(XXXIII° Dom. Ord. A 2023)
Libro de los Proverbios (Pr 31,10-13.19-20)
“Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará?; vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida.
Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Extiende la mano hacia el huso y sostiene con la palma la rueca.
Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre.
Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura; la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.”
Salmo Responsorial (Salmo 127)
R/. Dichoso el que teme al Señor.
¡Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer como vid fecunda,
en medio de su casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa.
Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén,
todos los días de tu vida.
Primera Carta de san Pablo a los Tesalonicenses (1Tes 5,1-6)
“Hermanos: En lo que referente al tiempo y a las circunstancias de la venida del Señor, no necesitan que te los escriba.
Saben perfectamente que el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: “paz y seguridad”, entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores del parto a la que está encinta, y no podrán escapar.
Pero ustedes, hermanos, no vivan en tinieblas para que ese día no los sorprenda como un ladrón, porque todos son hijos de la luz e hijos del día; no lo son de la noche ni de las tinieblas.
Así pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“Permanezcan en mí y yo en ustedes, dice el Señor; el que permanece en mí da fruto abundante.”
Aleluya.
Evangelio de san Mateo (Mt 25,14-30)
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
– Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó.
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustare las cuentas con ellos.
Se acercó el que había recibido cinco talentos y les presentó otros cinco, diciendo:
“Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.”
Su señor le dijo:
“Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante: pasa al banquete de tu señor.”
Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo:
“Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.”
Su señor le dijo:
“Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante: pasa al banquete de tu señor.”
Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo:
“Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.”
El señor le respondió:
“Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quítenle el talento y dénselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil échenlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.”
Reflexión
La Liturgia de la Palabra de este penúltimo domingo del año litúrgico 2023, comienza mostrándonos cómo los sabios de Israel diseñaron la imagen de la que a su modo de ver es la perfecta esposa. Dado el cúmulo de virtudes que debe reunir la mujer ideal, se comprende que sea muy difícil encontrarla; de ahí la pregunta retórica del comienzo: “Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará?”. Cada época y cada cultura tiene su imagen de mujer ideal. Evidentemente aquí se propone el ideal femenino que corresponde a una cultura patriarcal. Con todo, se señalan valores permanentes que siguen teniendo importancia para la mujer del mundo actual: La mujer de espíritu fuerte y laboriosa, que sabe ganarse la vida con su trabajo, representa un ideal válido para nuestra época. Ella construye la casa con laboriosidad y su habilidad, con su buen nombre y con su compasión hacia los necesitados. Su casa la fundamenta en la justicia y la consolida en el temor de Dios. La casa que tiene esa mujer, rica en virtudes, alberga un valioso tesoro: el amor de Dios y del prójimo (cfr. Prov. 31,10-13.19-10).
En el evangelio, el evangelista san Mateo nos presenta la “parábola de los talentos” que viene a ser como una llamada muy directa y clara: nuestras posibilidades, sean las que sean, debemos hacerlas fructificar al servicio de los intereses del amo, es decir, al servicio del Reino de Dios. Si no, quedaremos excluidos de éste. La exigencia básica es, pues, evitar que todo lo que tenemos y podemos hacer quede frenado, y el Reino no avance en lo que nosotros podríamos hacerlo avanzar. Y una exigencia paralela es que el uso que hacemos de los talentos esté verdaderamente al servicio del dueño, y no para nuestro beneficio personal (cfr. Mt 25,14-30).
Hoy como nunca es urgente que seamos conscientes de los talentos que tenemos. En nuestras comunidades eclesiales hay de todo y todos tienen una u otra posibilidad: desde el abogado o el profesional o el político prestigioso que se ha de plantear cómo pone su trabajo al servicio de los más queridos por Dios (los pobres), hasta el anciano achacoso que quizá su gran aportación sea la oración y las ganas de hacer la vida más amable a los que tiene a su alrededor. Todo esto son talentos. Muy distintos, valorados de maneras muy diversas según los criterios del mundo, pero todos talentos valiosos (dones y virtudes) dados por Dios y que somos llamados a hacer que den fruto. Tendremos, pues, que ser capaces de examinarnos a nosotros mismos con honestidad y sencillez y desear y proponernos de verdad hacer de nuestras posibilidades -de nuestra vida entera- un fruto para el Señor y su Reino.
También es sabido que la “parábola de los talentos” ha dado pie, en algunas ocasiones, para defender la acumulación de riquezas y otros bienes materiales; como si Jesús dijera que el dinero que tenemos es para que produzca más dinero. ¡Eso es un disparate! y, por si no fuera suficientemente claro, sólo hay que leer lo que viene a continuación de la “parábola de los talentos”, el texto del juicio final que leeremos el domingo próximo, para ver cuáles son los talentos que hay que acumular para que el Señor nos reciba con él: es todo lo que construya el Reino, y eso se nota básicamente en todo lo que favorezca a los pobres y necesitados, a los débiles.
El rendimiento o producción de los talentos es servirle a Dios, creador de todo bien, de tal manera que alcancemos el gozo pleno y verdadero. La felicidad plena, que es el Reino de Dios -oír que Dios nos diga: “Pasa al banquete de tu Señor”-, se encuentra cuando servimos a Dios, es decir, con otras palabras, cuando seguimos el Evangelio, reconociendo que Él es el “creador de todo bien”; y que, incluso, lo que hemos conseguido con nuestro esfuerzo, es de Dios y por ende debe estar al servicio de su Reino.
El pecado de quien recibió un solo talento, no es que hiciera algo malo; es que no hizo nada. Este es un buen punto de reflexión, porque estamos muy acostumbrados a entender el pecado como algo malo que hacemos, mientras que aquí lo que Jesús condena es la pasividad, el no ponerse en acción. No es sólo aquello de “yo no mato ni robo”, lo que Jesús no acepta: Jesús no acepta tampoco aquello otro de “yo no hago nada malo”. En definitiva, Jesús nos pide que seamos trabajadores de su Reino. Es decir, gente que dedica su vida a hacer que sea realidad lo que Jesús ama, lo que Jesús valora, lo que Jesús quiere. Y sólo hay que leer el evangelio para saber en qué consisten estos deseos de Jesús.
Por su parte san Pablo, en la Carta que envía a los cristianos de Tesalónica, nos recuerda que toda persona sensata experimenta que las seguridades de este mundo se quiebran. Por eso, la llamada de atención que nos hace hacia el fin de esta vida, que es comienzo de la otra, no puede desatenderse. Lo único sensato es vivir vigilantes, continuar buscando, mejor, deseando confiadamente el futuro final (cfr. 1Tes 5,1-6).
Para san Pablo, en vez de esperar desesperadamente un “día del Señor”, es mejor vivir con Dios, en la luz, cada uno de los días que nos toque vivir. Esta es también la tesis de Mateo, que responde a las preguntas relativas a la venida del Hijo del hombre, por medio de parábolas sobre la vigilancia de cada día.
En la Eucaristía entramos ya en comunión con el Señor. Entramos sacramentalmente en comunión con Él: nos lo recuerda, nos lo empieza a hacer vivir, nos empuja a caminar hacia Él. El evangelio del domingo próximo, Jesús ya no hablará del banquete: no hablará el lenguaje de los signos sino el de la realidad. Será “el Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”.