Píldora de Meditación 473
En su mensaje por la 108ª Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, el Papa Francisco nos recuerda que el sentido último de nuestra vida es «la búsqueda de la verdadera patria, el Reino de Dios inaugurado por Jesucristo, que encontrará su plena realización cuando Él vuelva en su gloria». Con estas palabras, el Papa nos dice que, si bien el Reino de Dios ya está presente en este mundo, porque fue introducido por Jesús de Nazaret, todavía no lo está en plenitud, sino que lo estará cuando el mismo Jesús vuelva al final de los tiempos. Mientras tanto, sigue diciendo el Papa, nos corresponde a nosotros participar en su edificación a través de «un trabajo minucioso de conversión personal y de transformación de la realidad para que se adapte cada vez más al plan divino». Conforme a este plan, uno de los elementos constitutivos del Reino de Dios es la justicia, «para que todos los que tengan hambre y sed de ella sean saciados».
Ahora bien: ¿cómo hacer para instaurar la justicia en un mundo que está marcado por tantas injusticias como lo vemos en toda la información que nos llega a todo momento través las redes y medios de comunicación? Para ello, nos dice Francisco, «es necesario acoger la salvación de Cristo, su Evangelio de amor, para que se eliminen las desigualdades y las discriminaciones». Dios no hace acepción de personas, sino que, como afirma Jesús: «hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia a justos e injustos» (Mt 5,45). El amor de Dios es igual para todos. En la medida en que vamos acogiendo ese amor gratuito en nuestra vida, brota de nosotros el amor para con los demás, de modo que nadie queda excluido. Por ello, es a partir de ese amor evangélico que el Papa nos exhorta a acoger a los migrantes y refugiados y a construir el futuro con ellos: «Es con ellos que Dios quiere edificar su Reino, porque sin ellos no sería el Reino que Dios quiere».
El movimiento migratorio crece continuamente en el mundo. Además de las migraciones internacionales tenemos las migraciones internas, de una región a otra de nuestra patria. Todo esto, dice Francisco, «representa un enorme reto, pero también una oportunidad de crecimiento cultural y espiritual para todos». Acoger a los migrantes y ayudarlos a integrarse en nuestra sociedad hace posible que crezcamos en humanidad y construyamos juntos un “nosotros” más grande. Construir el futuro con nuestros hermanos migrantes implica «reconocer y valorar lo que cada uno de ellos puede aportar al proceso de edificación», como ha sucedido en otros tiempos de la historia. Y no sólo en la sociedad, también al interior de la Iglesia, nos dice el Papa, «la llegada de migrantes y refugiados católicos ofrece energía nueva a la vida eclesial de las comunidades que los acogen…Compartir expresiones de fe y devociones diferentes representa una ocasión privilegiada para vivir con mayor plenitud la catolicidad del pueblo de Dios». Por eso, concluye Francisco, «si queremos cooperar con nuestro Padre celestial en la construcción del futuro, hagámoslo junto con nuestros hermanos y hermanas migrantes y refugiados».
Papa Francisco.