¡Felices Pascuas de Resurrección!

¡Esta es la noche de la luz! ¡Esta es la noche verdaderamente feliz! ¡Esta es la noche que une el cielo con la tierra, que une lo divino con lo humano! ¡Esta es la noche que tiene más claridad que el mismo día! ¡Esta es la noche que nos hace nuevos! ¡Esta es la noche que nos hace testigos de Alguien que resucitó y vive! ¡Esta es la noche que nos hace hijos, la noche que nos da el agua que grita dentro de nosotros «ven al Padre»! ¡Esta es la noche que nos hace hermanos!

El Prólogo del Evangelio de Juan, sintetizando eficazmente el drama del rechazo de Cristo en el momento de su venida al mundo, dice: “La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la sofocaron” (Jn 1,5). La luz vence a las tinieblas.

El primer gesto simbólico de la solemne Vigilia Pascual es el cirio encendido, símbolo de Cristo-Luz del mundo, que ingresa al templo completamente oscuro. Del «fuego nuevo» de este cirio se encienden las llamitas de algunas velas, y de éstas, poco a poco, las velas de todos los fieles, hasta que el templo se encuentra lleno de luz. Entonces se canta el Pregón Pascual, que es el himno a Cristo-Luz.

Mientras las tinieblas son el símbolo del pecado y de la muerte, la luz es el símbolo de la vida que vence a la muerte. La noche de Pascua de Resurrección, «Noche Bienaventurada», es testigo de esta victoria. Los símbolos ceden el paso a la realidad: «La luz resplandeció en las tinieblas, y las tinieblas no la sofocaron» (Jn 1,5): Han matado a la Vida, la han clavado en una cruz. Pero «en Cristo estaba la Vida y la vida era la Luz de los hombres» (Jn 1,4). Era necesario que se hiciese «oscuridad en toda la tierra» (Mt 27,45), para que la Luz brillase en todo su fulgor. La Vida tenía que morir, para que pudiese vivificar todas las cosas.

En la Vigilia Pascual, se nos recuerda con las palabras de san Pablo: «Cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte. Por lo tanto, por medio del Bautismo, hemos sido sepultados junto a Él en la muerte, para que como Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros podamos caminar en una vida nueva. Si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con Él. Considerados muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (cfr. Rm 6,3-4.8.11).

La luz de Cristo es para todos -hombres y mujeres- y para todos los pueblos. Tú y yo y quienes participamos de esta Solemnidad de las solemnidades, la Vigilia Pascual, constituimos la luz y misericordia de Cristo en medio del mundo que se ahoga en las tinieblas del pecado, de la violencia, de la injusticia, de la corrupción, de la droga y de la muerte.

¡No temamos la luz de Cristo! El Evangelio es la luz que realiza plenamente cuanto hay de verdadero, bueno y bello en toda la cultura humana. El Evangelio de Cristo es para el hombre y para la mujer, para la vida, para la paz y para la libertad de todas las personas y de toda la persona. De esto, tú y yo, somos testigos, animados por el Espíritu Santo que el Señor ha derramado con abundancia en nuestros corazones, el día de nuestro bautismo.

Ser bautizados significa estar «inmersos» en el misterio del Amor de Dios, que fluye del corazón traspasado del Crucificado. La gran Vigilia Pascual es el momento bautismal por excelencia. En ella el símbolo de la luz se une al del agua y recuerda que tú y yo y todos los bautizados hemos renacido del agua y del Espíritu Santo, para participar en la vida nueva, revelada mediante la Resurrección de Cristo. Porque como dice el discípulo amado en su evangelio: «En Él está la Vida, y la Vida es la Luz de los hombres» (cfr. Jn 1,4). 

La Vigilia Pascual es la noche verdaderamente dichosa, que lleva a hombres y mujeres la Luz de Cristo. Es la noche que resplandece sin límites, que ilumina de esperanza y de paz toda la tierra y todos los confines del universo.