(XVII° Dom. Ord. A 2023)

Primer Libro de los Reyes (1Re 3,5.7-12)

“En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:

–  Pídeme lo que quieras.

Respondió Salomón:

–  Tú trataste con misericordia a mi padre, tu siervo David, porque caminó en tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón; y fiel a esa misericordia, le diste un hijo que se sentase en su trono: es lo que sucede hoy. Pues bien, Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?

Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello y Dios le dijo:

–  Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.”

Salmo Responsorial (Salmo 118)

R/. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!

Mi porción es el Señor,
he resuelto guardar tus palabras.
Más estimo yo los preceptos de tu boca,
que miles de monedas de oro y plata.

Que tu voluntad me consuele,
según la promesa hecha a tu siervo;
cuando me alcance tu compasión, viviré,
y mis delicias serán tu voluntad.

Yo amo tus mandatos,
más que el oro purísimo;
por eso aprecio tus decretos,
y detesto el camino de la mentira.

Tus preceptos son admirables,
por eso los guarda mi alma;
la explicación de tus palabras ilumina,
da inteligencia a los ignorantes.

Carta de san Pablo a los Romanos (Rm 8,28-30)

“Hermanos: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio.

A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que él fuera el primogénito de muchos hermanos.

A los que predestinó los llamó; a los que llamó los justificó; a los que justificó los glorificó.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Te doy gracias, Padre, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla.”

Aleluya.

Evangelio de san Mateo (Mt 13,44-52)

“En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

– El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.

[El Reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.

Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entienden bien todo esto?

Ellos le contestaron: 

– Sí.

Él les dijo:

– Ya ven, un letrado que entiende del Reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.]”

Reflexión

Hace algunos años, un peligro para los cristianos era el identificar el Reino de Dios con la institución-Iglesia; hoy parece verificarse el peligro contrario, esto es de olvidar que la Iglesia, que ciertamente no se identifica con el Reino, sí es el germen e inicio del Reino (cfr. LG, 5).

Una cierta evangelización, sensible a los valores humanos, se esfuerza por insertarse siempre más profundamente en la vida ordinaria, en la situación y en la cultura humana; pero inclina a enviar hacia un futuro, no fácilmente previsible, la invitación a la conversión, la predicación del mensaje, la propuesta de una inserción plena en la Iglesia, con respecto a los tiempos de maduración y a los ritmos de la conversión. El peligro está en una falsa concepción de la misión de la Iglesia y en el deseo reductivo del cristianismo. Por ejemplo: “querer ser fiel al hombre, siendo infiel a Dios”; esto traiciona la radical fidelidad al hombre cuya vocación coincide con el proyecto de Dios

La gran ocasión que todos tenemos hoy día es descubrir que ¡Jesús es la perla y el tesoro! Una lectura, un encuentro, un retiro, una predicación, una alegría o un dolor muy intenso…; y de pronto comprendemos: ¡la vida es Jesucristo! Bajo esa luz, todo se simplifica, todo toma un sentido; en adelante sabemos por qué y cómo vamos a vivir. ¡Ocasión maravillosa! Pero cuesta caro. El obrero venderá «todo lo que posee»; el negociante y profesional venderá «todo lo que posee». Si no hubiera que pasar por esta venta, todos aceptaríamos enseguida a Cristo.

Pero, ¿venta de qué? De lo que nos impide comprar la perla y el tesoro más precioso, es decir, la mentira, la envidia, el odio, la soberbia, la pereza, ¡lo que no es de Dios!

El evangelio de hoy, a través de dos “mini-parábolas”, muestra en el fondo la llamada más dura en el seguimiento del Señor: la renuncia. «Venderlo todo», si quiero comprar la vida. En términos claros, esto significa: renunciar a todo lo que me impide elegir a Jesucristo. Por tanto, tengo que vender mis seguridades, mis egoísmos, mis suficiencias, mis perezas, mis orgullos.

No se puede seguir a Cristo el Señor con toneladas de confort o con montañas de evasivas ante una de sus exigencias precisas, por ejemplo, la del perdón.

«Venderlo todo» puede significar un despojo muy duro del amor propio o una generosidad económica algo loca, o la opción heroica de la confianza ante una terrible enfermedad, y también, desde luego, el sí a una vocación.

La vida y el tiempo se nos dan gratis para realizar nuestro destino, que es un destino eterno. La santidad puede ser el logro inmediato de una decisión fulgurante, fue el caso de san Pablo. Pero normalmente no es así, sino que es el resultado de la conjugación de valores y energías a lo largo de la vida en el hogar, en el trabajo, en la calle, donde nos encontremos.

Hoy se nos invita a todos, varones y mujeres, a que tomemos conciencia del valor de las cosas del espíritu, que vienen a ser como una perla desconocida o un tesoro escondido. ¡Descubrir a Jesucristo es descubrir el Tesoro más grandioso para nuestra vida!