Píldora de Meditación 517
Hemos iniciado en la Iglesia el tiempo de Cuaresma. Cada año, este tiempo litúrgico se presenta en la vida de los creyentes como oportunidad de profundizar personal y comunitariamente en el seguimiento de Jesús.
Cuaresma es un tiempo en el que se repite la invitación a la conversión, al «cambio de mentalidad». La Iglesia siguiendo el consejo del Evangelio, propone de modo explícito para este tiempo la práctica de la limosna, la oración y el ayuno, tres medios que buscan agudizar nuestros sentidos y sensibilizarnos interiormente. Esos medios no se pueden entender hoy en día como actos aislados del conjunto de toda nuestra vida, han de salir «de dentro»:
* la limosna, entregada sin que la mano izquierda sepa lo que hace la derecha, nos remite a actitudes solidarias, a compartir los bienes y entregar generosamente lo mejor de sí;
* la oración sin ostentación, en lo escondido, desde la necesidad íntima del corazón, significa que la vida de los cristianos es referencia continua al Espíritu, al Padre que es Misericordia, a Jesucristo que se hizo uno de los nuestros hasta la muerte en cruz;
* el ayuno, desde la óptica del evangelio, se encamina a lograr un talante personal capaz de controlar y renunciar al consumismo, al derroche, o incluso a lo necesario, para despertar la sensibilidad hacia valores más altos.
Estos medios, y sobre todo la escucha atenta de la Palabra y la iluminación de nuestras vidas a la luz del Evangelio, pretenden «poner a punto», renovar desde dentro, la fe que recibimos en el bautismo. Pero el objetivo principal es hacer de ello un camino hacia la Pascua.
«Cuaresma y Pascua forman un único movimiento. Cuarenta días de Cuaresma, camino hacia la cruz. Cincuenta días de Pascua, camino hacia la plenitud del Espíritu. O sea, noventa días de tiempo fuerte. Una primavera de ´ejercicios espirituales` para la comunidad cristiana siguiendo los pasos de Cristo», tiempo en el que la oración es esencial para el cambio de mentalidad y de corazón que el seguimiento de Jesús nos pide. El orante, cuando es verdadero, pone en juego todas las dimensiones de su persona, incluido su ser social y su respuesta a las necesidades de los demás, especialmente de los más pobres.
Flus.
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