IIIº Dom. de Pascua C 2022

Libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 5,27-32.40b-41)


“En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les dijo:

– ¿No les habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ese? En cambio, han llenado Jerusalén con su enseñanza y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre.

Pedro y los apóstoles replicaron:

– Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien ustedes matasteis colgándolo de un madero.” “La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados.” Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.

Azotaron a los apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.”

Salmo Responsorial (Salmo 29)

R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.

Toquen para el Señor, fieles suyos,
Den gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante,
su bondad, de por vida.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí,
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas,
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.

Libro del Apocalipsis (Apoc 5,11-14)

“Yo, Juan, miré y escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.” Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos- que decían: “Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.” Y los cuatro vivientes respondían: “Amén.” Y los ancianos cayeron rostro en tierra, y se postraron ante el que vive por los siglos de los siglos.”

Aleluya

Aleluya, aleluya.

“Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más. La muerte ya no tiene dominio sobre él.”

Aleluya.

Evangelio de san Juan (Jn 21,1-19)


“En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberiades. Y se apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.

Simón Pedro les dice:

– «Voy a pescar.»

Le contestan ellos:

– «También nosotros vamos contigo.»

Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:

– «Muchachos, ¿no tienen pescado?»

Le contestaron:

– «No.»

Él les dijo:

– «Echen la red a la derecha de la barca y encontraréis.»

La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro:

– «Es el Señor».

Se puso el vestido -pues estaba desnudo- y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Al saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Jesús les dice:

– «Traigan algunos de los peces que acaban de pescar.»

Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red.

Jesús les dice:

-«Vengan y coman.»

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor.

Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez.

Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro:

– «Simón hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»

Le dice él:

– «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»

Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.»

Vuelve a decirle por segunda vez:

– «Simón hijo de Juan, ¿me amas?»

Le dice él:

– «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»

Le dice Jesús:

– «Apacienta mis ovejas.»

Le dice por tercera vez:

– «Simón hijo de Juan, ¿me quieres?»

Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo:

– «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.»

Le dice Jesús:

– «Apacienta mis ovejas.»

En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.»

Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios.

Dicho esto, añadió:

«Sígueme.»

Reflexión

La reflexión de este tercer domingo de pascua, sigue estando centrada en el grandioso acontecimiento de la presencia de Nuestro Señor Jesucristo. Él es quien da sentido a nuestra celebración de Pascua y es el motivo de nuestra verdadera alegría.

La consecuencia más concreta de la Resurrección de Cristo es la comunidad, la común-unión en el Señor Resucitado.

Según el texto del evangelio que hoy leemos, los discípulos vuelven a las tareas que tenían unos años atrás: dedicados a la pesca, sin esperar nada, como los discípulos de Emaús, por el escándalo de la cruz. De Jesús sólo les quedaba el recuerdo y la desilusión.

Ahondemos ahora en el acontecimiento de la Resurrección de Jesús para llenarnos de esperanza y de alegría, pues la muerte ya no es meta, sino que es punto de inicio de nuestro verdadero existir. Es un tiempo para que vivamos en la esperanza de una “nueva vida”. Por ello, la figura de Tomás, su incredulidad fue providencial porque a Tomás que no creyó, Cristo se le apareció para curarle: “sus llagas no sólo nos han salvado, sino que han curado nuestra incredulidad”. Porque el hombre, en su realidad humana marcada por el pecado está debilitado y herido, y únicamente por una acción divina podrá ser re-creado, cerrándose la herida que lo separa de Dios. Solamente Cristo puede curar y sanar todas las llagas de nuestra vida, que impiden creer en el Amor de Dios.

Jesús se presentó nuevamente a los Apóstoles, esta vez, junto al Lago de Tiberiades, y se les presentó en medio de la vida ordinaria, en las labores cotidianas a las cuales estaban acostumbrados. Jesús les invitó a tirar las redes, la iniciativa no estuvo en los discípulos. El Señor es quien sale al encuentro. Él sale en todas las circunstancias de la vida: en la experiencia desanimada de los que creen haber trabajado en vano, porque no han pescado nada; en la situación aparentemente desesperanzada. Jesús se hace presente a todos, es el Señor Resucitado, el Dios-con-nosotros que nuevamente ha querido salir al encuentro del hombre -varones y mujeres-. Sólo el hombre que obedece y acoge la Palabra, podrá ver a Dios en su vida.

Reconocer al Resucitado, no se reduce a la simple afirmación del acontecimiento ni a un sentimiento superficial de gozo por la resurrección. Reconocerlo exige entrar en la lógica de la donación de sí que se expresa en la cruz y consiste sobre todo en la decisión y la opción por la vida que en ella se manifiesta.

Con la triple interrogación que el Señor le hace a Pedro: “¿me amas?”, nos está queriendo decir que, en este camino, por el cual será llevado, Pedro estará llamado a confesar el amor a Cristo y confirmar a sus hermanos en este Amor; por eso la expresión de Jesús: “…apacienta mis ovejas…”.

El Señor, apareciéndose a los discípulos por segunda vez después de la resurrección, somete al apóstol Pedro a un interrogatorio, y obliga a confesarle su amor tres veces a quien le negó otras tres veces. Cristo resucitó en la carne, y Pedro en el espíritu, pues como Cristo había muerto en su pasión, así Pedro había muerto en su negación. Cristo el Señor resucitó de entre los muertos, y con su Amor resucitó a Pedro. Averiguó el amor de quien lo confesaba, y le encomendó sus ovejas” (San Agustín, Sermón 229 N). Así en este Amor de Cristo, que lo llevó a entregarse a la muerte por nosotros, Pedro siguiendo las huellas de su Maestro, y todos los sucesores de Pedro, fueron llamados en este Amor a apacentar a las ovejas. “Pues ¿qué era Pedro, sino una figura de la Iglesia? Por tanto, cuando el Señor interrogaba a Pedro, nos interrogaba también a nosotros, interrogaba a la Iglesia” (San Agustín, Sermón 229), y nuestra respuesta debe ser: “…Señor Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero…”, pero indudablemente este amor de Pedro había sido purificado por su traición y luego por la experiencia del perdón.

Pedro nos da su ejemplo para que le sigamos: alguien que niega a su Maestro ahora le hace una profesión de fe y amor. Nosotros muchas veces hemos negado al Señor con nuestra actitud, nuestra palabra, nuestros actos, en muchos lugares y situaciones en el hogar y fuera de él…

Tenemos que dar testimonio que hemos optado por seguir los criterios de Cristo sobre la vida familiar, profesional, sobre la persona humana y sus derechos, sobre el valor de la vida, sobre el matrimonio, el amor… También aquí habrá que decir lo de Pedro: «Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres».

Tú y yo y los católicos, somos una comunidad de creyentes que nos reunimos cada domingo en torno a Cristo resucitado. Que nos sentimos animados por el fin que nos espera: participar para siempre del triunfo de Cristo. Y, mientras vamos caminando, en medio de dificultades y fatigas de este mundo, animados por el Espíritu Santo, nos comprometemos a dar un testimonio claro de Cristo, luchando contra el mal, con el coraje de la Verdad, con el coraje evangélico y afirmando que le amamos de verdad.

Apacentar sus ovejas es una forma de decirle a Cristo que le amamos verdaderamente… Pero, ¿Cuáles son esas ovejas y cómo apacentarlas?

Apacentar sus ovejas es:

– cuidar y defender con todas nuestras fuerzas a ese «corderito» que está a punto de nacer…

– educar cristianamente con la palabra y el ejemplo a esas «ovejitas» que Dios ha puesto bajo nuestra responsabilidad en el hogar, en el colegio…

– velar especialmente por aquellos miembros de la familia que se encuentran enfermos o viven lejos «del rebaño», medio abandonados por nosotros…

– preocuparnos porque nada les falte de cariño, de compañía, de ayuda material a nuestros padres…

– tenderle la mano a tantos pobres y necesitados que se acercan a nosotros y deambulan por las calles «como ovejas sin pastor»…

– buscar la forma de prestar ayuda a aquella «oveja descarriada», dominada por la droga, el alcohol, los vicios…, y orar por ella…

– mirar, con el respeto debido, por el bienestar material y espiritual de aquellos que se encuentran a nuestro servicio o bajo nuestras órdenes…

– brindar toda la comprensión posible a «la oveja negra» de la familia… Practicar todo esto es hacer lo que nos encomendó el Señor, y que, a su vez, es motivo de paz y alegría.