(XXXII° Dom. Ord. B)

(1Re 8,22-23.27-39; Ez 47,1-2.8-9.12; 1Pe 2,4-9; 1Cor 3,9c-11.16-17; Jn 4,19-24; Jn 2,13-22)

El palacio del Laterano, propiedad de la familia imperial, llego a ser en el siglo IV habitación oficial del Papa. La basílica adyacente, dedicada al Divino Salvador, fue la primera catedral del mundo: allí se celebran los bautismos en la noche de pascua. Años después fue dedicada a dos santos: san Juan Bautista y san Juan Evangelista. Por mucho tiempo fue considerada la Iglesia-madre de Roma y hospedó las sesiones de cinco grandes Concilios Ecuménicos.

Las iglesias de todo el mundo, uniéndose hoy a la iglesia de Roma, le reconocen la «presidencia de la caridad» de la que se habla ya en san Ignacio de Antioquia. De manera semejante se celebra la Fiesta de la Dedicación de la iglesia catedral de cada diócesis, a la cual están unidas todas las parroquias y la comunidad que de ellas dependen. En cada edificio-iglesia dedicado a Dios se celebra aquel «misterio de la salvación» que obra maravillas en María, en los Ángeles y en los Santos. La Fiesta de hoy es una Fiesta del Señor. El Verbo eterno de Dios, haciéndose carne, ha plantado su tienda entre nosotros (cfr. Jn 1,14). Cristo resucitado está presente en su Iglesia: Él es la cabeza. la iglesia en sus muros y columnas es un signo de esta presencia de Cristo: Es Él quien nos habla, se da en alimento y preside la comunidad unida en le oración, «permanece» con nosotros para siempre (SC, 7).

El Cenáculo, las basílicas paleocristianas, las catedrales del medioevo, los edificios sagrados del renacimiento o del barroco, las arquitecturas religiosas modernas han recibido de la comunidad su proyecto para la construcción según su imaginación personal de cada época. Y no le han faltado nunca las piedras vivas para la construcción del templo espiritual del que el Resucitado es piedra angular. «El templo como figura de la Iglesia (cfr. LG, 6) es un reclamo a la comunidad y a la comunión. Como un edificio no podría estar en pie si todos los materiales de que está construida no fuesen unidos sólidamente unos con otros en función de un proyecto elaborado por el arquitecto y realizado por los constructores, de la misma forma todos los miembros de la Iglesia, «comunidad de fe, de esperanza y de caridad» (LG, 8), deben vivir y obrar en una sincera y constante solidaridad y comunión».

Fray Luis Francisco Sastoque, o.p.