(IV° Dom. Cuaresma A 2023)
Primer Libro de Samuel (1Sam 16,1b. 6-7. 10-13ª)
“En aquellos días, dijo el Señor a Samuel:
– Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí.
Cuando se presentó vio a Eliab y se dijo: “Sin duda está ante el Señor su ungido.”
Pero el Señor dijo a Samuel:
– No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón.
Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo:
– A ninguno de éstos ha elegido el Señor.
Preguntó, pues, Samuel a Jesé:
– ¿No quedan ya más muchachos?
Él respondió:
– Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño.
Dijo entonces Samuel a Jesé:
– Manda que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido.
Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia.
Dijo el Señor: Levántate y úngelo, porque éste es.
Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.”
Salmo Responsorial (Salmo 22)
R/. El Señor es mi pastor, nada me falta.
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
Carta de san Pablo a los Efesios (Ef 5,8-14)
“Hermanos: En otro tiempo ustedes eran tinieblas, ahora son luz en el Señor. Caminen como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz) buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia. Pues hasta ahora da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.”
Versículo para antes del Evangelio
“Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; quien me sigue tendrá la luz de la vida.”
Evangelio de san Juan (Jn 9,1-41)
“En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.
[Y sus discípulos le preguntaron:
– Maestro, ¿quién pecó: ¿éste o sus padres, para que naciera ciego?
Jesús contestó:
– Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.
Dicho esto,] escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo:
– Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
– ¿No es ése el que se sentaba a pedir?
Unos decían:
– El mismo.
Otros decían:
– No es él, pero se le parece.
Él respondía: – Soy yo.
[Y le preguntaban:
– ¿Y cómo se te han abierto los ojos?
Él contesto:
– Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé y empecé a ver.
Le preguntaron:
– ¿Dónde está él?
Contestó:
– No sé.]
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos). También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
– Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.
Algunos de los fariseos comentaban:
– Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.
Otros replicaban:
– ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos? Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
– Y tú ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?
Él contesto:
– Que es un profeta.
[Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y le preguntaron:
- ¿Es éste su hijo, de quien dicen ustedes que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?
Sus padres contestaron:
– Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Pregúntenselo a él, que es mayor y puede explicarse.
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: pues los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: “Ya es mayor, pregúntenselo a él.”
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
– Confiéselo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.
Contestó él:
– Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.
Le preguntan de nuevo:
– ¿Qué te hizo?, ¿cómo te abrió los ojos?
Les contestó:
– Se lo he dicho ya, y no me han hecho caso: ¿para qué quieren oírlo otra vez? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
– Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.
Replicó él:
– Pues eso es lo raro: que ustedes no saben de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento: si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.]
Le replicaron:
– Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
– ¿Crees tú en el Hijo del hombre?
Él contestó:
– ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo:
– Lo estás viendo: el que te está hablando ése es.
Él dijo:
– Creo, Señor.
Y se postró ante él.
[Dijo Jesús:
– Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven vean, y los que ven se queden ciegos.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
– ¿También nosotros estamos ciegos?
Jesús les contestó:
– Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado: pero como dicen que ven, su pecado persiste.]
Reflexión
Cada día que pasa de este tiempo de Cuaresma nos acercamos más y más a la hermosa Solemnidad de las solemnidades, la Pascua de Cristo, su muerte y Resurrección.
En este cuarto Domingo de Cuaresma la Iglesia nos recuerda que es importante tener presente que Cristo es Luz, que la Iglesia es Luz, que el cristiano es Luz, que la Eucaristía es Luz, y que el sábado santo es la celebración de la Luz.
Como nos dice san Pablo en su Carta a los Efesios: Los frutos de la Luz son: bondad (misericordia, sencillez, humildad, caridad), justicia y verdad, síntesis de las Bienaventuranzas (cfr. Ef 5,8-14). Para ilustrar y profundizar más esta afirmación, la Liturgia de la Palabra de este domingo nos trae la narración de la curación del ciego de nacimiento, en el evangelio de san Juan.
La primera actitud que tenemos que asumir en nuestra vida cristiana es abrir los oídos para escuchar la Palabra de Salvación y, luego, lavarnos los ojos. Busquemos sanar nuestros ojos enfermos por el pecado, pues, si los mantenemos sin luz no nos permitirán ver; y como dice el dicho popular: “ojos que no ven, corazón que no siente». Sólo se puede ver con claridad, con el corazón.
Unos ojos enfermos, están ciegos e impiden que el corazón pueda ver y sentir las necesidades de nuestros hermanos. La ceguera, es decir la mirada maliciosa, codiciosa, resentida, envidiosa, vengativa y soberbia, daña toda relación e impide descubrir a la otra persona como verdadero hermano o hermana.
La mirada autocomplaciente y egoísta, la mirada tibia o superficial, la mirada oscurecida por nuestra miseria aún no sanada, nos mantendrá atados y esclavizados, ya que no nos permitirá acercarnos a la Luz ni a la Verdad que nos hace libres.
Sanados y con una mirada clara y limpia podremos descubrir nuestra auténtica realidad de miseria y de muerte y solo así lograremos contemplar el ser de Dios y comprender la exigencia del Señor: «Sean buenos como su Padre celestial» (Mt 5,48) y el consejo que nos hace san Pablo: «como hijos amados de Dios: imiten a su Padre. Vivan amando como Cristo les amó: él se entregó por nosotros» (Ef 5,1-2).
Como afirma el apóstol Pablo y el evangelista san Juan, Jesucristo es la Luz del mundo para el hombre. Quien camine con Él no andará en tiniebla, pues, Él es el Camino y la Verdad y la Vida. Una Luz que es cruz. Una cruz que tiene detrás la Luz de la Resurrección.
En el momento crucial de su sacrificio – pasión y muerte – Cristo fue abandonado por todos: sus amigos más íntimos, los apóstoles y discípulos, y hasta el mismo Padre, parece que también le abandonara. Los únicos que se acercan a acompañarle e incluso tratan de ayudarle son los débiles, los que no cuentan en la sociedad (el cireneo y unas mujeres, entre las que se encuentra María su madre). Esta misma realidad continúa viviéndose en nuestra sociedad y muy cerca de nosotros, que nos escondemos en el anonimato y tratamos de justificarnos con alguna disculpa.
Después de predicar el Sermón de la Montaña Jesús les dijo a los discípulos: «ustedes son la luz del mundo, ustedes son la sal de la tierra». La luz no se coloca debajo de la cama o en un rincón, sino en la parte más alta y central, de tal manera que alumbre a todos los que allí se encuentran. Tenemos que escuchar y acercarnos al sitio por donde se encuentra o va a pasar Jesús. Él nos verá, no hay que decirle nada, y nos curará si nosotros queremos. Luego, hay necesidad de lavarnos en la piscina de la gracia en el Sacramento de la Confesión, el Sacramento de la Sanación.
Hoy tenemos que decirle a Cristo, quien se ha hecho uno como nosotros y ha muerto y resucitado por ti, por mí y por toda la humanidad, no queremos dejarte solo, queremos estar cerca para ayudarte, en el pobre, en el que sufre, en el enfermo, en el anciano, en las viudas y huérfanos, en los que son víctima de la injusticia, la violencia y la corrupción, en quienes viven la soledad y la angustia, en los niños y jóvenes violentados y que están muriendo lentamente por la droga y la explotación sexual, etc… Señor, con la ayuda de tu Santo Espíritu, queremos verte, descubrirte en los más necesitados (cfr. Mt 25,31ss), para continuar el camino de misericordia que tú iniciaste.