“Virtud” en su sentido más amplio es cualquier capacidad anímico-espiritual de la persona humana desarrollada con esmero. En sentido estricto, “virtud” es la fuerza, la habilidad, la destreza, la facilidad, para realizar con alegría y constancia, venciendo resistencias internas y externas incluso a costa de sacrificio, lo moralmente bueno. Lo opuesto a la “virtud” es el “vicio”.

Según el origen, la esencia y la finalidad se distingue entre “virtudes naturales” y “virtudes sobrenaturales” o «infusas».

Las virtudes naturales se basan en la naturaleza corpóreo-espiritual de la persona humana y se desarrollan mediante el ejercicio constante y adecuado de las facultades humanas y de sus actos; son por ello virtudes «adquiridas».

Las virtudes naturales más importantes, según una división antigua y clásica, son las “virtudes cardinales”: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. A ellas se pretende reducir, con más o menos éxito, los innumerables modos de comportamiento moral frente a la realidad entera; para esa reducción se recurre a distintos principios lógicos.

En el orden sobrenatural la gracia como comunicación de Dios mismo ordena toda la naturaleza personal y espiritual de la persona humana, con su conocimiento y libertad, a la participación inmediata y eterna de la vida de Dios. Ese fin debe alcanzarse por la libre aceptación de la comunicación de Dios. Las facultades espirituales del hombre quedan capacitadas para dicha aceptación mediante la gracia, por la que los actos humanos se elevan en correspondencia con su meta y son realizados juntamente por Dios. En este sentido se habla de virtudes «sobrenaturales infusas», es decir, de virtudes dadas por Dios en la justificación como dinamismo de la gracia santificante. Las virtudes infusas orientan el ser y la acción religiosa y moral del hombre ya en este mundo a la participación inmediata en la vida de Dios, y confieren así la posibilidad de dirigir libre y connaturalmente la vida a este fin y de realizarla como algo propio. Tales virtudes sobrenaturales van unidas de la manera más estrecha con la gracia sobrenatural de la justificación, no son otra cosa que su dinámica viva y, como prolongación dinámica de la gracia hasta sus facultades, solo se distinguen de la gracia como las facultades humanas se distinguen del fundamento sustancial de la naturaleza, o sea, son diversas maneras graduadas bajo las cuales cada uno acepta existencialmente y con libertad la gracia ofrecida de la justificación, y así la hace radicar en su polifacética naturaleza.

En correspondencia con esto, las virtudes sobrenaturales infusas, es decir no pertenecientes a la esencia del hombre, sino dadas por Dios en su libre comunicación por benevolencia amorosa, a diferencia de las virtudes naturales, adquiridas, propiamente no son una «destreza» habitual siempre presente de una facultad, sino la «capacidad» para la acción «salvífica» misma, para participar ya ahora en la vida y la gloria de Dios y para configurar la existencia como historia del devenir de la vida eterna en el tiempo. Por consiguiente, el cometido auténtico de las virtudes sobrenaturales infusas es la ordenación de toda la vida religioso-moral -la cual brota de la naturaleza espiritual de la persona- a la inmediatez de Dios. La Escritura y la Tradición se refieren a tres: fe, esperanza y caridad (1Cor 13,13; 1Tes 1,3; 5,8; Ef 1,15-18; Col 1,4ss; Hb 10,22ss).

Se llaman virtudes teologales porque su objeto formal no es un valor personal finito -la veracidad, la dignidad moral de la veneración de Dios, etc.-, sino que es Dios mismo tal como Él por su propia comunicación se convierte en vida del hombre.

Al hablar de “virtud”, hay necesidad de referirse al destino a que Dios ha llamado al hombre. Este destino exige del hombre no sólo un obrar ocasional de acuerdo con su destino, sino también la conformación de su vida entera con miras a Él; en esto consiste toda su tarea moral. Al hombre moralmente formado se le llama virtuoso. La “virtud”, en su fondo esencial, no es otra cosa que la caridad o amor (cfr. Mt 22,40; Rm 13,8-10; Gál 5,14). «Ahora bien, si la virtud nos lleva a la vida bienaventurada, yo afirmaría que nada es virtud fuera del supremo amor a Dios» (San Agustín, De mor. eccl. cath. I,15,25; PL 32, 1322).

La actitud fundamental de la virtud hace al hombre apto para una multiforme conducta buena y lo conduce con seguridad a ella. Según santo Tomás de Aquino, la virtud, indica en general, la perfección de una facultad o potencia del alma (Suma Teológica I-II, 55, 1) respecto del ser o del obrar; pero en sentido estricto y propio, la perfección de una facultad para el bien obrar (Suma Teológica I-II, 58, 3). Con él puede definirse la “virtud” como inclinación firme a la buena conducta y la firmeza en la misma. Se puede decir que la virtud está en el término medio (In medio virtus, cfr. Aristóteles, Eth. Nic. II, 6, 1107a). «El bien de la virtud moral consiste en la adecuación a la medida de la razón» (Suma Teológica I-II, 64, 1; cfr. Agustín, De quantitae animae, 16, 27; PL 32, 1051). «Mirad, pues, de obrar como el Señor vuestro Dios os ha mandado, sin desviaros a la derecha i a la izquierda» (Dt 5,32; cfr. Prv 4,26s). Lo que debe hacerse, puede ser a veces una altísima hazaña. Sería, por tanto, grave equivocación interpretar la virtud como término medio en el sentido de mediocridad. No en todos los terrenos, sino sólo en algunos terrenos especiales consiste la virtud en guardar el justo medio entre dos extremos (v. gr. en la alimentación).

A la formación moral, cuyo estado habitual llamamos virtud, contribuye decisivamente la acción repetida del bien. Cuando la persona obra una y otra vez el bien, adquiere una firmeza que le hace fácil la práctica del bien de la misma especie, lo practica cada vez mejor y se siente inclinado a él. Las virtudes son, pues, buenas costumbres.

La virtud adquirida por ejercicio se llama «virtud natural» siempre y cuando en su adquisición sólo actúen las facultades naturales del hombre. Puede, sin embargo, plantearse la cuestión de si la persona puede en absoluto adquirir virtud por sus meras fuerzas naturales o no.

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