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.”

Salmo Responsorial (Salmo 50)

R/. Me pondré en camino adonde está mi padre.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.

Primera Carta del apóstol Timoteo (1Tim 1,12-17)

“Doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor, que me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un violento. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. Dios derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano. Pueden confiar y aceptar sin reserva lo que les digo: Que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna.

Al rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación.”

Aleluya.

Evangelio de san Lucas (Lc 15,1-32)

“En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos:

– Ése acoge a los pecadores y come con ellos.

Jesús les dijo esta parábola:

– Si uno de ustedes tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicítenme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.”

Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las vecinas para decirles: “¡Felicítenme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.”

Les digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.

[También les dijo:

– Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.” El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntado todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Le entregaban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”

Se puso en camino a donde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr hacia él, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.” Pero el padre dijo a sus criados: “Saquen en seguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y matenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado.”

Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y, llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.

Éste le contestó:

“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.” Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Y él replicó a su padre:

“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.”

El padre le dijo:

– “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado.”]

Reflexión

El Libro del Éxodo nos ha dejado una crónica del gravísimo pecado cometido cuando aún se vivía el gozo del encuentro con Dios y afirmada una relación de alianza entre el pueblo de Israel que es salvado y Dios su salvador: la ruptura del pacto de alianza que acaba de hacerse con Dios. El mediador Moisés se vio impulsado a interceder por el pueblo que no es suyo, sino de Dios, que lo sacó de la servidumbre. Pero Moisés no quiso disociarse de su suerte y ser salvado aparte. Mediante la solidaridad de Moisés, el pueblo de Israel obtuvo salvación. De esta manera Dios revela su presencia salvadora en el mundo, en la persona del justo (cfr. Ex 32,7-11.13-14): Ante la súplica de Moisés, el Señor perdonó el pecado de su pueblo y abandonó su destrucción.

Por otra parte, en nuestras comunidades eclesiales, con mucha frecuencia, se invierte el orden evangélico: se nos han extraviado noventa y nueve ovejas y solo tenemos una oveja en el redil; y perdemos el tiempo en disputarnos la posesión de esta oveja, en vez de dedicar el tiempo y el esfuerzo en atender a las noventa y nueve ovejas que se han extraviado, olvidando la voz del Pastor: “hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierta…” y tenemos 99 ovejas que están fuera del redil.

El Amor de Dios hacia toda la humanidad es un Amor gratuito que nos impide decir que tenemos derecho a él. El Amor de Dios es tan absoluto que no podemos jamás decir que nos pueda faltar. Por el contrario, el amor humano es limitado y cerrado por nuestro egoísmo, y nos puede llevar a pensar fácilmente que Dios es vengador y mostrar que nuestra religión está basada sobre el temor. La «gracia» que pedimos a Dios significa «ternura, piedad y misericordia de Dios hacia el pecador”.

El pueblo hebreo usaba el término “hesed” para indicar el Amor misericordioso de Dios hacia el pueblo. Esta palabra indica la benevolencia, la solidaridad, el amor vencedor que debe existir entre los miembros de una misma familia o de una sociedad, dispuesta a ayudarse entre ellos con amor y generosidad. Dios manifiesta esta benevolencia ante todo escogiendo a Israel como su pueblo, y que prescindiendo de sus méritos, establece con él un pacto de fidelidad y de amor (cfr. Dt 7,7-15).

La correspondencia de Israel al amor de Dios, es identificada con el término “hesed” que en este caso significa reconocimiento, amor filial, fidelidad. Todavía, a pesar de que el pueblo de Israel no observa la alianza, Dios permanece fiel y perdona ejercitando siempre la “hesed”, la bondad misericordiosa.

Por esta bondad misericordiosa el pueblo, aún pecador e infiel, podrá siempre esperar la ayuda divina. La bondad llega a ser así ternura y se manifiesta la piedad que Dios tiene por el pecador. Mientras Dios le ofrece a Israel la salvación sacándolo del mismo pecado, le da continuamente nuevos medios siempre más eficaces para triunfar sobre el mal y responder así finalmente a las exigencias de la alianza.

El evangelio muestra a Jesús en búsqueda de los más abandonados, pobres, pecadores, expresando de esta manera el fundamento mismo de nuestra religión que es la actitud de aquellos que son tomados en el torbellino del Amor de Dios. Así como la bondad llega a ser misericordia hacia el pecador, la religión del hombre no se funda más sobre un título de justicia humana, sino únicamente sobre la Caridad y la justicia de Dios.

En la sociedad contemporánea se presenta un sentido difuso de inquietud debido al carácter impersonal de nuestra civilización. Son muchísimas las personas que no son amadas por alguien a no ser que se busque en ellas la eficiencia económica o el apoyo político. Muchas personas saben que cuando ya no son útiles, a ninguno les interesa. Sin embargo, la felicidad nace sólo si se es reconocido, estimado, apreciado, sobre todo amado. No existe verdadera «experiencia humana» sin intercambio, diálogo, confidencia y amor recíproco verdadero. Sólo el amor es capaz de transformar, pero con una condición: ser gratuito y libre.

Estamos en un momento en el que las grandes aglomeraciones urbanas, continuamente están en contacto con multitudes en todas partes: en los medios de transporte, en las fábricas, en el cine, en las playas. Hombres y mujeres viven al lado de otras personas, pero pocos pueden llamar al otro «por el nombre». Se toma frecuentemente como símbolo de nuestra civilización los trancones de carros en las calles de las grandes y medianas ciudades o en las autopistas los días de regreso de los días de vacaciones. Hay una multitud… y aún cada uno se encuentra cerrado en el propio automóvil con la fatiga, el cansancio, la desilusión, más aún con la propia angustia. Y ante esta situación, pregunto ¿el hombre y la mujer de hoy se sienten aún amados?

Cristo nos ha revelado un Dios como lo queremos y necesitamos. Un Dios que es Amor y Misericordia. Pero es una realidad desafortunada el que hoy en nuestra sociedad Dios no tenga puesto, Él no es una necesidad vital, aparentemente no sirve, no es útil, no produce: pero Él nos da todo, nos da lo que ningún análisis científico, ningún progreso tecnológico y ningún desarrollo de las ciencias humanas podría darnos jamás: sentirnos amados singularmente, uno por uno, de manera absoluta. Cuando nos acordamos que Dios nos ama así, entonces sentimos que estar lejos de Él y de los otros por múltiples razones humanas es perder tiempo, es perder a Dios. Entonces nace espontáneamente la necesidad de pedir perdón y, en esto, descubrimos que Dios es un Padre Misericordioso que nos espera con los brazos abiertos.