(XX° Dom. Ord. B 2024)
Libro de los Proverbios (Prov 9,1-6)
“La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas; ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesta la mesa; ha despachado sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad:
“Los inexpertos, que vengan aquí, voy a hablar a los faltos de juicio: Vengan a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejen la inexperiencia y vivirán sigan el camino de la prudencia.”
Salmo Responsorial (Salmo 33)
R/. Gusten y vean que bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
Que los humildes lo escuchen y se alegren.
Todos sus santos, teman al Señor,
porque nada les falta a los que le temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada.
Vengan, hijos, escúchenme:
Los instruiré en el temor del Señor.
¿Hay alguien que ame la vida
y desee días de prosperidad?
Guarda tu lengua del mal,
tus labios de la falsedad;
apártate del mal, obra el bien,
busca la paz y corre tras ella.
Carta de san Pablo a los Efesios (Ef 5,15-20)
“Hermanos: fíjense bien cómo andan; no sean insensatos, sino sensatos. Sepan comprar la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estén aturdidos con vino, que lleva al libertinaje; sino déjense llenar del Espíritu. Reciten, alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; canten y toquen con toda el alma para el Señor. Celebren constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre, por todos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.”
Aleluya
Aleluya, aleluya.
“El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él, dice el Señor.”
Aleluya.
Evangelio de san Juan (Jn 6,51-58)
“En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
– Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.
Disputaban entonces los judíos entre sí:
– ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
– Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de sus padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.”
Reflexión
La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos llena de la Vida de Dios.
Tú como yo sabemos que todas las personas un día cualquiera terminamos nuestro peregrinar por este mundo. Todos morimos, de distinta manera o situación y a diferentes edades y sin distinción de sexos, pero nadie se escapa de esta realidad natural. Y observando nuestro final, todos los esqueletos de las personas son iguales (me refiero a los que no se incineran), así hayan tenido la piel blanca o negra. Si se ha tenido moreno o rubio el cabello, o los ojos azules o castaños, el cráneo de los hombres es lo mismo. Aunque las vidas sean distintas, la muerte nos iguala. Unos mueren prematuramente o antes de nacer, y otros viven muchos años; unos se dan la “buena vida” mientras que otros malviven. Pero todos, al final, lo pierden todo, y nada pueden llevarse consigo hacia la nada. Este hecho inevitable de la muerte es útil para saber vivir.
Ante el enigma o el problema de la muerte, la catequesis de la Iglesia en este domingo no nos habla de muerte, sino de vida. Como te habrás dado cuenta, durante varios domingos anteriores hemos leído el texto del llamado «Discurso del Pan de Vida», del evangelio de san Juan. Jesús había multiplicado los panes, pero aquel pan sólo podía alimentar la vida que muere, la vida temporal.
En la moderna dietética se estudia muy bien los nutrientes que aportan los diferentes alimentos, y se nos recomienda unos u otros para el mantenimiento de la salud, de las fuerzas y de la juventud, pero nadie puede afirmar que algunos productos podrían mantenernos indefinidamente vivos, sin morirnos jamás. Jesús, en cambio, lo anuncia claramente: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día». «El que come de este pan vivirá para siempre». La comunión eucarística nos llena de la Vida de Dios, que es inmortal, como lo afirma el mismo Señor: «El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí». Al oír esto y no comprender, los judíos se escandalizaron inmensamente.
El escándalo de los judíos es que Jesús, que se presentaba en forma sencilla y humilde, pudiera ser un pan vivo bajado del cielo. La Iglesia, como los católicos en particular, nunca debemos acudir a signos deslumbrantes para imponerse a los hombres, sino correr la misma suerte de Jesús, aceptando el escándalo de los presuntuoso, egoístas y vanidosos de este mundo.
¡Qué amor tan grande el de Dios hacia nosotros! ¿Cómo no darle gracias siempre por este Pan divino que Él nos da tan generosamente? En el Antiguo Testamento, la sabiduría divina preparó su banquete, y salió al camino a invitar a los hombres gratuitamente. San Pablo nos advierte y nos invita ahora a nosotros a no ser insensatos, y que sepamos discernir y aprovechar las buenas ocasiones. Ante todos los alimentos que alimentan nuestra muerte personal, seamos capaces de valorar el Banquete del Señor Resucitado, la Eucaristía, que nos invita a compartir la vida que no muere, que vive gloriosamente y para siempre.
El comer el Pan Eucarístico -el Cuerpo y la Sangre de Cristo-, nos llena de la Vida de Dios.