(III° Dom. Ord. B 2024)

Libro del Profeta Jonás (Jon 3,1-5.10)

“En aquellos días, vino el Señor a Jonás:

– Levántate y vete a Nínive, la gran capital, y pregona allí el pregón que te diré.

Se levantó Jonás y fue a Nínive, como le había mandado el Señor. (Nínive era una ciudad enorme; tres días hacían falta para atravesarla). Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día pregonando:

– Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada.

Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno, y se vistieron de sayal, grandes y pequeños.

Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, tuvo piedad de su pueblo el Señor, Dios nuestro”.

Salmo Responsorial (Salmo 24)

R/. Señor, instrúyeme en tus sendas.

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas.
Haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.

Primera Carta de san Pablo a los Corintios (1Cor 7,29-31)

“Hermanos: les digo esto: el momento es apremiante.

Queda como solución: que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la presentación de este mundo se termina”.

Aleluya   

Aleluya, aleluya

“Está cerca el Reino de Dios; crean la Buena Noticia.”

Aleluya.

Evangelio de san Marcos (Mc 1,14-20)

“Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:

– Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Conviértanse y crean la Buena Noticia.

Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando las redes en el lago.

Jesús les dijo:

– Vengan conmigo y les haré pescadores de hombres.

Inmediatamente dejaron las redes y le siguieron.

Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con Él”.

Reflexión

Nos encontramos metidos en medio de cantidad de situaciones y proyectos varios, debatiéndonos entre el dolor y la alegría, las lágrimas y el gozo, los sueños e ideales y los fracasos, los momentos de paz y de violencia y angustia, entre la vida y la muerte…

Hemos llegado hasta este momento de nuestra existencia, solo por la Misericordia de Dios. Él, como siempre, quiere compartir con cada uno de nosotros, momentos de intimidad en la santa Eucaristía, en la que podemos sentir su cercanía, su presencia, su amor, su cariño, su perdón, su solidaridad, su ayuda.

La palabra de Dios que nos ofrece hoy los textos de la sagrada Escritura, nos recuerda que tenemos que fortalecer nuestra esperanza.

San Pablo nos dice en su Carta a los Corintios: El tiempo es corto, la apariencia de este mundo pasa, hay que vivir en la esperanza… (cfr. 1Cor 7,29-31). Jesús mismo nos habla de esta realidad. En Galilea predica por primera vez lo esencial de su mensaje: la llegada del Reino de Dios y la necesidad de que cada uno se convierta para poder recibir este magnífico e insondable misterio de Amor; además, a la orilla del lago de Tiberiades, llamó a los primeros discípulos y a nosotros nos dice que tengamos confianza en Él, que creamos en Él (cfr. Mc 1,14-20), que en Él y por Él, todo es posible.

Así, pues, lo primero que tenemos que hacer es creer en la Buena Nueva, creer en Él. El cambio de vida viene después. Esto puede verse en los discípulos cuando son llamados por Jesús: aunque no estaban preparados, obedecen, sin más. Jesús mismo es quien los llama y quien crea la necesidad de seguirlo. Seguir a Jesús no es una decisión ética autónoma, ni una adhesión intelectual a su doctrina; seguir a Jesús es una acción y un pensamiento nuevo que nace del acontecimiento de la Gracia.

Esta realidad también se descubre en el Libro del profeta Jonás: «Levántate, vete a Nínive y proclama el mensaje que yo te diga… Jonás se levantó y fue a Nínive… Los ninivitas creyeron sin signos prodigiosos, se convirtieron, gracias al don de la fe… El mismo profeta se convierte y obedece” (cfr. Jon 3,1-5.10).

Así pues, mientras Jonás predica que “queda poco tiempo” y san Pablo dice que “el tiempo se ha hecho breve”, Jesús afirma que «el tiempo se ha cumplido».

Ante la brevedad del tiempo, los oyentes de Jesús dejaron todo y aceptaron la palabra del Señor. «Dejaron» el dinero, los bienes, la familia. Dejaron todo y le siguieron. Dejaron todo lo que poseían: las redes. Esto era lo único que tenían de sustento para vivir.

El llamado que Jesús hace a los discípulos y a las gentes que le escuchaban, es dirigido también a quienes hoy escuchamos su Palabra. Entonces, ¿cómo tenemos que responder al Señor? Nuestra actitud ha de ser semejante a la de los discípulos: creer en la Buena Nueva y dejarlo todo.

Es verdad que, dejar las cosas sobre todo cuando hemos puesto el corazón en ellas, es demasiado difícil. Sólo fijémonos en el caso del joven rico que se acercó a Jesús para preguntarle qué debía hacer para ser perfecto y Jesús le respondió: «vende todo cuanto tienes, dalo a los pobres y luego ven y sígueme». Ya recuerdan ustedes que el joven se entristeció y se echó para atrás, ¿verdad? Pedro, que también lo había dejado todo (las redes de pescar que era lo único que poseía) le dice a Jesús: «lo hemos dejado todo y le hemos seguido… ¿y ahora qué?”

Tenemos que aprender a soltarnos, dejar…; esta es, lo repito, una exigencia muy dura y difícil. El problema no son las cosas, no es tener mucho o poco; el problema está en el corazón. Si se pone el corazón en las cosas –muchas o pocas eso no importa–, éstas se aman y se convierten en nuestro tesoro. Y “donde está tu tesoro allí está también tu corazón”. Y si en las cosas está nuestro corazón es muy difícil dejarlas. Más aún, lo difícil no es «dejar» las cosas, lo difícil es «soltarse» de las cosas.

Ahora te invito a que pienses en serio y con detenimiento…, llegarás a la conclusión que: el secreto de la vida es «dejar» y aprender a «soltarte».  Entre más se «deja» se es más persona, se tiene más libertad, porque ésta no es un problema de anchura, sino de profundidad. «Dejando», vamos naciendo a una vida mejor. Jesús mismo nos dice: «El que pierda (deje) la vida por mí, la encontrará», pues, Él es la Vida misma.

Jesús al invitar a los pescadores les dijo: «vengan conmigo y les haré pescadores». Jesús los invitó porque sabía que Él era el camino del Amor. «Ir con Él», es tomar el camino del Amor, es arrancarse y ser discípulo(a).

Tú como muchas personas podrían pensar o decir: para usted es fácil, pero yo tengo mi esposo(a) y mis hijos, o mis negocios. Para mí es muy difícil. Sea cual sea la diversidad de oficios, la palabra de Cristo es para todos. Para ti también es esta consigna de «dejar». No hay que ser esclavo ni en el mundo, ni en la Iglesia (en la Iglesia también tenemos que «dejar» y «soltarnos»). Esta es la única forma de mostrar al mundo los horizontes insondables del Amor de Dios.

La conversión es tener las manos limpias, el corazón puro, el alma libre de vanidades. Sólo así se levantan los dinteles y se abren las puertas para que pueda entrar el Rey de la gloria, como lo canta el Salmo 24. Para lograr este cambio comencemos por pedirle a Dios:  «Señor, tú que conduces a los humildes en la justicia y enseñas e iluminas a los pobres su sendero, muéstranos tus caminos, guíanos en tu verdad, enséñanos que tú eres el Dios de nuestra salvación… Acuérdate de tu ternura y de tu Amor. No te acuerdes de nuestro pecado» (Salmo 25,4-9).