(V° Dom. Cuaresma A 2023)
Libro del profeta Ezequiel (Ez 37,12-14)
“Esto dice el Señor:
– Yo mismo abriré sus sepulcros, y los haré salir de sus sepulcros, pueblo mío, y los traeré a la tierra de Israel.
Y cuando abra sus sepulcros, y los saque de sus sepulcros, pueblo mío, sabrán que soy el Señor: les infundiré mi espíritu y vivirán; les colocaré en su tierra, y sabrán que yo el Señor lo digo y lo hago.
Oráculo del Señor.”
Salmo Responsorial (Salmo 129)
R/. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz:
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora.
Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel de todos sus delitos.
Carta de san Pablo a los Romanos (Rm 8,8-11)
“Hermanos: Los que están en la carne no pueden agradar a Dios.
Pero ustedes no están en la carne, sino en el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes.
El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia.
Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el que resucitó de entre los muertos habita en ustedes, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también sus cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en ustedes.”
Versículo para antes del Evangelio
“Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor, el que cree en mí no morirá para siempre.”
Evangelio de san Juan (Jn 11,1-45)
“En aquel tiempo, [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. (María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó lo pies con su cabellera: el enfermo era su hermano lázaro).]
Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo:
– Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo:
– Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos:
– Vamos otra vez a Judea.
[Los discípulos le replican:
– Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?
Jesús contestó:
– ¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza porque le falta la luz.
Dicho esto, añadió:
– Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo.
Entonces le dijeron sus discípulos:
– Señor, si duerme, se salvará.
(Jesús se refería a su muerte, en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural.)
Entonces Jesús les replicó claramente:
– Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de que no hayamos estado allí, para que crean. Y ahora vamos a su casa.
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
– Vamos también nosotros, y muramos con él.]
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.] Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
– Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo:
– Tu hermano resucitará.
Marta respondió:
– Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Jesús le dice:
– Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?
Ella le contestó:
– Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
[Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
– El Maestro está ahí, y te llama.
Apenas lo oyó, se levantó y salió a donde estaba él: porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:
– Señor si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.]
Jesús, [viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y] muy conmovido preguntó:
– ¿Dónde lo han enterrado?
Le contestaron:
– Señor, ven a verlo.
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
– ¡Cómo lo quería!
Pero algunos dijeron:
– Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste? Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. [Era una cavidad cubierta con una losa.] Dijo Jesús:
– Quiten la losa.
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
– Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
Jesús le dijo:
– ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
– Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre, pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado.
Y dicho esto, gritó con voz potente:
– Lázaro, ven afuera.
El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas y la cara envuelta en un sudario. Jesús le dijo:
– Desátenlo y déjenlo andar.
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.”
Reflexión
El hombre es radicalmente impotente ante el misterio de la vida, ante la fuerza de la muerte; pero Dios nos asegura evidentemente en Jesucristo su poder sobre la muerte, poder que recibimos en el Bautismo cuando por la acción del Espíritu Santo somos injertados en Cristo, y así podemos calmar la sed del más allá, el deseo de eternidad, fundamento de nuestra esperanza.
La catequesis que viene haciendo la Iglesia en estos últimos domingos de Cuaresma está centrada en Jesucristo, Fuente de Agua viva y Luz y Vida eterna para quien cree en Él. Las lecturas que nos presenta la Liturgia en esta ocasión subrayan la misma realidad: sólo la fuerza del Espíritu hace florecer la esperanza, suelta los lazos de la muerte y restituye la vida en plenitud.
Hoy se nos invita a que dirijamos la mirada hacia la misericordia infinita de Dios, en la que descubrimos su poder sobre el dolor, sobre la muerte y sobre todo aquello que tenemos que afrontar en el diario transcurrir de nuestra existencia terrena. Todos los misterios de la vida humana, se iluminan en el Misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo. Él, vencedor de la muerte, es dador de Vida Eterna y afirma: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11,25-26).
El misterio de Jesucristo es salvación. Él es fuente de Salvación eterna para todo aquel que le escuche y le crea. Así, escuchar y creer la Palabra de Cristo es poseer la Vida eterna; es haber pasado de la muerte a la Vida. En este sentido, «llega la hora y ya está aquí en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y resucitarán» (Jn 5,24-25) … «Llega la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán (Jn 5,28-29). El Señor también nos dice: «quien come mi carne y bebe mi sangre posee vida eterna, y yo le resucitaré en el último día” (Jn 6,54).
Todas estas palabras de Cristo afirman, en primer lugar, que la vida eterna puede disfrutarse aquí y ahora por los que responden a su Palabra de Salvación; y, en segundo lugar, que el mismo poder que asegura la Vida eterna a los creyentes durante su existencia terrena, después de la muerte del cuerpo, resucitará a los muertos a una existencia renovada en otro mundo.
Cristo que es la Salvación y la misma Vida, la da a todos los varones y mujeres (cfr. Jn 6,51) y lo manifiesta en la resurrección de Lázaro, signo profético de su Resurrección que es la victoria sobre la muerte. Esta manifestación de la salvación al mundo ahora pasa a ser el lugar de la hostilidad que le causará la muerte al Señor. De ahí, que el ir a Judea, mientras todavía significa «manifestarse al mundo» (Jn 7,4), ahora significa también ir a la muerte. De esta manera, el relato de la resurrección de Lázaro, es también la historia de Jesús que va a enfrentarse con la muerte para vencerla. De hecho, este es el acto que decide la pasión y muerte de Cristo crucificado en el Calvario.
Cristo irá a Judea a ofrecer su vida para que Lázaro pueda resucitar de entre los muertos. El efecto inmediato de su acción es provocar una sentencia de muerte contra Él. La sentencia es formulada en términos que son agudamente significativos para el evangelista san Juan. El sumo sacerdote dice: «Les conviene que un hombre muera por el pueblo». Cristo muere para reunir a los hijos de Dios dispersos.
Lo más oportuno en la preparación cuaresmal para la celebración del Misterio Pascual de Cristo es escuchar y creer la Palabra de Cristo, para que tengamos la vida en las situaciones de dolor. Situaciones que podríamos concretar en tres niveles:
* Dolor físico y moral producido por la misma naturaleza humana: miedos, defectos, incapacidad por llegar hasta otros pueden llegar, accidentes, enfermedad, muerte…
* Sufrimiento provocado por otras personas: violencia, injusticias, secuestro, robos, injurias, calumnias, opresiones, cualquier clase de explotación humana…
* Sufrimiento causado por nosotros mismos: constatar que nos hemos equivocado cuando podríamos haber acertado, debilidad de voluntad, mala voluntad, cobardía… Finalmente te invito a que te preguntes: ¿realmente Cristo es la resurrección y la vida, y la cruz lleva a la glorificación? ¿Estás convencido(a) que escuchando y creyendo en Cristo ya encontraste la vida?