Píldora De Meditación 416
Celebrar la Cuaresma es reconocer la presencia de Dios en el camino, en el trabajo, en la lucha, en el sufrimiento y en la vida por el pueblo.
La Cuaresma es un tiempo fuerte de conversión, cambio interior, tiempo de dejar todo lo que es vacío en nosotros, tiempo de asumir todo lo que trae la vida… Tiempo de gracia y salvación, donde nos preparamos para vivir, de manera interior, libre y amorosa, el momento más importante del año litúrgico, de la historia de la salvación, la Pascua, victoria sobre el pecado, la esclavitud y la muerte.
Lo que marca la Cuaresma es su dimensión pascual, camino para la Pascua.
La espiritualidad cuaresmal es caracterizada también por una atenta, profunda y prolongada escucha de la palabra de Dios. Es esta palabra que ilumina la vida y llama a la conversión, infundiendo confianza en la misericordia de Dios. La confrontación con el evangelio ayuda a percibir el mal, el pecado, en la perspectiva de la alianza.
Celebrar la Cuaresma es experimentar la presencia y comunicación de la gracia salvadora a través de las celebraciones litúrgicas.
Cuaresma es juntarse, como pueblo de Dios, en la búsqueda de la verdadera libertad, en la fraternidad.
A lo largo de la historia, la oración, el ayuno y la limosna, siempre han sido actitudes o gestos fundamentales en las relaciones de las personas con Dios, con las otras personas y con la naturaleza (cfr. Mt 6,1-6.16-18). Sin embargo, hoy los frutos que podemos observar en el pueblo e incluso en miembros de la iglesia son ruinas (cfr. Mt 12,33 y 35; RN, 12; PP. 43-80 y 26; SRS. 37,3).
El Señor propone a los obreros disponibles en la plaza un paradigma para regular las relaciones de trabajo (cfr. Mt 20,8-15). Él propone una solución profundamente humana para los que se encuentran sin trabajo; coloca como centro de esto no el lucro fortaleciendo al trabajo, sino la satisfacción de las necesidades por parte de quien trabaja.