(Bautismo de Jesús B 2024)

Libro de Isaías (Is 55,1-11)

“Esto dice el Señor:

– Oigan, sedientos todos, acudan por agua, también los que no tienen dinero: vengan, compren trigo, coman sin pagar vino y leche de balde.

¿Por qué gastan dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura?

Escúchenme atentos, y comerán bien, saborearán platos sustanciosos.

Inclinen el oído, vengan a mí: escúchenme y vivirán.

Sellaré con ustedes alianza perpetua, la promesa que aseguré a David: a él lo hice mi testigo para los pueblos, caudillo y soberano de naciones; tú llamarás a un pueblo desconocido, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti; por el Señor, tu Dios, por el Santo de Israel, que te honra.

Busquen al Señor mientras se le encuentra, invóquenlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón.

Mis planes no son sus planes, sus caminos no son mis caminos -oráculo del Señor-Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los suyos, mis planes, que sus planes.

Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allí sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.”

Salmo Responsorial (Is 12,2ss)

R/. Sacarán agua con gozo de las fuentes de la salvación.

El Señor es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor.
Él fue mi salvación.
Y sacarán aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.

Den gracias al Señor,
invoquen su nombre,
cuenten a los pueblos sus hazañas,
proclamen que su nombre es excelso.

Tañen para el Señor, que hizo proezas,
anúncienlas a toda la tierra;
griten jubilosos, habitantes de Sión:
“Qué grande es en medio de ti
el Santo de Israel.”

Primera Carta de san Juan (1Jn 5,1-9)

“Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Aquel que da el ser ama también al que ha nacido de Él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.

¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es verdad. Porque tres son los testigos: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo. Si aceptamos el testimonio humano, más fuerza tiene el testimonio de Dios. Éste es el testimonio de Dios, un testimonio acerca de su Hijo.”

Aleluya

Aleluya, aleluya

Juan, al ver a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”

Aleluya.

Evangelio de san Marcos (Mc 1,6b-11)

“En aquel tiempo, proclamaba Juan:

– Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias.

Yo los he bautizado con agua, pero él les bautizará con Espíritu Santo.

Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán.

Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo:

-Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.”

Reflexión

Hoy termina el tiempo de Navidad. Esto no significa que haya que dejar a un lado la alegría navideña y no hablar más del misterio del nacimiento del Señor, pues, el Señor todos los días pasa cerca de nosotros, se hace como uno de nosotros; más concretamente se manifiesta en el pobre y en el necesitado. Por eso el misterio de la encarnación y nacimiento del Señor es actual, permanente en nuestra existencia. La paz y la alegría de la Navidad deben extenderse a todo el año 2024, debe acompañar nuestra existencia. De lo contrario no seríamos cristianos.

Hoy estamos celebrando la solemnidad del Bautismo del Señor. Aprovechemos esta gran noticia para hablar del bautismo.

Mientras sobre la rivera del Jordán, Juan el Bautista predicaba la conversión para poder acogerse al Reino de Dios que se acercaba, Jesús bajó con la gente a las aguas del río para hacerse bautizar. El bautismo para los judíos era un rito penitencial en el que reconocían los propios pecados. Pero el Bautismo que Jesús recibe no es sólo un bautismo de penitencia; la manifestación del Padre y el bajar del Espíritu Santo le dan un significado preciso. Jesús es proclamado «Hijo predilecto» y sobre Él se posa el Espíritu que le deja ungido con la misión de Profeta -la predicación del Reino-, con la misión de Sacerdote -el único sacrificio aceptable para Dios- y con la misión de Rey -mesías salvador-.

Pedro Crisólogo refiriéndose al Bautismo de Jesús en el río Jordán, dice:

“Los gentiles, que eran los últimos, llegan a ser los primeros, ya que la fe de los magos inaugura la creencia de toda la gentilidad.

Hoy entra Cristo en las aguas del Jordán, para lavar los pecados del mundo: así lo atestigua Juan con aquellas palabras: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Hoy el siervo prevalece sobre el Señor, el hombre sobre Dios, Juan sobre Cristo; pero prevalece en vista a obtener el perdón, no a darlo.

Hoy, como dice el salmista, la voz del Señor sobre las aguas. ¿Qué voz? Éste es mi hijo amado, en quien tengo mis complacencias.

Hoy el Espíritu Santo se cierne sobre las aguas en forma de paloma, para que así como aquella otra paloma anunció a Noé que el diluvio había cesado en el mundo, así ahora está fuera el indicio por el que los hombres conocieran que había terminado el naufragio del mundo; y no lleva, como aquélla, una pequeña rama del viejo olivo, sino que derrama sobre la cabeza del nuevo progenitor la plenitud del crisma, para que se cumpla lo profetizado en el salmo: Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros…” (Pedro Crisólogo, Sermón 160).

El bautismo de Jesús manifiesta el bautismo del «nuevo pueblo de Dios», el bautismo de la Iglesia. El Espíritu no sólo descendió sobre Cristo aquel día; hoy permanece en la Iglesia, «para que los hombres reconozcan en Él al Mesías, enviado a llevar a los pobres el gran anuncio de la salvación». El Espíritu ahora permanece para siempre, por Cristo, en la Iglesia.

La misión de Cristo estaba prefigurada en aquella misión del Siervo sufriente del que habla el profeta Isaías, que lleva sobre sí los pecados del pueblo. En Cristo, que acepta un acto público de penitencia, vemos la solidaridad del Padre, la solidaridad del Hijo y la solidaridad del Espíritu Santo con nuestra historia. Jesús no toma distancia de nuestra humanidad pecadora; al contrario, se mete en nuestra realidad para «manifestar mejor el misterio del nuevo lavado» y la consiguiente acción apostólica que deriva para el discípulo.

Los católicos hemos recibido el sacramento del Bautismo. Por él somos hijos de Dios, por él somos miembros de la Iglesia, por él se nos borran todos los pecados, por él somos hermanos. Nacidos y revestidos en la fe de la Iglesia, los cristianos tenemos necesidad de descubrir la grandeza y las exigencias de la vocación bautismal.

Llama la atención que el bautismo, que hace al hombre –varón y mujer– un miembro vivo del Cuerpo de Cristo, no tenga un puesto claro en la conciencia del cristiano y que la mayor parte de los fieles no sientan o no tengan conciencia clara del ingreso en la Iglesia a través de la iniciación bautismal como el momento decisivo de su vida.

El bautismo es manifestación del gran amor del Padre, participación del misterio pascual del Hijo, comunicación de una vida nueva en el Espíritu. El Bautismo nos pone en comunión con Dios, nos integra en su Familia; es el paso de la solidaridad en el pecado a la solidaridad en el Amor.

El Justo se mezcla con los pecadores y se sumerge con ellos en las aguas del Jordán. Es lo que ya había hecho con su Encarnación: mezclarse con los hombres y entrar en la corriente de su historia. Había venido a hacerse solidario de los hombres en todo, no en el pecado, pero sí en las consecuencias del pecado: la muerte. Con el mismo impulso de amor a los hombres con el que, por la Encarnación, había entrado en nuestra historia, baja al Jordán confundido con aquella multitud que se confiesa pecadora.

Sube después del agua y con Él son elevados los penitentes del Jordán, y con ellos todos los hombres de buena voluntad que a lo largo de los siglos buscan a Dios en la oscuridad. Por todos ellos ora Jesús. Y estando en oración se abre el cielo.

La voz del Padre y la manifestación del Espíritu dan testimonio de que Jesús de Nazaret es el Hijo amado, el gran profeta prometido a Israel, el Mesías, o sea, el ungido por el Espíritu de Dios plenamente y para siempre. Este Espíritu, que ya poseía desde el principio y que ahora se manifiesta, Jesús, una vez muerto y resucitado, lo comunicará a todos los que, por la fe y el bautismo, bajen con Él al Jordán y sean elevados con Él a una vida de santidad y de gracia. Incorporados a Cristo, podrán sentir como dirigida personalmente a cada uno de ellos la voz que hoy resuena en el Jordán: «Tú eres mi hijo. En ti me he complacido. Hoy te engendré».

El bautismo de agua sólo podrá convertirse en bautismo en el Espíritu por medio del bautismo en la sangre. A él se refería Jesús cuando anunciaba su Pasión a los discípulos: «Tengo que recibir un bautismo ¡Y cómo me angustio mientras llega!” (Lc 12,50).

Nuestro Bautismo, único, es Pascua, puesto que nos ha sumergido en la muerte de Cristo, y nos sumerge en la pascua diaria de nuestra existencia en la que tenemos que pasar continuamente de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, del egoísmo al amor, del pecado a la gracia.