Comentario inicial:
Buenas noches. Dispongámonos de mente y corazón para acompañar a Jesús en su agonía y pidamos que se haga la voluntad de Dios Padre en cada uno de nosotros, en nuestra familia… y en el mundo entero, que en este momento afronta el dolor, la angustia y la soledad.
Canto: “Pueblo de reyes” (u otro que sea conocido por todos).
Oración en Getsemaní (cada uno de los que participan en el viacrucis puede colaborar leyendo un párrafo del texto siguiente):
Después de la Ultima Cena, Jesús y los Apóstoles recitaron los salmos de acción de gracias, como era costumbre. Y la pequeña comitiva se puso en marcha en dirección a un huerto cercano, llamado de los Olivos. Jesús había advertido a Pedro y a los demás que, esa noche, todos -de un modo u otro- le negarían, dejándole solo.
«Llegaron a una finca llamada Getsemaní. Y Jesús dijo a sus discípulos: Siéntense aquí, mientras hago oración. Y llevándose con él a Pedro, a Santiago y a Juan, comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dijo: Mi alma está triste hasta la muerte; quédense aquí y velen» (Mc 14,32-34). Jesús se apartó de ellos como un tiro de piedra (Lc 22,41). Jesús sintió una inmensa necesidad de orar. Se detuvo junto a unas rocas y cayó abatido: Se puso de rodillas (Lc 22,41), se postró rostro en tierra (Mt 26,39). Jesús se dirigió a su Padre en una oración cargada de confianza y ternura, en la que se entregó totalmente a Él; Padre mío, le dijo, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieres Tú.
Poco tiempo antes les había comunicado a sus discípulos: Mi alma está triste hasta la muerte; estoy sufriendo una tristeza capaz de causar la muerte. Así sufre Jesús: Él, que es la misma inocencia, carga con todos los pecados de toda la humanidad.
Tomó como si fueran suyos nuestros pecados y se prestó a pagar personalmente todas nuestras deudas. Todas: las debidas por los pecados ya cometidos, las debidas por los que se estaban cometiendo en aquel momento, y las deudas de los pecados que se cometerían hasta el final de los tiempos.
El Señor, no solamente pagó con su sangre, sino con la vergüenza de nuestros pecados». Todo el dolor y sufrimiento, angustias y desespero de la humanidad, desde su comienzo y hasta el final de los tiempos, fueron captadas en toda su intensidad por el alma de Cristo.
¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna! ¡Jesús entró en agonía y llegó a derramar sudor de sangre! “Jesús, solo y triste, sufrió y empapó la tierra con su sangre”.
Él de rodillas en el suelo, perseveró en oración… Lloró por nosotros, por todos. Le aplastó el peso del sufrimiento, del pecado y de la muerte de todos. Pero su confianza en el Padre no desfalleció, y perseveró en oración. Cuando el cuerpo parecía que ya no podía resistir, vino un ángel a confortarlo. La naturaleza humana del Señor se nos mostró en esta escena con toda su capacidad de sufrimiento.
En nuestra vida puede haber momentos de lucha más intensa, quizá de oscuridad y de dolor profundo en que cuesta aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de Jesús en el Huerto de los Olivos nos señala cómo hemos de proceder en esos momentos: abrazarnos a la Voluntad de Dios, sin poner límite alguno ni condición de ninguna clase, e identificarnos con el querer de Dios por medio de una oración perseverante.
En el huerto de los Olivos, Jesús oró así: “Padre mío” (Mt 26,39). Dios es nuestro Padre, aunque nos envíe sufrimiento. Él nos ama con ternura, aun hiriéndonos. Jesús sufre, por cumplir la Voluntad del Padre… Y nosotros que queremos también cumplir la Voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podremos quejarnos, si encontramos por compañero de camino, al sufrimiento, el miedo y la angustia?
En aquella noche de Getsemaní, Jesús nos contemplaba con una simple mirada y se solidarizaba con cada uno(a) de nosotros. Ante sus ojos desfiló el espectáculo de todos los pecados y atrocidades cometidas por hombres y mujeres, sus hermanos(as). Ve la deplorable oposición de tantos que desprecian la satisfacción que Él ofrece por ellos, la inutilidad para muchos de su sacrificio generoso. Siente una gran soledad y dolor moral por la rebeldía y la falta de correspondencia al Amor divino.
Por tres veces buscó la compañía en la oración de aquellos tres discípulos. Velen conmigo, estén a mi lado, no me dejen solo, les había pedido. Quizá buscaba en aquel tremendo desamparo un poco de compañía, de calor humano. Pero los amigos abandonaron al Amigo. Era aquélla una noche para estar en vela, para estar en oración; y se durmieron. Aun, no amaban bastante y se dejaron vencer por la debilidad y por la tristeza, y dejaron a Jesús solo. No encontró el Señor un apoyo en ellos; habían sido escogidos para eso y fallaron.
Hemos de orar siempre, pero hay momentos especiales en nuestra vida, como el actual, en los que esa oración se ha de intensificar. Abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo. ¿Por qué duermen? Nos dice hoy el Señor. Dejen de rumiar los sufrimientos y dificultades, levántense y oren para no caer en la tentación (Lc 22,46). Por eso digámosle a Jesús: «Señor, si ves que duermo; si descubres que me asusta y me cubre el dolor y la angustia; si notas que me paro al ver más de cerca la Cruz, ¡no me dejes! Dime como a Pedro, como a Santiago, como a Juan, que necesitas mi correspondencia, mi amor. Dime que, para seguirte, para no volver a dejarte abandonado con los que traman tu muerte, tengo que pasar por encima del sueño, de mi egoísmo y soberbia, de mis pasiones, de la comodidad.
Nuestra oración continua, si es verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme, y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si la descuidáramos nos encontraríamos en manos del enemigo, perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para acompañar a Jesús.
También hoy, Jesús que está presente en el pobre, en el necesitado, en el enfermo, en el moribundo, desea nuestra compañía. Y sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!; nuestra experiencia personal nos lo dice. Pero si nos hacemos fuertes en nuestro trato diario con Él, podremos decirle con certeza: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré (Mc 14,31). Pedro no pudo cumplir su promesa aquella noche, entre otras cosas, porque no perseveró en la oración que le pedía su Señor. Después de su arrepentimiento, sería fiel a su Maestro hasta dar la vida por Él, años más tarde.
La contemplación de esta escena de la Pasión de Cristo puede ayudarnos mucho a ser fuertes en estos momentos para no abandonar nunca nuestra oración diaria, y para cumplir la Voluntad de Dios en cosas que nos cuesten. ¡Señor, que no se hagan las cosas como yo quiero, sino como quieres Tú! «Jesús, lo que tú ‘quieras’… yo lo amo», digámosle ahora con toda sinceridad.
Los santos han sacado mucho provecho para sus almas, de este pasaje de la oración del Señor en Getsemaní. En este momento, la contemplación de estas escenas también puede fortalecernos ante el pánico o el peligro del mal y de los sufrimientos en todas partes, y Cristo quiere darnos ánimo con el ejemplo de su propio dolor, su propia tristeza, su abatimiento y miedo inigualable…
«A quien estuviera en esta situación, parece como si Cristo se sirviera de su propia agonía para hablarle con vivísima voz: Ten valor, tú que eres débil y flojo. No desesperes. ¿Estás atemorizado y triste, abatido por el cansancio y el temor y pánico al sufrimiento? Ten confianza. Yo ya vencí al mundo y, a pesar de ello, sufrí mucho más por el miedo y estaba cada vez más horrorizado a medida que se avecinaba el sufrimiento.
El Señor nos dice ahora: mira cómo marcho delante de ustedes en este camino tan lleno de temores. Agárrense al borde de mi manto, y sentirás fluir de él un poder que no permitirá que te agobie por encima de tus fuerzas, sino que te daré, junto a la prueba, la gracia necesaria para soportarla.
Miremos cómo sin nuestro esfuerzo el frenesí, la bulla, en un abrir y cerrar de ojos, se ha terminado. Nada de aviones, trenes, estadios repletos, juegos, conciertos, multitudes, cines, centros educativos o comerciales, reuniones… Todo ha terminado. El frenético torbellino de ilusiones y “obligaciones” que impedían levantar los ojos al cielo, mirar las estrellas, escuchar el mar, dejarse mecer por el viento al arrullo del trinar de los pájaros, rodar por las praderas, coger una fruta del árbol, sonreír a un animal, respirar la montaña, escuchar el sentido común, se ha roto. Yo, nos dice el Señor, estoy aquí para ayudarte.
Nosotros no podemos jugar a ser Dios. ¡No estamos bien! Ninguno de nosotros. Todos estamos sufriendo. El Señor ahora nos pregunta: ¿qué ha pasado con los signos que les envié? Ustedes no se detuvieron y no hicieron caso. Ustedes no han querido escuchar. Es difícil escuchar cuando se está tan ocupado luchando por escalar siempre más alto. Los cimientos están cediendo, se están resquebrajando bajo el peso de los deseos ficticios. El Señor nos dice: ¿Me escuchan ahora?
¡No estamos bien! Observemos la Tierra ¿cómo está? Mirémonos nosotros mismos, ¿cómo estamos?… Nosotros n podemos estar sanos en un mundo enfermo.
Aprovechemos este tiempo y permitamos que el Señor penetre en nuestra vida, en nuestra familia, en el trabajo, en la Iglesia, en el mundo y escuchemos su Sabiduría. Él nos ayudará, si le escuchamos. Ahora nos está hablando.
Quien preside la celebración de la Hora Santa:
- En el nombre del Padre…
- El Señor esté con cada uno de nosotros…
Oremos:
Padre santo y misericordioso.
Gracias por estremecernos y mostrarnos que dependemos de algo mucho más grande de lo que pensamos.
Gracias por hacernos apreciar el lujo en el que vivimos, abundancia de productos, libertad, salud… y darnos cuenta de que lo dábamos por sentado.
Gracias por detenernos, por hacernos ver cuán perdidos estábamos en “nuestros asuntos”, sin tiempo para las cosas más básicas.
Gracias por permitirnos dejar de lado todos nuestros problemas que parecían tan importantes y mostrarnos lo que es realmente importante.
Gracias por todo el miedo -el stress-, ha sido una enfermedad desde hace años, pero solo unos pocos lo han enfrentado y ahora tenemos que hacerlo y aprender a afrontarlo con el amor y el apoyo de la comunidad.
Gracias por esta evaluación de nuestras vidas.
Gracias porque por fin entendemos lo que significa estar todos conectados.
Gracias por unirnos a todos. Sabíamos que el mundo tenía que cambiar.
Gracias por ayudarnos a demostrarlo todo y darnos la oportunidad de construir un nuevo mundo desde el principio.
Gracias porque has querido realizar la redención de toda la humanidad por medio del misterio pascual de Cristo; concede misericordiosamente a quienes celebramos con fe esta Hora Santa, en la que meditamos la agonía del Señor en Getsemaní, que experimentemos un aumento constante de la Fe y la Esperanza en la salvación y alcancemos la protección de nuestra familia y de todas las familias del mal.
Por Nuestro Señor Jesucristo…
Lectura de la Primera Carta de san Juan: 1Jn 2,1-6.
Reflexión
Silencio
Canto: “No me habéis vosotros elegido” (u otro que sea conocido por todos).
Lectura del evangelio de san Marcos: Mc 4,35-41.
Reflexión
Silencio
Canto: “Lávame con tu sangre” (u otro que sea conocido por todos).
Oración de los fieles
Quien preside la celebración:
Oremos:
Hermanos, elevemos nuestras súplicas y alabanzas a Nuestro Redentor Jesucristo, que en su misericordia nos redime de la muerte y el pecado, y digámosle con fe y devoción:
“Señor, ten piedad de nosotros y del mundo entero”.
(cada uno de los presentes presenta su petición voluntaria)
Padrenuestro
Después de cada petición, se recita el Padrenuestro, seguido de «Bendito y alabado sea Jesucristo en el Santísimo Sacramento del Altar» y «Gloria al Padre…».
Oración por la Paz, de san Francisco de Asís.
Señor: hazme instrumento de paz;
Que donde haya odio, siembre yo amor.
Que donde haya injuria, lleve yo perdón.
Que donde haya duda, lleve yo fe.
Que donde haya desesperación, lleve yo esperanza.
Que donde haya sombras, lleve yo luz.
Que donde haya tristeza, lleve yo alegría.
¡Oh Divino Maestro!
Concédeme:
Que no busque ser consolado, sino consolar.
Que no busque ser comprendido, sino comprender.
Que no busque ser amado, sino amar.
Porque dando, recibo.
Perdonando, es como Tú me perdonas.
Y muriendo en Ti, nazco para la vida eterna.
Amén
Canto: “Tú reinarás” (u otro que sea conocido por todos).
Bendición con el Santísimo Sacramento (Cuando quien preside la celebración es un diácono o presbítero)
V/. Les diste, Señor, pan del cielo.
R/. Que en sí contiene todos los sabores.
Oración:
Oh Dios, que nos dejaste el memorial de tu Pasión en tan admirable Sacramento; concédenos, te rogamos, de tal modo venerar el sagrado misterio de tu Cuerpo y Sangre, que sintamos constantemente en nosotros el fruto de la redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Bendición con el Santísimo Sacramento
Oración al Santísimo Sacramento del altar (de pie o de rodillas)
Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar; bendito sea Dios, el Santo de los santos, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, del hombre, de su historia y de sus culturas.
Bendito sea su santo nombre, en la tierra y en el cielo; bendito sea su Santo e inmaculado Corazón; bendita sea su santísima Palabra, ahora y siempre.
Santo, Santo, Santo, Santo, Santo, Santo, Santo.
Bendito y alabado sea, en Jesucristo, Señor y Dios nuestro, el Padre Todopoderoso, que tenemos en la tierra y en el cielo; bendito sea Él, en Él y para siempre; benditos sean los designios de su Santa Voluntad; bendita sea su Santísima Palabra; Bendito sea su Poder, su Voluntad, su Omnipotencia.
Bendito y alabado sea, Él, en nuestro tiempo y en la eternidad.
Bendito, bendito, bendito, bendito, bendito, bendito, bendito sea el Padre Omnipotente, presente y omnisciente.
Santo, Santo, Santo, Santo, Santo, Santo, Santo es la Primera Persona de la Santísima Trinidad ante quien todo se inclina y para cuya gloria, amor y bendiciones, todo ha sido y será hecho. Amén, amén, amén.
Bendito y alabado sea el Santo, Santo, Santo, Santo, Santo, Santo, Santo, santísimo Espíritu de Dios, el Espíritu Santo. Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
Bendito sea en Él y en la Unidad indivisible y única con el Padre y con el Hijo.
Bendito sea su amor inacabable e insondable, con el que todo lo crea y lo transforma.
Bendito sea su poder incomparable. Bendito sea por el milagro de sus dones y carismas, con los que adornan todo lo creado, para mayor honra y alabanza del Padre, del Hijo y Él mismo.
Bendito sea el amor, inspiración, luz y gracias, con las que Él nos lleva a Jesucristo, nuestro Salvador Resucitado; al Padre Omnipotente, amante, único y Todopoderoso, principio y fin de toda nuestra vida y nuestro ser.
Bendita y alabada sea la Santísima Trinidad, realidad perpetua y misteriosa, en quien siendo tres, en su misterio de Amor y de Poder: el Padre, Hijo y Espíritu Santo, es uno, el Uno.
Bendita sea por su unidad indestructible y sempiterna; bendita sea por cada una de las tres Divinas Personas que la integran. Bendita sea por el Padre. Bendita sea por el Hijo. Bendita sea por el Espíritu Santo.
Bendito, bendito, bendito, bendito, bendito, bendito, bendito sea Dios, el Uno y Trino, único, la Trinidad Santísima. Santo, santo, santo, santo, santo, santo, santo…
Santo, santo, santo, santo, santo, santo, santo…
Santo, santo, santo, santo, santo, santo, santo…
Santo es el Señor que todo lo crea, santifica y perfecciona. Amén, amén, amén, amen, amén, amén, amén.
Bendita sea María Santísima, la Inmaculada Concepción y siempre Virgen.
Bendito sea su santo y bienaventurado Nombre;
Bendito sea su santo e inmaculado corazón;
Bendita sea su santa virginidad, por cuya limpieza y libertad mereció el honor y gracia de ser la Madre de nuestro Señor Jesucristo, el Salvador Resucitado;
Bendito sea su Vientre Inmaculado;
Bendita sea, por su Concepción inmaculada;
Bendita sea por Jesucristo, el fruto bendito de su vientre.
Gloria al Padre. Gloria al Hijo. Gloria al Espíritu Santo.
(ACTA 318)
Canto: “Cantemos al Amor de los Amores” (u otro que sea conocido por todos).
Como acción de gracias de la familia al Santísimo Sacramento.
- Bendito sea Dios.
- Bendito sea su santo nombre.
- Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
- Bendito sea el nombre de Jesús.
- Bendito sea su sacratísimo Corazón.
- Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
- Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
- Bendita sea su santa e inmaculada Concepción.
- Bendito sea el nombre de María, virgen y madre.
- Bendito sea san José, su castísimo esposo.
- Bendito sea Dios en sus ángeles y santos.
Canto final de la celebración de la Hora Santa: “Alabado sea el Santísimo) (u otro que sea conocido por todos).